Copenhague 2009, la esperadísima cumbre ambiental mundial, fue un fracaso. ¿Que si ya me lo esperaba? Por supuesto que sí: resulta que durante muchos años todas las grandes economías del mundo se pasaron por el arco del triunfo los acuerdos y las recomendaciones emanadas del pacto de Kyoto y las reuniones en Río hace ya más de quince años. Copenhague, en ese sentido, era importantísima, prioritaria, inaplazabe. El mundo necesita de un nuevo pacto colectivo para combatir, racionalmente, los efectos negativos que sobre el Medio Ambiente tienen nuestras actividades económicas diarias. Si ustedes se asoman a www.breathingearth.net verán que países como China y EU emiten al menos una tonelada de CO2 cada seis segundos.
Pero que un nuevo acuerdo fuera prioritario para los ambientalistas, científicos y gente de a pie no significa que así lo fuera para los gobiernos y los grandes intereses económicos. Sin querer hacer una serie de acusaciones panfletarias contra el gran capital y los gobiernos burgueses (aunque quede claro que sí tienen la culpa), nada más quisiera que analicen cómo una "pequeña" conferencia ambiantal refleja casi inequívocamente las dinámicas diplomáticas de hoy día, casi todas fallidas.
Resulta que hay, de entrada, un gran conflicto entre países ricos y pobres. Grosso modo, los países pobres quieren que los ricos "financien" los programas de rescate ambiental, mientras que los ricos se niegan y prefieren que, o bien todos paguen lo mismo (injusto), o que los países todavía no industrializados limiten sus expectativas y dejen de pensar en su industrialización porque ese proceso implica un desgaste ambiental impresionante (doblemente injusto porque cuando Europa o los EU se industrializaron contaminaron más que un pesero chilango). Sabemos que es extremadamente difícil determinar dónde está la diferencia entre ricos y pobres. Sí, quizá Liberia sea sin duda pobre y Luxemburgo rico, pero ¿qué hay de Turquía, Brasil, China, México o Sudáfrica? Sin duda son muchos los países que deberían pagar, de alguna forma o de otra, los proyectos de desarrollo sustentable y rescate ambiental --de hecho yo creo que sólo un puñado de países extremadamente pobres podrían estar "libres" de tales pagos. El problema de quién pagará es sólo uno de los que no pudo resolverse ahora en Copenhague, pese a que México, en unidad con gobiernos como el noruego, propuso un esquema medio oscuro de pagos más o menos parejos para cada país. Otro problema, quizá más grave, fue el de las metas y los objetivos a establecer. Mientras que por un lado la Unión Europea se comprometía a disminuir en 20% sus emisiones de CO2 antes de 2020, los Estados Unidos fueron incapaces de proponer algo mejor que un pinche 4%. Esto habla de la falta de interés del mayor contaminante del mundo, a la vez que deja entrever el escepticismo de todos aquellos (políticos y demás) respecto a las verdaderas consecuencias del cambio climático.
Copenhague pasará a la historia como una reunión fallida sin acuerdos vinculantes (tan sólo una pequeña declaración común) y sin intenciones genuinas por definir programas de desarrollo sustentable.
En un año tendremos la misma serie de conferencias y reuniones en la Ciudad de México. En medio de una crisis económica que no parece terminar y una incertidumbre radical con respecto a lo que pueda pasar en este planeta (en témrinos políticos, sociales y ambientales), podemos pronosticar sin demasiados riesgos que la cumbre de México será igual de inútil y pobre que la de Copenhague.
Lástima por los polinesios que están perdiendo sus islas, por los millones de migrantes ambientales en nuestro planeta y por los osos polares.
En breve, quiero manifestar mi descontento por la decisión que tomó el electorado suizo (o 55% de éste) el domingo pasado en relación a los minaretes de las mezquitas en este país alpino.
Acá, la propaganda de estos últimos días para prohibir minaretes. Cualquier similitud con la propaganda de Goebbels es mera coincidencia... ¿o no?
No se trata de un caso aislado en términos del furor islamófobo que corroe a Europa. Es cierto que en términos jurídicos y políticos es la primera vez en Europa Occidental que, en la época de posguerra, se toma una decisión que afecta directa y exclusivamente a una comunidad religiosa en particular.
Pero antes les cuento cómo está el rol. Europa ha recibido población inmigrante de países musulmanes desde hace ya varias décadas. La Europa Occidental, más o menos familiarizada con el caso, puede ostentar cifras como las siguientes: casi seis millones de franceses son musulmanes (algo así como 9%); en Suiza viven 400,000 musulmanes. Ciudades como Amberes o Bruselas en Bélgica alojan más de 10% de población musulmana. Lo que esto evidencia es que, sin duda, la población musulmana en Europa Occidental, inmigrante o no, está creciendo.
Junto con ello crece algo de lo más preocupante: el sentimiento islamófobo que se compagina con la xenofobia y el racismo que se re-huele en Europa desde los años ochenta. Miles de individuo de dudosa firmeza moral se han afiliado a partidos de derecha por el simple hecho de presentar discursos antiislámicos y antiinmigrantes. Más allá de las discusiones acerca de lo importante que es para Europa recibir migrantes y de lo difícil que puede ser el proceso de "aclimatación" o de integración en estas sociedades, me gustaría resaltar que, aunque les parezca extraño, debe defenderse como libertad individual inalienable la libertad de culto.
Soy ateo, sí. Niego rotundamente la existencia de cualquier dios y suelo desdeñar los elementos que al respecto muestran los religiosos. Pero pienso que si la religión es un asunto individual (tan individual como puede serlo cualquier cosa que obviamente está también sujeta a presiones y escenarios sociales) entonces debo respetarla como resultado de la elección (cuasi) racional de el sujeto que así lo hizo (lo cual no evita que me guste discutir y, si se puede, convencer a alguien para que se una al lado oscuro del ateísmo). Bueno, el caso aquí es que me parece una infamia prohibir, por razones tan banales como que hacen ruido desde las cinco de la mañana, los minaretes de las mezquitas. (Aclaro que el minarete es la torre de la mezquita desde la cuál se llama a la primera oración del día a la población del lugar).
En Suiza la coalición de partidos derechistas organizaron un referéndum para prohibir la construcción de nuevos minaretes. En principio y a diferencia de lo que acostumbramos hacer de este lado del atlántico no podemos culpar sencillamente al gobierno derechista. Siendo Suiza una de las mejores democracias en términos de referéndums y demás medidas de democracia más o menos global, los únicos culpables aquí son los ciudadanos (bueno, el 57% del 55% del total de la población en edad de votar que así lo hizo... o sea, tres pepinos y una vaca lechera)... y claro, el partido político o la alianza de éstos que promovió la medida.
Habiendo atribuido la culpa correspondiente y después de decirles lo que pienso al respecto, no me queda más que hacer un par de cosas.
1) Recordarles a todos aquéllos que idealizan Europa o sus sistemas "integracionistas cuasi multiculturales" que tal cosa es muy difícil: recuérdoles que en Europa se alimentó durante siglos al racismo, la esclavitud y los nacionalismos xenófobos e intolerantes. En Europa proliferan partidos ultraconservadores de corte racista e intolerantes. En Europa hubo nazis y fascistas y hay neo-nazis y neofascistas. En Europa la población inmigrante o la que desciende de ésta aunque legalmente ya sea Europea no se siente siempre bienvenida, tanto porque quizá culturalmente sea difícil la asimilación como porque los esquemas sociales europeos son, también, de lo más difíciles y divisorios (ejemplos de sociedades estratificadas como la británica a lo largo de su historia hay pocos fuera de Europa).
2) Les muestro algunas de las imágenes publicitarias de los partidos de derecha suizos que han usado para éste y otros referéndums. Son todas indignantes.
Esta imágen fue usada en 2004 para promover el voto en contra de una propuesta que permitía una naturalización más o menos sencilla a los imigrantes.
Ésta otra reza "para mayor seguiridad, vote UDC". En pequeño dice "Calidad suiza". Nótese lo evidente de la conotación racista.
"Utilicen sus cabezas", lema que este partiducho de derechas ocupó en 2007. Las personas que ven ahí están orando a la usanza musulmana, con la cabeza gacha (pero claro que la idea es tratarlos de tontos, según la frase que aparece).
Desde hace varios años las altas esferas de la burocracia europea han hecho hasta lo imposible por mantener en alto la esperanza de configurar una Europa más integrada, con objetivos comunes que trasciendan sus fronteras y con instituciones más sólidas que la representen coherentemente con el exterior y la legitimen al interior. Sería extremadamente falso, o al menos simplista, considerar que esto es ya una realidad. Para empezar, el famoso Tratado de Lisboa que finalmente aprobaron en los últimos dos meses los tres que faltaban (Irlanda por Referéndum, Polonia por su legislativo y la República Checa mediante su Corte de Justicia) entró en vigor en el instante mismo en que el presidente checo aceptó sin más lo que su propia Corte le indicaba. Lisboa promete, en dos palabras, reforzar - recién crear - la imagen, la posición y el rol de la Unión Europea en el mundo. También espera consolidar las instituciones vitales como el conjunto de comisiones. Nada más titánico.
Lisboa es el refrito patético y desalmado del frustrado intento de Constitución Europea. Era yo un mocoso imberbe (ahora sólo soy imberbe)cuando, en 2005, recibí con aplausos el NO que los referéndums en Francia y los Países Bajos arrojaron a tal proyecto. Yo sólo entendía una cosa del proyecto de Constitución: neoliberal. La verdad es un tanto más compleja, pero no dejaba de ser, admitámoslo, una verborrea preinstitucional que esperaba fortalecer el libre mercado europeo (quizá con consecuencias desastrosas para los menos favorecidos, especialmente los recién ingresados) y unificar políticas comunes respecto a temas de lo más inverosímiles. Era un pedazo de leyes supranacionales de muy corto alcance (a mi parecer), como lo prueba la inconsistencia con la que el Reino Unido se da el lujo de decirle sí a veces y no otras veces a lo que digan las enmarañadas instituciones en Bruselas o Strasburgo. Pero ese intento de Constitución era muy importante por un punto en particular que yo, preparatoriano incontrolabe, no comprendía: la UE gozaría de una presencia mundial mucho mayor de la que ahora tiene (si es que tiene alguna). La UE, finalmente, podría pasar por un jugador más de las grandes negociaciones diplomáticas y no depender necesariamente de lo que sus divididos miembros opinaran respecto a uno u otro tema. Pues bien, los referéndums mataron esa Constitución (quizá con razón, pero honestamente no tengo los elementos para juzgarlo). Después de tremendo descalabro, los gobiernos europeos decidieron pasarse la democracia directa por el arco del triunfo y decidieron que cada parlamento tomaría la decisión respecto a la enmendada propuesta constitucional que ahora pasó a llamarse Tratado de Lisboa. Todos votaron a favor. Todos menos uno (léase como viñeta gala de 50a.c.): la pequeña Irlanda. ¿Qué le pasó por la cabeza a una bola de duendecillos verdes borrachos y barbudos que estaban creciendo a tasas impresionantes año tras año? Yo no lo sé, pero me dio gusto que fueran los únicos dispuestos a aventarse el paquete del referéndum... y que pierde Lisboa.
Para no hacerles el cuento largo, resulta que después de medio negociar con Dublín (con la inesperada ayuda de una crisis de la chingada que tumbó a la pobre isla) Europa logró un nuevo referéndum en la isla. Y lo ganaron.
Para resumirlo todo a puestos individuales, Lisboa, ya aprobada, exigía la creación de dos plazas en la UE. La primera, la presidencia del Consejo Europeo que ha pasado a llamarse Presidencia de Europa. La segunda, el Alto Comisionado para Relaciones Exteriores, un especie de uno para veintisiete y veintisiete para uno de la diplomacia. Durante varios meses el nombre de Tony Blair no dejó de circular por toda la UE. Se esperaba realmente que él tomara las riendas de alguno de los dos nuevos cargos para darle "consistencia", "firmeza", "dirección" y "prestigo" a la UE. Pues nada de eso. Blair es visto (y con razón) como el atlantista que cayó en las podridas redes de Bush. Blair el belicoso, el arrodillado, el lamebotas o el imprudente. Blair el proyanqui, el texano de clóset, el laborista thatcheriano, el responsable, en parte, de la debacle actual del Labour en el RU. Bueno, pues ese Blair NO podía ocupar cargo grande alguno. Así lo decidieron los dos enanos que representan hoy el eje París-Berlín, reforzado como resultado de la hiperactividad de Sarkozy y aceptado sin demasiado alembreste por la sombría Angela.
Fue la misma canciller alemana la que dijo expresamente que el nuevo Presidente del Consejo debía provenir de un país pequeño. ¿Para qué? Esa fue la pregunta más recurrente. ¿Qué grandes diplomáticos hay en los países pequeños a excepción de Suecia y Finlandia? ¿Qué hará un esloveno, un luxemburgués o un maltés en la presidencia? ¿Qué podría hacer un belga? ¿¡¡UN BELGA!!? Pues sí, un belga. Frau Merkel jaló todos los hilos y es quizá la primera responsable de que hoy, 19 de noviembre, los 27 países hayan aprobado por unanimidad a Herman Van Rompuy como primer presidente del Consejo Europeo. Ni hablar.
Ahí les va. Herman Van Rompuy no tiene experiencia diplomática, pero resultó ser un excelentísimo mediador y pacificador en la histérica crisis política belga que duró año y medio. Desde las elecciones federales en junio de 2007 hasta diciembre de 2008, cuando él asumió el liderazgo del parlamento sin haber sido votado por el pueblo (las elecciones sí las ganó su partido demócrata cristiano flamenco, pero el Primer Ministro fue un enorme incompetente, el señor Yves Leterme, que descagó al país). Les decía, Van Rompuy lidió con la intransigente y peligrosa derecha belga (tanto flamenca nacionalista como valona putrefacta) y con una maraña de contradicciones entre los demócratas cristianos de un lado y otro de la frontera lingüística. En pocas palabras, el intelectual Van Rompuy, serio y decente, carga con el mérito de haber apaciguado a un país en llamas que bien pudo haber dejado de ser país.
Pero se nos va a las grandes ligas. ¿Qué balance sacar de ahí? Para Bélgica definitivamente es contradictorio, quizá más malo que bueno: No podemos recurrir, por segunda vez en menos de 15 meses, a un nuevo primer ministro que NO haya sido electo por la población. Peor todavía, lo más probable es que regrese el incompetente de Yves Leterme. Los frágiles equilibrios políticos en Bélgica podrían tambalearse a la menor provocación y no creo que el Señor Leterme pueda ser el artífice la estabilidad política belga. La única ventaja para el país de la cerveza es que algo habrá de prestigio. Y sobre todo significa un enorme reto para todo un grupo de políticos y diplomáticos belgas que deberán ponerse las pilas en la UE y sacar adelante un proyecto de integración que se la haga de tos a los gringos y ponga en su lugar a los chinos.
Europa gana... o pierde. Soy de la idea que un gran diplomático europeo, reconocido por propios y extraños, habría desempeñado un excelente papel. Hay doscientos mil expresidentes finlandeses que han colaborado en la ONU o en otras instancias diplomáticas de alto calibre con resultados generalmente buenos. Sé que lo mejor que podía pasarle a Europa era que los tres grandes (la pobre Italia, aunque en población alcanza a los brits, está hundida en su mediocridad berlusconiana) llegaran a una posición de statu quo que evitara que se lanzaran a la yugular. Blair no será pero el RU sí se quedó con la alta comisión de asuntos exteriores. Francia y Alemania seguirán tras bambalinas asegurándose que todo salga según pensaron tomando bordeaux y comiendo kartoffel.
En el fondo hay pocas cosas que se pueden tirar en claro. La primera es que Europa, por fin, tomará una nueva imagen (nomás que todavía no sabemos si será buena o no). Además esto obliga a los 27 a activarse y colaborar mejor entre ellos a riesgo de verse chamaqueados por los más grandes. Espero también que agilice el trámite de ingreso a los que están en fila de espera, sobre Islandia (que ya la subastaron en ebay como doscientas veces), Croacia (que ya arregló sus broncas fronterizas con Eslovenia) y Turquía que sencillamente se lo merece.
Una Europa más fuerte y dinámica es importante... pero también me gustaría estar seguro de que la Petite Belgique sobrevivirá sin la mano firme de Van Roumpy, y eso ni Blair ni Sarko no nadie me lo pueden asegurar.
La pregunta me atormenta desde que empezó el relajo SMEico en nuestro país aquel fatídico sábado que, por decreto, el Presidente decidió cerrar la Compañía de Luz y Fuerza del Centro - y de paso desintegrar, si posible, a su sindicato tan sui generis.
Mi punto de referencia es Francia (qué raro). Hace unos meses los franceses coordinaron una megamarcha nacional en contra de los efectos de la crisis y las erradas decisiones de su gobierno (que por cierto tiene ciertas similitudes con el nuestro: ambos presidentes son unos enanos - casados con mujeres que les doblan la estatura-, son hiperactivos y babosos y tienen la enorme ventaja de ver fragmentada a sus respectivas oposiciones de izquierda). Se trató, en fin, de un conjunto de manifestaciones que llevaron a las calles a más de tres millones de individuos en casi todas las ciudades más grandes del país (tan sólo en París marcharon más de un millón de trabajadores, estudiantes y profesionistas). ¿Cómo logran los franceses, tan orgullosos, egoístas y egocéntricos organizar manifestaciones de tales dimensiones cuando son incapaces - o no quieren- de saludar a sus propios vecinos?
Tendré que precisar, antes que nada, que los franceses tampoco son viles palomas blancas: sus grupos de extrema derecha, racistas y violentos, son cada vez más fuertes; un gran sector de la población gala se ha negado rotundamente siquiera a considerar la entrada de Turquía a la UE. Pero cuando de tomar las calles se trata, pocos pueblos son tan exitosos como los franceses (S. Tarrow diría que lo tienen casi en la sangre y que desde pequeños aprenden a formar barricadas... 1789, 1830, 1848, 1870... la lista sigue).
Honestamente, me parece triste y patético que en México no seamos capaces de hacer algo parecido. El punto más álgido de las movilizaciones ciudadanas, el fraude de 2006, no logró sacar a más de un millón de personas a la calle y difícilmente tuvo efecto más allá de la Ciudad de México. Hoy día todos dicen que el descontento social es evidente, que las movilizaciones sociales no tardarán en tomar las calles (y quizá los edificios públicos), que la gente no aguanta más y que los actos de protesta e incluso violencia no harán más que multiplicarle en los próximos meses.
¿Sí?
No creo. Lo más difícil, sin duda, es creer que todo eso es posible cuando como sociedad somos incapaces de organizar protestas coherentes, articuladas, multitudinarias y nacionales. Cada que hay una marcha en el DF (porque generalmente las marchas son en el DF), siempre hay una muy buena parte de la población que las desaprueba: ya sean centristas o derechistas que se niegan a criticar las acciones del gobierno, como en el caso del SME o del fraude, o bien la izquierda crítica de las "fresamarchas" con valet parking a las que asisten los clasemedieros altos y los ricos para quejarse por la violencia. So, primera conclusión, como sociedad con intereses mínimamente similares valemos madre.
Luego está la apatía generalizada. En cualquier marcha uno se encuentra una buena proporción de paleros y acarreados que no necesariamente marchan por convicción. Otros tantos pueden ser grillos improductivos y "neopunks" de la Facultad de Ciencias Políticas que a todo llaman "fascista represor". Las grandes manifestaciones no reúnen a mucha gente: no más de 450 mil en la primera del SME y no más de 200 mil en la de la semana pasada. Esto muestra la incapacidad de algunos sectores en protesta por convencer al resto de la población de que se unan a sus manifestaciones.
Otro punto es que las movilizaciones pocas veces tienen visión nacional del asunto. Para empezar, siguiendo con el ejemplo del SME, este problema sólo afecta a los chilangos y aledaños. Un sindicato corrupto y difícil de defender como el electricista no tiene mayor eco en el interior de la República y mucho menos adeptos interesados en llevar la lucha a sus tierras. Esto se debe a que la "lucha del SME" se concentra básicamente en pedir una restitución de sus propios derechos (y hasta privilegios) y difícilmente denotan interés alguno por extender sus demandas hasta abarcar muchos otros descontentos sociales que sin duda pululan en nuestro país.
En Francia marcharon más de tres millones en cada rincón porque, evidentemente, la crisis económica resultó ser lo bastante generalizada como para molestar a gente en todos lados. En México prácticamente ningún movimiento de este tipo tiene repercusión fuera del centro. El mayor problema, me parece, es la incapacidad que tenemos para hacer de nuestras luchas elementos integradores, heterogéneos y nacionalmente válidos. Al ser incapaces de convocar a huelgas nacionales y paros generalizados, nuestros sindicatos y organismos sociales o cívicos están destinados a convocar tan sólo un puñado de gente y ganarse la enemistad de muchos individuos más que no llegaron a trabajar, no pudieron comprar no sé qué cosa, perdieron la ambulancia (y la vida)... qué sé yo. En cambio, organizar paros nacionales permitiría que en todo el país la gente saliera a las calles (o se quede en casa rascándose los gumaros, como prefiera) y nadie se frustraría en el tráfico o en el metro porque perdió la chamba, no llegó a su junta o sufrió un paro y no había ambulancias. Pero además de las ventajas prácticas de un paro nacional, su significado es mucho más profundo: implicaría que realmente existe un descontento general respecto a las muchas facetas del gobierno y del sistema político; implicaría desconfianza en las instituciones (voto incluido) y sugeriría que hay quienes, en todos lados, piensan que las cosas pueden y deben arreglarse de otro modo.
La falta de unidad social no es en sí mala (si no no habría democracia). Pero sí es terrible que no haya puntos de consenso, que haya sectores muy desiguales y polarizados en todos los sentidos y que no tengamos una idea, por mínima que sea, de la solidaridad colectiva. Eso demuestra, una vez más, que no hay un proyecto de nación entre las élites actuales y que toda iniciativa resulta errada porque no goza del consenso nacional.
Así que, si realmente detestan las manifestaciones en Reforma, espero que vean con buenos ojos aquéllas que tengan alcances nacionales mucho más arraigados y que movilicen a pocos millones de individuos por una razón más o menos común, por endeble que ésta sea.
"Tómatelo con filosofía" es una versión más refinada e intelectualoide de los más comunes "ya ni pedo" o "vele el lado bueno". Dicen que en México siempre nos tomamos las cosas por el lado bueno, con filosofía, y hacemos chistes del terremoto del 85 que catorce segundos después ya van de boca en boca por toda la ciudad. Quisiera contribuir a esa buena costumbre mexicana siguiendo tal cual la ya mencionada frase. En febrero me asaltaron. Ya pasó un buen rato y no es de extrañarse que desde hace varios meses haya pensado en formas amenas y divertidas de ver lo sucedido. Algunas de ellas aparecieron de nuevo hoy en mi mente, así que decidí plasmarlas en este mísero blog.
La Ontología y el Existencialismo Cuando el sujeto, gordo, mamado y chaparro (un vil tapón de alberca) te sorprende con una frase de lo más rebuscada: "Somos la rata". ¡Ay guey! El trasfondo de esa reflexión existencial es impresionante: hay un considerable grupo de bípedos chimpanzóicos que tienen dos opciones en su mísera existencia. Pasar la mañana rascándose las hinchadas verijas o salir a la calle a asaltar, extorsionar, golpear o apuñalar al primer despistado (claro que cualquier bípedo no chimpanzóico consideraría muchas opciones más, como salir a echar la cáscara, buscar chamba, ir a la escuela o barrer la azotea). Ese grupo multiplica su propia fuerza e influencia con la creación de esa imagen en el otro. "Somos la rata" implica que el que te asalta no está solo; muy al contrario, forma parte de toda una hermandad roedora y sobrereproducida que te atormentará durante días. Te observan, te siguen, te molestan... en el fondo sí son como pinches ratas.
La Epistemología puesta a prueba (experimentación) Resulta que otra reflexión sesuda e indigestible sirve como carta de presentación. "Tengo una pistola, ¿la quieres ver?" (Albureros abstenerse). Dejando muy claro que PUEDE haber una pistola, el individuo quiere que creas que HAY una pistola. La pregunta que sigue es meramente una hipérbola más: "¿La quieres ver?" no sólo reafirma la existencia de la mentada pistola, sino que pone a la víctima en una tesitura científica muy concreta: "¿Tengo interés en comprobar, mediante falsación popperiana y reformulación hipotética, que el sujeto gorilezco frente a mí porta un arma?" La respuesta más obvia, o en todo caso aquélla de supervivencia elemental es "no, paso". La Axiología pisoteada. El marco valorativo se desploma. En términos de estética general, el reloj usado, feo, de cápsula rayada, casi sin pila y con la correa más rijosa y apestosa de la ciudad pasa a cobrar enorme importancia para el orangután que te amedrenta, aunque su mísero botín de guerra valdrá menos de siete chicles en la Buenos Aires. Tu discman cuasi noventero es una mina de oro para el musélido de dos toneladas que tienes enfrente aún cuando gran parte de la poblaciónqueescuchamúsicaeneltransportepúblico ya usa su celular (más caro que el maldito discman), un reproductor mp3 de República de El Salvador y Eje Central o, si estás en la línea 3 entre universidad y centro médico o en la naranja por Polanco, un iPod.
Positivismo como último recurso Confío en el potencial educador de nuestra gran sociedad para erradicar de las mentes de los pobres chavos de la doctores la idea de asaltar al primer despistado. Confío en el progreso de la ciencia y la tecnología que abaratarán absurdamente mi próximo reproductor de música, mi nuevo celular y mi reloj sin pila. Confío en el individuo babuínico que desarrollará un verdadero sentimiento de amor y respeto de lo más profundo hacia sus responsabilidades contractuales para con la sociedad que le rodea. Bla bla bla bla.
Ha sido difícil darle continuidad a este blog. Lleva todo el mes de octubre inactivo y eso se lo atribuyo a la carga de chamba que implica sacar adelante el 7mo semestre del Culmex (la u no es error) y, a la vez, organizar un coloquio. Hay muchas cosas que ya me perdí: El rollo de Luz y Fuerza, las marchas de protesta, los pinches impuestos, la quema de libros en guanajuato, Afganistán v 2.0, Lisboa...
Pero ya habrá tiempo y temas para seguir alimentando este blog. Por lo pronto, les dejo una pequeña recomendación: Léanse la nota del Buen Jordy acerca de lo que todos hemos estado llamando "el estallido social".
Si alguien me dice que las olimpiadas no tienen nada de político le propino un puntapié en los gumaros. Mucho se ha dicho al respecto, que si los boicots, que si la URSS no participó hasta los años cincuenta, que si los palestinos, los israelíes muertos...
Pero las sedes dicen mucho más de la situación política mundial, y eso pocas veces se evidencia.
Si descartamos a Australia, quien hospedó olimpiadas en 1956 y en 2000 (Melbourne, la primera vez que los soviéticos se llevaron el medallero, y Sidney), nunca antes ningún país del Hemisferio Sur se había galardonado con la responsabilidad de organizar unas olimpiadas. Hoy, 2 de octubre, que por razones infinítamente más importantes que las Olimpiadas --aunque curiosamente ligadas, de alguna manera, a ellas-- no se olvida, el Comité Olímpico Internacional (dirigido por un belga)eligió a Río de Janeiro como la sede de las Olimpiadas de verano de 2016 (las trigésimo primeras, para ser exactos). Río derrotó a Madrid en la última votación y nos permitió ver a una reina decepcionada...pobrecita. Antes, ambas ciudades derrotaron a Tokio, y las tres juntas habían sacado de la competencia a Chicago (humillando a Barack Obama quien, por alguna razón incomprensible, decidió asistir a la ceremonia para hacer campaña en favor de Chicago).
México había sido el país más pobre en hospedar unas olimpiadas. Digo había porque, en términos de PIB per cápita, Brasil todavía está por debajo de nostros (también en niveles de IDH). Pero Brasil es, hoy, una potencia regional indiscutible... y México simplemente no lo es. Que Río haya ganado las elecciones no es sólo una coincidencia. Me atrevo a suponer que los aires de la política mundial tienen efectos directos en las Olimpiadas. Tokio no ganó porque Japón ya no es el "milagro del crecimiento". Madrid representa al país europeo que más ha sufrido y sufrirá por la crisis financiera. Y los Estados Unidos son, simplemente, los responsables de esta crisis. ¿Qué otras explicaciones puede haber? Varias. Una, por ejemplo, diría que a Río/Brasi le interesa de sobremanera mostrar una imagen de crecimiento, desarrollo y competitividad, lo mismo que China hizo en 2008 y cuyo proceso inició en 2001. Un país como Brasil que se ha abocado a la construcción de una política exterior fuerte y sostenida, con espacios de influencia y amplia participación en organismos internacionales, complementa el proyecto de organizar unas Olimpiadas. No descarto tampoco un argumento primermundista en el COI: "pobres países del Sur que nunca han organizado unas olimpiadas (excepto por México)".
Mi tocayo Goletto apuntaba atinadamente que la famosa "mexicana" se repetirá una vez más: Brasil organizará la Copa Mundial de la FIFA en 2014 y en 2016 hospedará las olimpiadas. Gonzalo, por su parte, apuntó atinadamente que si México había conseguido ese honor era, quizá, gracias al activismo de López Mateos. Trazar un débil paralelismo entre López Mateos y Lula es sencillo: gran presencia internacional, gran preocupación por mejorar las imágenes de sus respectivos países. Esperemos que no suceda en Brasil lo que sucedió aquí. Una mula como Díaz Ordaz heredó el proyecto olímpico y mundialista y mostró su profundo desinterés en él. Ojalá en 2010 (o en 2014) no llegue a la presidencia brasileña alguien con un espíritu olímpico/mundialista del tamaño de un frijol.
No fue la Unión Cristiano demócrata sino Angela Merkel quien ganó las elecciones federales de este domingo en la populosa Alemania. Una mujer a quien hasta hace algunos meses se le reprochaba no erguirse como figura importante, visible, determinada y consecuente en el panorama internacional; una mujer que, al interior de su país, cosechó aprobaciones, aplausos y beneplácitos asociándose con el otro Volkspartei, el Social demócrata, e impulsando una política económica centrista (a diferencia de lo que uno podría esperar por su bagaje conservador) que mantuvo a raya los efectos más perniciosos de la crisis financiera del año pasado. Pues bien, Angela Merkel será canciller de la República Alemana por un periodo más.
El CDU (los cristiano demócratas) perdió apenas 1.4% del voto en comparación a las elecciones de 2005, pero su histórico rival –aunque aliado en coalición durante el periodo anterior –perdió 11%, logrando a penas un mísero 23 % del voto nacional (a comparación de 34% conservador). Los Socialdemócratas han sufrido la peor derrota de la historia de la posguerra alemana y ello se debe a un liderazgo fragmentado, cierto fracaso para posicionarse como los verdaderos representantes de las alternativas estatistas del capitalismo y al disgusto que han generado entre la población por su rol de oscuro segundón en la colación pasada.
Púchenle doble para agrandar.
Por su parte, y al igual que como sucedió hace recién algunos meses en las elecciones europeas, los tres partidos minoritarios, cuyo arduo trabajo ha modificado el espectro electoral alemán haciéndolo pasar de un viejo y estable bipartidismo a un pentapartidismo competitivo, fueron los ganadores relativos de la justa.
Empecemos por el quinto partido. Los ecologistas Die Grüne alcanzaron un 10.5% que supera en buena medida el resultado anterior (8%), pero que no alcanza sus expectativas más optimistas. Su campaña, silenciosa y poco carismática, consolidó los avances de los últimos años: se trata, por ejemplo, del primer partido en integrar a sus cuerpos superiores un turcoalemán. Son, además, paladines europeos del crecimiento sustentable y el ecologismo colectivo, además de ser una de las voces más importantes que corrió al partido verde mexicano de la “internacional ambientalista” por sus posiciones neofascistas. Su mejor esperanza era formar una coalición con el SPD y la izquierda, pero, como veremos más adelante, esos partidos no se entienden muy bien que digamos. Colaborar con el CDU no es una posibilidad ajena (tal cosa sucede en Hamburgo), pero las prioridades de los conservadores resultaron ser muy distintas.
La izquierda no radical, Die Linke, saltó de 8.5 a 12% en cuatro años. Se trata del partido heredero de las estructuras socialistas de la antigua RDA, lo que explica que sus bastiones electorales se encuentren principalmente en el Este (sobre todo la ciudad de Berlín y el estado de Brandemburgo, en donde son una muy respetable segunda fuerza política). Sin embargo, Die Linke ha logrado importantes avances en regiones del centro e incluso del Oeste del país, lo que le posiciona, en ocasiones, como posible partido de coalición (como en Saarland), pero que en general es excluido por los dos grandes partidos, ansiosos de mantener su concubinato liberal. El actual líder del partido es un ex SPD que giró a la izquierda cuando éste lo hizo a la derecha, a finales de la década pasada, pensando en que la alianza entre los dos grandes era importante.
La tercera fuerza política hoy día es el FDP (liberales demócratas), un partido neoliberal de derecha “vibrante y moderna”. Sus posicionados económicos son terriblemente peligrosos, pues proponen adelgazar al Estado para devolver al mercado su dinamismo (cosa que en Alemania nunca ha sido necesaria). Sus oratorias sociales huelen, a veces, a cierta intolerancia a la inmigración, a las grandes asociaciones sindicales y a todo lo que no esté necesariamente a la derecha del centro. La plataforma económica, sin embargo, fue muy exitosa entre el electorado pues insisten en que disminuirán los impuestos y aumentará el empleo (veremos de qué calidad). Sus 14.5 puntos porcentuales contrastan con el magro 10% que habían obtenido en 2005 y los convierte en el socio mayoritario del CDU para formar la próxima coalición (la suma dará algo así como 48.5%, por lo que agregar a los verdes quizá sea posible). Guido Westerwelle, liberalísimo y crítico del keynesianismo bienestarista, es el carismático líder del partido que ocupará el ministerio de Relaciones Exteriores, quizá para promover una visión competitiva y destructiva de la economía de mercado en el resto de Europa y del Mundo.
Vean la peligrosa cara de Westerwelle. Parece regocijarse de que muy posiblemente aumenten las desigualdades en su país.
Ahora, quizá haya un punto positivo de este terrible resultado electoral. Una coalición CDU-FDP implicará, sobre todo, que la imagen e influencia de Merkel permanecerá intachable y casi incuestionable. Su carácter moderado (en relación a sus correligionarios conservadores o liberales) quizá le permite contener los embistes económicos del FDP (finalmente, fue el gobierno que ella encabezó quien promovió medidas anticíclicas para hacer frente a la crisis). A final de cuentas, Merkel es completamente lo opuesto al populismo de derecha de Sarkozy o Berlusconi.
Por otro lado, darle al FDP la cartera exterior implicará una retórica diplomática muysesgada, sí, pero no necesariamenteuna reforma económica que rebase por la derecha a todo mundo. La última ventaja, para coincidir con los teóricos de la democracia al estilo occidental, es que el SPD y Die Linke tendrán la oportunidad de consolidar su trabajo desde la oposición y quizá algún día el orgulloso SPD decline su equivocada afirmación de que “nunca configuraría una alianza con la izquierda”. Finalmente, entre ambos suman ya el 35% del Bundestag, y si los verdes llegaran a cooperar con ellos, llegarían a 45%. Una oposición de ese calibre seguro podrá enmendar sus errores y conseguir una victoria en los próximos lustros.
Por lo pronto no queda más que lamentarse por el nefasto resultado de este domingo. Si Europa entera está girando a la derecha, en un momento en el que justo lo que el Mundo necesita es una revaloración de las doctrinas liberales que han malgastado su economía, el panorama futuro promete ser muy poco alentador. La Unión Europea estancará su proceso de integración regional con argumentos conservadores, sobre todo en contra de Turquía. El Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Polonia y Ucrania, seis de los ocho países y economías más grandes de Europa sin contar a Rusia, siguen, por el momento, una vía conservadora muy cuestionable e incierta. Queda por verse si países como España, Portugal, Noruega o Grecia podrán jugar de balance a tal catástrofe, pero es altamente improbable.
Terminaré con un breve apunte sobre las elecciones en Portugal. José Sócrates, el actual primer ministro, conserva su liderazgo en el gobierno portugués con un 36% del voto. Su partido socialista, que es más bien socialdemócrata (y no debe confundirse con el partido socialdemócrata portugués, que más bien es de centroderecha), ha sufrido algunas derrotas, pero podrá quizá organizarse con dos grupos políticos no tan débiles: la izquierda marxista (9%) y la coalición de ecologistas y comunistas (7.5%) con la finalidad de mantener en el banquillo a los derechistas, tanto los conservadores como los liberales. ¡En horabuena Lisboa!
Antes que nada, debo advertir que quizá las opiniones vertidas en este post serán controvertidas. Sólo debo aclarar que, en ningún momento, minimizo ni eludo ni niego ni nada el atroz genocidio/holocausto en contra de los judíos a manos de los fascistas europeos.
Anoche vi una película muy buena basada en una novela: El niño con el pijama de rayas. Es, una vez más, una película sobre la segunda Guerra Mundial, sobre los campos de concentración, sobre los judíos gaseados y quemados, sobre los alemanes nazis convencidos de la grandeza de la patria... Lo importante no es la película en sí sino la reflexión que me provocó verla. Una vez más tenemos una película (o una novela, una exposición, un museo) que nos recuerda constantemente el dolor indescriptible del pueblo judío durante la Segunda Guerra. La reflexión fue: Los judíos tienen el monopolio histórico del sufrimiento, del dolor, del rencor y de la obligación de obtener disculpas. ¿Por qué tenemos tan pocas películas -y sobre todo tan poco populares y mediatizadas- sobre Rwanda, sobre el genocidio armenio, sobre Palestina, sobre Cambodya bajo el Khmer Rouge, sobre Chechenya? La pregunta es legítima: ¿Por qué el pueblo judío tiene acceso casi irrestricto a tantos espacios de los medios de comunicación y de las expresiones culturales? Seguramente porque ha sabido capitalizar, con muchos recursos políticos y económicos, ese funesto episiodio de la historia a su favor, al grado que condenar las atrocidades que cometen en Palestina es interpretado, en algunos círculos, como negar el holocausto (como sí lo hace Ahmadinejad, pero como no lo hacemos los demás).
No deja de ser una situación desigual y asimétrica. Algunos dirán que 6 millones de judíos muertos no equivalen al millón de armenios, a los 800,000 rwandeses o a "apenas" 200,000 palestinos. Pero, ¿por qué deberíamos medir la gravedad de una situación tan sólo por el número de víctimas y no, también, por las implicaciones que tiene, por las intenciones de los culpables y hasta por la reacción de las víctimas? ¿No debiera ser, por ejemplo, mucho más trágico, criticado y recordado el genocidio bosnio de hace quince años justamente por haber sido después del holocausto judío, cuando se supone que el Mundo habría aprendido a no cometer tales atrocidades? ¿No debería ser mucho peor el genocidio en Rwanda que en Europa de los cuarenta porque nadie intervino? Después de todo, una guerra mundial (que acabó por "liberar" a los judíos que sobrevivieron) resultó de las tensiones internacionales que creaba la política nazi. Después de todo, la OTAN intervino en ex-Yugoslavia por consideraciones geoestratégicas (y no necesariamente humanitarias).
A pesar de ese monopolio mediático y cultural del sufrimiento histórico, critico profundamente al Presidente iraní que, todavía hace tres días, volvió a mitificar (y por lo tanto negar) el holocausto en contra de los judíos de europa.
Me estoy adelantando dos meses casi exactos al suceso al que me refiero en el texto, pero pese a ello escribiré este texto porque, en dos meses, yo ya no tendré veinte años, y de alguna forma u otra me gustaría presentar alguna vinculación posible entre lo que ha sucedido en el Mundo durante los últimos veinte años y lo que me ha pasado a mí. Veamos qué resultado da.
El 09 de noviembre de 1989 los berlineses y berlinesas destruyeron el muro que les había impuesto la Unión Soviética. Ese mismo día, la República Democrática Alemana abrió sus puestos avanzados de control fronterizo y miles de alemanes de ambos lados del muro grosero se abrazaron llenos de júbilo y esperanzas. Menos de un año después Alemania volvía a ser una nación hecha y derecha, unificada bajo un mismo gobierno y en vías de construir una sociedad unida, fraternal e inclusiva. La demagogia occidental, orgullosa cuando afirma que sabía ya que tarde o temprano caería el Muro, no sólo aplaudió el evento --como apuesto que hicieron liberales, conservadores, socialistas y demócratas por igual-- sino que se engolosinó con la expectativa de que, de una vez por todas, la verdadera libertad y el verdadero sistema habían derrotado al comunismo asesino, salvaje e inhumano. Esta demagogia liberal capitalista metía en la misma canasta a Stalin, al Bosque de Katyin, a la República Yugoslava y a la Teología de la Liberación. Para ella, la caída del muro representaba el triunfo de la razón y de la civilización sobre la barbarie y, si no, al menos sería la victoria aplastante sobre el eterno enemigo. No sólo las visiones de la derecha fueron, una vez más, exageradas, sino que volvieron a olvidarse las verdaderas razones por las que se podía (o debía) celebrar. Por fin millones de personas de uno y otro lado del Telón de Acero podían reunirse y pensar en grande; centenas de preguntas pendientes acerca de lo ocurrido durante las últimas cinco décadas comenzaron a responderse y decenas de pueblos y naciones al rededor del Mundo consiguieron una merecida independencia. Las veraderas razones de júbilo no debían ser la desaparición del comunismo (de entrada, ¿era comunismo eso que habían "derrotado"? y dos, ¿realmente "derrotaron" algo? ¿Quiénes?) o el fin del paradigma marxista, sino la posibilidad de pensar, de nuevo, en un Mundo distinto y, por qué no, mejor. Tristemente no es así como celebraron en Washington, Moscú, Londres, Belgrado, Beijing o Johanesburgo. En gran medida por su culpa y para desgracia de millones de seres humanos, nuevas guerras, desastrosas crisis y terribles regímenes siguieron (y siguen) dejando su rastro por los cuatro rincones del mundo. Yo tenía poco más de un año cuando cayó el Muro. No sé nada al respecto. Mis padres y yo habíamos llegado a Bélgica unos 9 meses antes y creo que no exagero al suponer que la noticia de la caída fue excelente en ese pequeño país porque se rompía uno de los últimos --quizá el último-- símbolo de la Segunda Guerra (y al cuerno con la Guerra Fría que vendían el Kremlin y el Pentágono). ¿Qué podía salir mal? Europa se unificaría más que nunca, la gente viajaría libremente (¿sí? ¿quiénes?)... todo irradiaba esperanza y optimismo. Supongo que algo parecido sucedía en la pequeña atmósfera familiar. Mi papá, en pleno doctorado, había recién empezado a trabajar en la embajada de México ante la UE --y ya les contaré en otra ocasión los chismes diplomáticos que hay al respecto del Salinato y su acercamiento a Europa--. La vida tranquila y cómoda de las clases medias europeas parecía estar en su apogeo...
...¿O en el principio del fin?
El fin de las divisiones Este-Oeste en Europa resultó ser un espejismo, una ilusión breve y fugaz. Pocos meses después estalló la guerra en Yugoslavia. Los Serbios reclamaron para sí la herencia de la unidad nacional perseguida por mi mariscal Tito, pero su fanatismo y su falta completa de sentido democrático, de verdadero espíritu socialista o nacionalista, los llevó a cometer una de las peores masacres y provocar una de las más sangrientas guerras que jamás hayan sufrido los Balcanes (y vaya que ha sido una región difícil). Debía ser el invierno de 1991. Un día sé por que me contaron que mi papá veía la televisión y me tenía al lado. Daban las noticias de la noche y hablaban de Yugoslavia y la cruel guerra que asolaba a los pueblos de Croacia a Montenegro. La pregunta fue clarísima: "Papá, ¿qué es Yugoslavia?". Me gusta pensar que puedo rastrear, mediante la construcción de ese recuerdo --que no recuerdo--, el interés que fui desarrollando sobre los Balcanes y la ex-Yugoslavia. Y, sin embargo, el ejemplo es más importante que eso: más allá de lo anecdótico que un enano de dos años haya preguntado por un país en guerra después de escuchar el nombre por primera vez, lo que subyace es la cruda realidad de que generaciones como la mía, prácticamente nacidas al mismo tiempo que los alemanes derribaban su pasado y construían su futuro, no están excentas, ni por error, de los terribles problemas de la humanidad. Es decir, ni siquiera la caída del Muro y "el fin de la historia" (según el retrasado mental de Fukuyama) tuvo realmente un efecto positivo sobre el Mundo y sus eternas dinámcas de guerra, destrucción, desigualdad, pobreza, fanatismo e hipocresía.
Considero que crecí informado. No que leyera periódicos a los siete años o viera las noticas a los cinco, pero sí que mis padres y mi entorno en general eran bastante abiertos a las preguntas que pudiera hacerme acerca de lo que escuchaba por aquí y por allá. Recuerdo vagamente que escuché hablar de Irak como un país arruinado por la guerra y los bloqueos y gobernado por un tirano que se llamaba algo así como Sadá Juzey (así me sonaba). Recuerdo ver en la tele una imagen de Yeltsin borracho (una escoria rusa, alagado por Occidente y responsable de la horrible "terapia de shok"); recuerdo más o menos con presición el momento en el que descubrí que había un país que se llamaba Zaire pero que recién había dejado de existir(y que había cambiado de nombre. Ya sé que fue en 1997); recuerdo conversaciones de mis padres con sus amigos acerca del cambio que se venía en México (antes de las elecciones del 2000), pero de cómo sería desastroso que ganara Fox (mi papá fue por el país pregonando que NO había que votar por el botudo. Nadie le creyó y luego volvió a dar la vuelta diciendo "te lo dije"). ¿Qué relación con el Muro de Berlín? Ah, pues que los escenarios de la Guerra Fría (Yugoslavia durante los años 80 y Zaire desde mediados de los setenta, por ejemplo) se resistían a desaparecer según la voluntad de los "vencedores" y se desmoronaban con violencia y desgracias. Y todo ese tipo de sucesos se cruzaban frecuentemente con la vida de "niño explorador", devorador de mapas y pequeños libros de historia que seguía yo. La elección de 2000 en México es un ejemplo más de la certeza que Occidente tenía acerca del triunfo de la Democracia en el Tercer Mundo (ajá!) y de México como peón de avanzada. Y a partir de 2000 los recuerdos son mucho más nítidos, completos y numerosos. Sería muy largo hablar de lo demás, porque hay muchísimo ejemplos de crisis, guerras y demás atrocidades que, directa o indirectamente, son continuación del Mundo violento en el que nos sumimos todos durante el siglo XX y que, ingenuamente, pensábamos que habría de remediarse despúes del colapso soviético. Segunda Intifada, Independencia de Timor Oriental, Chechenya, Haití, Rwanda, Guerra civil del Congo, Guerra de "diamantes" en Sierra Leona, Charles Taylor, Saddam Hussein, Omar Al-Bashir, Palestina, terrorismo israelí, Líbano... la lista sigue y sigue, desgraciadamente. Creo que he crecido a la sombra escéptica del triunfo de la libertad y la democracia. Desde niño he tenido algunas certezas: que soy ateo, que soy sencillo y sensible y que me atrae el socialismo. Desde pequeño adolescente me niego a pensar que el socialismo es cosa del pasado, ampliamente superada por una democracia que no sólo es incompleta sino que, al parecer, casi nadie está dispuesta a asociar con el socialismo. Me revientan las conclusiones históricas de "la derrota del fascismo", "el fin del comunismo y del terror soviético", "el triufo y el consenso de la democracia y el libre mercado". Creo que esa desconfianza de los discursos totalizadores de occidente no sólo me ha confeccionado como individuo crítico, sino que lo ha hecho con mi generación. No porque seamos todos una bola de veinteañeros comprometidos con los cambios sociales y políticos de nuestras sociedades (jóvenes apáticos, reaccionarios, guevones, egoístas y neofascistas siempre hay, y quizá más que nunca en mi generación y en las que siguen); sino porque sí somos varios que hacemos la reflexión siguiente: El Muro de Berlín y su simbolismo abrumador merecen un lugar importante en la concepción moderna de la historia reciente. Es un símbolo de división y totalitarismo que, afortunadamente, no carece --todavía-- de sentido y que puede ser recordado con profundidad como un ejemplo de lo que no se debe volver a hacer nunca. Y sin embargo, el falso optimismo que irradió la demagogia occidental resultó ser demasiado sesgado, falso e hipócrita. Hoy día, después de la crisis económica, muchos se han incorporado a la nueva ola de críticas al libre mercado por que, al parecer, ahora no funciona. Hasta es chic traer una kufiyya negra y blanca al rededor del cuello y decir por ahí que "qué horror la burbuja especulatoria". Pero todas esas críticas ya las hacíamos. Y no lo digo a título personal (aunque siempre fui, creo, un partidario del fin del liberalismo económico), sino social o generacional. Esas voces que en la prensa ignorada hablaban del peligro de seguir con tanto ahínco al consenso de Washington, de profundizar la pobreza y las desigualdades con el pretexto de una falsa democracia y una todavía más falsa libertad no fueron escuchadas en su debido momento. Tenemos, por ejemplo, a grupos como el EZLN, el Foro Social Mundial, los economistas no-Chicago... qué sé yo, infinidad de voces que querían alzarse para gritar en contra del maldito mundo impuesto por la retórica capitalista y liberal que tergiversó símbolos tan importantes como la caída del Muro y los convirtió en armas publiciatarias y escudos retóricos. Pues bien, esas voces cayadas ahora se ven nuevamente ignoradas porque sus discursos han sido robados por una nueva ola de "críticos burgueses" que los recortan, los deshacen y rehacen a su conveniencia y luego los exponen como verdaderas alternativas (y tenemos al ex-PSD mexicano, a la Obamanía en EEUU, a la estúpida reverencia a la personalidad de Chávez, al falso multiculturalismo europeo que esconde el terrorismo que ejercen sobre los inmigrantes...). Ojalá que, en efecto, las voces se alcen y griten, pero ojalá que sea para llorar de alegría al tumbar nuevos Muros o para deshacerse de la rabia que provoca la condición tan deshumanizada e hiperindividualizada de nuestra sociedad moderna. Por que, en el fondo, ¿cuántos muros más tendrán que caer antes de que sigan construyéndose más?
Aprendí a hacer malabares con un amigo mío de la infancia, el hijo de un granjero agasajado por el estado de bienestar belga. Él podía en ese entonces (y daría mi oreja izquierda, á la Van Gogh, si me enterara que ya no puede) hacer malabares con esos cilindros plásticos con forma de pino de bolos. A mí, en cambio, me gustó más lo redondo --esférico, como el mundo, cuya geografía quiero memorizar desde que a los seis años recibí un globo terráqueo por mi cumpleaños. Esas pelotas que no rebotan por amorfas, lo que a su vez facilita su aprehensión cuando caen en desorden. Me costó poco trabajo aprender el movimiento básico con tres pelotas; fue algo más difícil hacer pequeños trucos. Hoy día sufro como camello en Islandia cuando quiero intentarlo con cuatro pelotas. La dinámica es extremadamente compleja !y tan distinta a lo que se hace con tres pelotas¡ Esa burda y poco analítica metáfora es la que quiero utilizar para mi opinión más reciente sobre el gobierno mexicano. En algún momento algún amigo del alma le enseñó a malabarear con tres pequeñas pelotas, siendo evidente que ese susodicho amigo ya malabareaba con cuatro o cinco a la vez. A Mexiquito se le hizo muy fácil buscar TlC's, vender todo al pormayor, privatizar, liberalizar, bajarse los calzones ante la OMC... todo eso porque se sentía muy hábil haciendo malabares con 3 pelotitas (cuando hasta Malasia lo hacía con unas cuatro y con los ojos cerrados). El payaso que malabareaba creía que podíamos competir en el torneo internacional de malabarismo profesional y nos inscribió con muchísima premura a la OCDE (Organización de Clowns y Demás Engendros). Tal fue nuestro fracaso --con tres míseras pelotitas-- que tuvimos que admitir que no nos habíamos entrenado (pero eso sí, el payaso mayor insistía en que ya estábamos listos).
Después han venido otros payasos que, por desgracia, han vuelto a malabarear con dos pelotas (como cuando, a los ocho años, le presumía a mi madre que podía lanzar dos limas a la vez y agarrarlas al caer --era patético). Con tantos fracasos en torno al malabarismo internacional, algunos recuerdan idílicamente los tiempos en los que aquel payaso nos hizo creer que malabareábamos muy bien con tres. Calle abajo los vecinos también quisieron jugar. Algunos lograron tres, otros cuatro y el más grandote de todos llegó a seis. Lo más impresionante es que muchos de ellos podían ponerse en círculo y malabarear juntos: intercambiaban las pelotas (o los aros o los pinos o lo que fuera que aprendieron a malabarear) y eso los hacía parecer todavía mucho más buenos de lo que eran cada uno por su cuenta. Mexiquito dijo que no se dejaría impresionar, que aprendería a malabarear con cuatro (pobre iluso, no entiende que la táctica es tan distinta que se deben dedicar enormes esfuerzos) y volteó a ver sólo a su vecino de calle arriba, un bravucón insolente que, aunque sabía malabarear muy bien, solía poner a los demás a hacerlo por él (y ganar las competencias mundiales). Completamente encantados por lo que podía hacer, uno de los payasos que llegó recientemente al circo máximo (y no precisamente al que está en Roma) decidió que México iba a malabarearsolito y aprender por la fuerza, pero sin ayuda de nadie. Para su desgracia, dentro de México había otros que malabareaban con cuchillos, sin cortarse, y luego los lanzaban al payaso, amenazado, en cada tajo, con degollarlo. El payaso mayor se dio cuenta de lo difícil que sería impresionar solito a los malabaristas con cuchillos, así que decidió aprender a malabarear con machetes, espadas de doble filo y rifles de asalto.
Hacer tanto circo para malabarear tan mal ha sido una pésima decisión. Los que malabarean con cuchillos se han superado y ahora malabarean con dinero, armas gringas, drogas no decomisadas y cuentas millonarias en Suiza. El payaso mayor ya no puede malabarear con su propio equipo ya que pasó a ser aprendiz de unos que dicen que sí saben malabarear (los de tres pelotas), porque aseguran que lo hicieron durante 70 años. Le va a costar sudar sangre y hacer muchísimos esfuerzos, pero pronto deberá aprender a malabarear con cuatro o con cinco o con ocho si realmente quiere impresionar a los de los cuchillos, tranquilizar al bravucón y hacerse respetar por los que, calle abajo, malabarean juntos y hacen piruetas. No quiso aprender, pobrecito. Su predecesor tampoco, pobrecito. Los que sí saben malabarear se quedan calladitos, tan tontitos. Y lo peor es que el payaso mayor nos hace creer que sabe -mientras no hace un carajo- y nos asusta a todos con que, si no lo dejamos malabarear en paz, aunque lo haga mal, el país se irá a la catástrofe. Mentiroso.
Yo lograré malabarear con cuatro. Así pondré decirme a mí mismo que superé la maldita inactividad y desidia de aquellos que creen malabarear y no saben. Además, me ganaré unos pesos en las esquinas, situación que me será de gran utilidad si seguimos permitiendo que el payaso mayor haga sus malabares sobre una cuerda al borde del abismo y destruya, junto con su horrible existencia, la de todo el país.
Ah, claro. Mientras tanto, los que sí saben malabarear juntos seguirán riéndose de nosotros.
viernes, 28 de agosto de 2009
Ayer pensé en algo muy divertido. Imaginé que había nacido en 1978 y no en 1988. Es un ejercicio bastante simple, pero lo interesante no era saber si eso habría implicado que mi vida fuera totalmente distinta, sino que, al contrario, iba a ser muy similar, pero una década antes. Para empezar, mis papás habrían nacido en 1946. Eso significa que, en México, a mi papá le habría tocado ser más grande (y seguramente más consciente) durante el movimiento estudiantil de 1968. Y seguro estaría ahí en Tlatelolco... a no ser que, en la vida real, él pasó gran parte del año de 1978 en la sierra Oaxaqueña... así que ahí habría estado en 1968. Luego seguí soñando despierto sobre lo que habrían hecho mis abuelos y mis padres si tan sólo hubiesen nacido diez años antes. La única condición es, claro, que las cosas importantes de la historia fueran exactamente las mismas, sólo que, al ser más grandes o más jóvenes, su percepción ante ellos habría sido distinta. Luego pensé en mí. Nacer en 1978 implica que llegué a Guanajuato a principios de 1983. Me puedo imaginar haber ido a la prepa entre 1993 y 1996 y ver a la gente vestida con esa ropa plástica de nylon medio fea (como de la niñera). Me puedo imaginar ver el Mundial de 1994 con el mismo afán con el que seguí las olimpiadas de 2004, por ejemplo. O llegar al defe en 1996, cuando la ciudad estaba llena de vochos y el metro era idéntico al de ahora. Estudiar en el Colegio en 1996-2000, sin que medio salón tuviera una laptop enfrente de sí, sin que el primer acercamiento a alguien fuese "a ver, dame tu número de celular". Sin que llamara a mis padres tan frecuentemente (sería más caro, supongo) y que incluso les carteara de vez en cuando. Sin que pudiese ver en internet los juegos de la Champions que me pierdo por no tener tele con cable (qué horror), o enterarme de las noticias al segundo (seguro que si la influenza hubiese sido en 1999 yo ni me habría enterado -ya que ni prendo la tele- y habría ido como pendejo a la escuela al día siguiente).
Si una década ya implica muchas diferencias, podrán decirme que sería más emocionante pensar en 5 décadas atrás o dos siglos. Pero lo interesante del ejercicio era que, grosso modo, mis actividades podrían, a finales de los 90's, ser muy similares a las que de verdad tengo hoy día. Si me imagino a mí mismo en el siglo XIX es muy simple (marinero británico, anarquista polaco o cacique potosino), pero no puedo imaginarme que, en 1866 salí de la prepa de guanajuato, o que voté en las elecciones de Fox (tan sólo para evitar que ganara)...
Más bien, podrán darse cuenta de que, si estoy aburrido, pienso en puras babosadas.
En la década de los años sesenta los Estados Unidos se atascaron en el pantano que, hasta ahora, más les ha costado en términos políticos internos y externos. Su insistencia paranóica en deshacerse de un nuevo gobierno comunista (no importaba si era de unidad nacional, aceptado por la mayoría de la población e incluso un factor de estabilidad regional) le orilló al desastre. Vietnam fue, sin duda, la primera guerra que los Estados Unidos perdieron en el siglo XX. Después vendrían algunas misiones fallidas, como la de Somalia en 1991. Pero el actual conflicto en Afganistán demuestra que, pese a todo, los humanos sí caen dos veces en los mismos pantanos (o al menos en pantanos muy similares). El Reino Unido nunca logró imponer una unidad colonial en Afganistán. Sus fallidos intentos fueron atribuidos a su arduo e inhóspito clima, pues el orgullo británico no pudo aceptar que, en términos estrictos, jamás logró aplacar a la infinidad de etnias y tribus que, hasta la fecha, siguen interactuando en Afganistán. En 1979 Brezhnev lanzó una desesperada ofensiva ante Afganistán con el anhelado objetivo de tranquilizar un "estado colchón" que ya le causaba muchos problemas en su frontera centroasiática (así como a la India y a China, aunque en menor medida). Derrotados, los soviétos huyeron de Afganistán sólo para regresar a casa y darse cuenta de que incluso su estado estaba colapsando. Quizá dos ejemplos no sean suficientes... Bueno, para mí sí lo son, pero no parece que esa sea la línea de razonamiento en Washington desde 2001. Cuando el ataque a las torres, la Casa Blanca y el Pentágono orquestaron, en menos de dos semanas, una ofensiva sobre el territorio afgano para "reinstaurar" un estado de derecho destruido por los talibanes. Por supuesto que tal argumentación era más débil que la de un pupilo de primaria. Estados Unidos financió grotescamente a las milicias talibanes durante la invasión soviética, favoreciendo no sólo la derrota del Kremlin sino la del mismo gobierno en Kabul. Al momento de retirarse las tropas soviéticas, Estados Unidos "retiró" el apoyo formal al proto-estado talibán, pero mantuvo las armas y los vínculos financieros (aunque menores, hay que decirlo) con el grupo encabezado por el ya cien veces famoso Osama Bin Laden. La decisión de invadir Afganistán es completamente comprensible desde una perspectiva realista y geoestratégica: Afganistán, un estado muy débil (incluso fallido) en la encrucijada de oriente no es otra cosa que una fuente de problemas para sus vecinos y para países más lejanos. Irán y Pakistán, así como las repúblicas centroasiáticas e incluso la India han sufrido, con manifestaciones distintas, las repercusiones del desorden y la violencia en Afganistán: El oeste pakistaní, organizado de forma "autónoma" como una región tribal federal lleva una década sirivendo como punto de infiltración de células fundamentalistas y, en ocasiones, terroristas. El ilsamismo más o menos radical ha crecido en Asia Central a raíz de la caída de la URSS, pero también porque las fronteras con Afganistán son débiles y permeables, y porque la influencia del discurso talibán logra aferrarse en las regiones más pobres de las estepas asiáticas. Irán, declarado enemigo del fundamentalismo suníta (Al-Qaeda, entre otros), ha mantenido una frontera relativamente firme frente a Afganistán, pero los actuales problemas han dificultado su relación con el Baluchistán iraní (una sub-región de otra más grande, el Baluchistán, que se extiende a lo largo del sur iraní, afgano y pakistaní y cuya población, en ocasiones, ha reclamado su independencia). La India teme (y quizá con razón) que la facilidad con la que terroristas que se han instalado en Afganistán pasen a y operen desde Pakistán facilite atentados terroristas en su territorio (como así lo demuestran los atentados en Bombay de noviembre pasado).
¿Y Estados Unidos? Claro, la potencia mundial que ha decidio poner orden el Afganistán, reunificar al país, orientarlo por la vía del derecho y la libertad y acabar con las amenazas que su inestabilidad ha traído para el Mundo. Claro, claro. Después de ocho años de guerra (a cumplirse en un mes), los Estados Unidos se encuentran cada vez más confundidos y desesperanzados con respecto a su misión en Afganistán. Después de una relativa pausa "gracias" a la guerra en Irak (que más bien sirivó de telón para esconder las grandes dificultades que EU tenía en Afganistán y las barbaries que sus soldados cometían contra civiles), la Casa Blanca ha vuelto a priorizar la guerra en Afganistán. Eso no es cosa nueva: desde su campaña, Barack Obama habló de la importancia de acabar con el Talibán en donde sí se encuentra (evidenciando, claro, que su predecesor se equivocó al buscarlo en Irak) a toda costa. La relevancia del asunto no es menor. En efecto, alguien tiene que hacer algo porque las cosas cambien en Afganistán, y esto lo han justificado tanto los geoestrategas como los defensores de los derechos humanos y los convencidos del desarrollo socio-económico en sociedades en paz. Lo cierto, sin embargo, es que el nivel de vida de los afganos difícilmente ha mejorado desde 2001 y que las tropas estadounidenses no han logrado, de forma certera, acestar golpe alguno contra las organizaciones terroristas o fundamentalistas. A diferencia de Irak, el problema Afgano ha sido respaldado por la UE y por Rusia (hay tropas de muchos países de la OTAN en Afganistán -según un artículo que leí hace poco, parece que los holandeses están haciendo el mejor trabajo en la pequeña zona que les corresponde). El consenso internacional que existe en torno a la invasión a Afganistán no ha evitado los enormes fracasos.En materia política, por ejemplo, las fuerzas militares occidentales lograron que Hamid Karzai llegase al poder. Moderado, progresista y fiel a la democracia, según las primeras impresiones estadounidenses, Karzai no ha sido el hombre ideal para llevar la democracia a Afganistán. En los últimos meses (y conforme se acercaron las elecciones de los días pasados), la prensa internacional ha comenzado a atacar a Karzai como un corrupto y autoritario (que quizá lo sea) y a criticar a EU por haber confiado en él (o, en todo caso, por no haber asegurado un balance de poder con otras instituciones y, en su lugar, haber inflado el presidencialismo en Kabul). Lo cierto, me parece, es que la estrategia pro-Karzai había sido muy precipitada y que EU, en la urgencia de encontrar un ícono que simbolizara su labor estabilizadora y democratizadora en el país, no se decidió a construir un plan de gobierno/administración para Afganistán (o con Afganistán). Los europeos tampoco pueden recibir aplausos: su participaición militar es muy regular y poco comprometida (aunque quizá eso sea justo lo que el país necesita, si se le sustituyese por programas de desarrollo integral y cooperación) y sus gobiernos han decidido dejar en manos de Washington las decisiones más importantes. Después de las elecciones de los últimos días (de las que muy posiblemente salga Karzai reelecto), la UE se ha empeñado en hablar de éxito y paficismo en los comicios, aunque los reportes de gente desde el país (lean, en particular, los "cuadernos de Kabul" que se publica con enorme frecuencia en EL PAIS) informan que la corrupción es galopante, la violencia rural no cesa y que las elecciones fueron una farza (llenas de irregularidades y discriminaciones, sobre todo hacia las mujeres sometidas al yugo de la religión -50% de ellas son analfabetas. Por cierto, me recordó una frase de Richard Dawkins en la que describe a las religiones como "la madre de todas las burkas).
En suma, ¿Qué sigue en Afganistán? Desgraciadamente, la respuesta es muy negativa: lo mismo. Es difícil, realmente difícil, que los Estados Unidos cambien su estrategia, ya sea porque en el fondo no tienen una estrategia definida (lo cual no me extrañaría sabiendo que estamos en el siglo XXI), o porque los costos políticos de hacerlo después de ocho años son muy elevados. Cambiar a una ofensiva militar total se llevaría al cuerno la vida de miles de civiles y las débiles instituciones que todavía sirven de algo en Afganistán. Además, sería poco efectiva contra un grupo como el terrorista que 1) no es una unidad, 2) no es un estado, y por lo tanto no depende de un territorio fijo 3) no tiene reparos para usar como escudo a la población civil, 4) es extremista religioso, por lo tanto profundamente peligroso y 5) aplica la táctica de Guerra de guerrillas, lo cual siempre pone en jaque a un ejército convencional. En cambio, si la estrategia es de fortalecimiento político y social, empezando por las insituciones centrales y los mecanismos federalistas que podrían aplicar a Afganistán, los EU tendrían que ceder su liderazgo a la comunidad internacional. Es mucho más idílico como plan (y poco viable visto que estamos hablando de Estados Unidos), pero es quizá más sensato que indios, iraníes, rusos, europeos, árabes, turcos, chinos y gringos colaboren en el fortalecimiento de vículos económicos, diplomáticos y políticos con Afganistán: cooperación para el desarrollo de infraestructura, para la formación de una fuerza nacional al estilo policía federal, desarrollo sustentable del campo afgano, de la educación, de la salud, de las instituciones seculares... no lo sé. Sólo creo que la versión militarizada de la historia es la que acaba mal.
Una vez más estuve a punto de enfrascarme en una discusión que muchos consideran que he perdido de entrada. Es una discusión pesada, llena de argumentos poco verificables y con resultados bastante oscuros (si es que hay resultado alguno). Se trata, claro está, de una variante más de la discusión religiosa-gnóstica-deísta. Tal variante es la del ateo cuasi aferrado que discute sobre la imposibilidad científica de elaborar un argumento sobre la existencia de un dios cualquiera, no digamos simplemente asegurar o no su existencia.
Richard Dawkins, el "heredero de Darwin", un gran teórico de la evolución en los tiempos modernos sostiene tesis muy controvertidas -y muy convincentes- acerca de la inexistencia de cualquier cosa que los esquemas religiosos tradicionales y el deísmo de los individuos ha llamado dios o Dios. Uno de sus tantos argumentos estriba en la formulación misma de la pregunta sobre si existe o no un dios. Para los creyentes y para los teólogos, tal pregunta está, de entrada, mal formulada. El argumento principal es que no es una cuestión científica sino una de fe. Y para simular superioridad argumentativa (o paridad), insisten en afirmar que el ateo que, como yo, decide catalogar la pregunta sobre la existencia de un dios como una pregunta meramente científica, parte, a su vez, de un ejercicio de fe. Nada más discutible (y me encantaría decir falso, pero no lo hago mas que por respeto a ciertas posiciones religiosas). el DRAE dice que Fe es, en la religión católica "la primera de las tres virtudes teologales, asentimiento a la revelación de Dios, propuesta por la Iglesia". También es "Confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo". Esto implica, primero, que la fe sólo se entiende en términos religiosos (según la primera definición) o que su esencia depende de un grado de credibilidad, confianza o incluso aptitud que algo o alguien demuestre hacia el individuo que emite el juicio. Quizá esto parezca confuso, pero lo que quero concluir es que la fe en sí no es más que una herramienta única del ejercicio religioso o, en su defecto, una sensación de confianza que va más allá de cualquier postulado científico. Y es que en estas discusiones me dicen "es que tú tienes tanta fe en la ciencia y en el progreso como un religioso tiene fe en su dios o en su religión". No me parece cierto, sino un argumento simplista. Yo no tengo fe en la ciencia o en el progreso (pese a lo que sugieran los ateos posmodernos) sino certeza: tengo, incluso, pruebas del potencial de la ciencia. Esas pruebas no son sólo para mí o para la construcción de un argumento optimista a futuro (como que la ciencia resolverá las preguntas existenciales que aquejan al ser humano): estas pruebas son, por ejemplo, el hecho de que la medicina es hoy día capaz de mantener la esperanza de vida en un nivel superior a los 70 años, mucho más de lo que podía esperarse hace algunas décadas. Otra prueba es la cura que se ha encontrado para enfermedades que, ayer, eran incurables. ¿Más pruebas? El hombre pisó la luna, sintetizó sustancias, construyó estructuras impresionantes, ha aprovechado energía de fuentes casi increíbles... No necesito "pruebas". La ciencia y sus efectos en el desarrollo tecnológico han tenido efectos TANGIBLES en la vida de los seres humanos y no es cuestión de fe o de una creencia. Si un ateo que se define como uno que ha superado la incertidumbre del agnósitco decide poner "a prueba" el conocimiento científico tiene todas las de ganar... pero igual podría ganar el creyente o el religioso: la ciencia es evidente a los ojos de todo mundo y sus progresos han beneficiado a ateos y creyentes por igual.
Suena muy lógico, pero es impresionante la dificultad que uno puede tener para construir un argumento coherente al respecto. A pesar de lo anterior, el ateo, a los ojos de los creyentes, no es más que otro individuo profesor de una fe. Sólo que esta fe es distinta a la religiosa y se define como la certeza irracional y sin pruebas del futuro progreso de la humanidad gracias a la ciencia. Y no es así. A mí me queda clarísimo que este desarrollo ha sido terriblemente desigual y que sus consecuencias pueden ser funestas para la humanidad y para la naturaleza. Pero, por el otro lado, me queda claro que hay un solo responsable y este es el ser humano: no sólo se trata de negar la existencia de un dios como un ente o una esencia que decide por voluntad propia los vericuetos de los caminos de la humanidad, sino negar la fe en tal "energía" superior a la que la mente humana puede conocer. No. La racionalidad humana, producto únicamente de un proceso evolutivo muy complejo, es capaz de superar los obstáculos que a sí misma se impone bajo la idea de la fe. Como dije desde el principio, la fe es exclusivamente religiosa o metafórica. La racionalidad humana es exactamente la misma SIN la fe; y no sólo es la misma, sino que es incluso más libre de ataduras autoimpuestas (lo que implica, claro, que pueda causar desgracias -pregúntenle a Stalin el ateo- o maravillas científicas y culturales -pregúntenle a Einstein o a Dawkins los ateos).
Pero me desvié del punto. La cuestión acerca de la validez misma de preguntarse sobre la existencia de un dios sí es una pregunta científica que, con un método, puede formular una hipótesis verificable. Y, de hecho (y esto es algo que los religiosos no reconocen de forma muy cegada), la religión misma CREA hipótesis científicas (o pseudo científicas) sobre la existencia del dios que profesan. Hay preguntas que son claramente imposibles de contestar: ¿A qué sabe el odio? ¿A qué huele la esperanza? o ¿Es el azul que ve Cecilio del mismo tono que el que yo percibo? ¿cómo podemos verificar tal cosa? Ningún procedimiento científico de prueba y error podrá jamás contestar tales preguntas, ya sea porque su formulación es inválida en términos lógicos o porque refieren a una cuestión tan subjetiva que lo único que puede hacerse es una aproximación muy generalizada. La pregunta sobre si existe o no un Dios no es como las anteriores: ¿existe o no un unicornio? "Sí". Muy bien, dame una prueba (método científico). O "No, tengo tales y tales pruebas". Ahora. Hay quienes complican la pregunta y la subjetivizan. "¿Es tu dios como el mío? ¿Crees en los mismos preceptos cristianos/shintoístas que yo? ¿cómo los entiendes? Ajá, muy listos, ¿no? Pues no. Aunque esas preguntas parecen tan subjetivas que permitirían que cada individuo sea responsabe de su propia respuesta, ¿por qué hay, entonces, construcciones sociales llamadas religiones que dictan y organizan tales respuestas? ¿Cómo es posible que dos o más individuos puedan compartr argumentos religiosos o de fe en una discusión como en la que me enfrasqué hoy? Imposible, ¿verdad?
Bien. No soy un experto en lógica ni en formulación de argumentos. Pero sí quiero que quede claro que mi ateísmo no es una exageración irracional de ceguera y sordera a argumentos religiosos: mi ateísmo sí tiene bases consistentes: la pregunta es científica y se responde de forma científica, lo que evidencia que la primacía es científica y nunca religiosa. Como ven he explicado la forma en que se puede construir un argumento lógico sobre el ateísmo. Y no he escrito, todavía, las razones por las que niego la existencia de dioses, "energías sobrenaturales", esencias y demás. Será para otra ocasión. Sólo reafirmo lo anterior. Aquí no hay nada de fe. La fe se queda dentro de la argumentación religiosa y la mía es científica. La fe no sirve aquí (así como la evolución no le gusta a los creacionistas). Yo no tengo fe en lada (o quizá sólo en un sentido metafórico), no "creo" en la ciencia o en el progreso: yo sé que la ciencia existe y da respuestas que antes no se daban, ergo, progresa.
Hace ya un rato que quería publicar esto. Decidí que les platicaría cuáles son mis 12 discos favoritos. Hago, primero, una aclaración: no incluyo música clásica ni jazz ni algo así. Lo que me importa para hacer esta pequeña lista no es sólo la calidad musical (claro, muy importante) sino la impresión que tengo de que un disco está bien estructurado, esto es, que las canciones guardan una relación con la precedente y la siguiente y que los estilos se respetan y complementan. Por eso la novena de Dvorak no entra acá, primero que nada porque cuando la compuso nunca pensó que acabaría en un disco. También debo aclarar que no están en orden (sería imposible). También deben saber que elegí discos que no necesariamente son buenos en términos musicales, pero que significan algo para muá. Pensé que no mencionaría Compilaciones ni "Best Of" porque no son discos planeados así por el artista o el grupo: por lo general son arreglos que se hacen en función de la recepción que tuvieron ciertas canciones entre el público. Discos como las mejores canciones compiladas de Cat Stevens, Led Zeppelin, Bob Dylan, Mano Negra o The Police, artistas que me gustan mucho, no formarán parte de la lista.
¿Listos? Menos mal porque, de una forma o de otra, debería poder crear cierta expectativa por este post, pero me temo que no será así... en fin.
Pink Floyd - Atom Hearth Mother. La música es simplemente excelente y me encanta. Sé que a pocos se les ocurriría decir que es el mejor disco de esta banda, pero a mí no me importa. Zebda - Le Bruit et l'Odeur. Quizá pocos de entre ustedes conozcan a esta banda. Son franceses, de orígenes distintos, que hacen música "alternativa", "hippie" o "worldbeat". Lo que más me gusta de este disco es el grado cómicocrítico que se advierte en cada rola. Además, la música me gusta muchísimo. The Red Hot Chili Peppers - Californication. Aunque debo admitir que nunca me he decidido por elegir EL mejor disco de esta banda (una de mis favoritas), Californication es el primer disco que compré con mi dinero (a eso de los once años en 1999). Me costó la totalidad de mis ahorros (creo), pero valió la pena. Ese disco es, simplemente, excelente. Radiohead - Ok Computer. Igual que con los Red, de Radiohead me cuesta un guevo elegir el mejor disco. Pero este es quizá el que más se acerca a cumplir los requisitos de coherencia y consistencia entre cada rola. El todo es, realmente, la suma de sus partes (hay discos donde eso no sucede). Se merece un premio. Joan Manuel Serrat - Mediterráneo. Aunque crecí con él por tratarse de una joya de mis padres, no me dí cuenta de cuánto me encantaba hasta bien entrada la prepa. Canciones tan simples y a la vez tan significativas son difíciles de encontrar, sobre todo reunidas en un mismo disco. Idir - Identités. Bereber argelino, Idir es un ícono de la música norte-africana, tanto en bereber como en francés. Este disco es excelente, no sólo porque conjuga canciones de temas muy similares (el grupo, la colectividad, la identidad compartida, la solidaridad), sino porque cada canción es una mezcla entre el estilo de Idir y el de algún artista de tonos muy distintos. Manu Chao, Maxim le Forestier, Zebda y otros participan en él. Joaquín Sabina - 19 días y 500 noches. Creo que queda claro, ¿no? Es un disco de gran calidad lírica y musical. Es poesía aguardentosa. The Beatles - Magical Mistery Tour. Es el LSD hecho música. Nunca he probado esa droga (ni se me antoja), pero me queda claro que gracias a ella los Beatles pasaron a ser una de mis bandas favoritas: sus niñerías de los "early sixties", sin ser malas, son a veces muy simples. A partir de Rubber Soul, pero sobre todo con MMT, los Beatles maduraron. Además, las rolas me encantan. The Beatles - Sargent Pepper's Lonley Hearts Club Band. Es igual, 1967 y psicodelia. Además, el disco termina con la mejor canción de los Beatles, una de mis rolas favoritas de todos los tiempos: A Day in the Life. Pink Floyd - The Dark Side of the Moon. Claro que este disco es sublime. La conexión entre las canciones es la espina dorsal del álbum y me parece que es uno de los mejores logrados de la historia. Además, me encanta. Sanampay - Yo te nombro. El nombre del disco se lo da la canción homónima, un arreglo del poema de Paul Eliard por el gallego Gian Franco Pagliaro. Es muy, pero muy buena, y el disco rescata otras canciones, algunas populares, otras derivadas de poemas (como aquél de Atahualpa), todas ellas de excelente calidad. Yo te nombro, desde chico, me ha hecho llorar. Yann Tiersen - Amélie Poulain. Es, como saben, la banda sonora de la película. De veras que no tengo palabras. La música me parece fabulosa y la película me encanta.
Mi hermano menor, un sujeto flaco y de quince años, que ha crecido de forma desproporcionada en los últimos dos o tres años (ya saben, primero las piernas, luego la cabeza y luego los pies: ahorita parece Bugs Bonny sin orejas) tiene una mente macabra que no coincide con su complexión física. Tiene tendencias dictatoriales y un ego del tamaño del planeta que, en ocasiones, me pone los pelos de punta. Pero debo admitir que no todo es culpa suya: él tiene una explicación muy lógica que saca a flote cada que se encabrona con mis padres: "¡esto es culpa de ustedes! ¡De no haberse divorciado yo sería un muchacho tranquilo!" Argumento inválido como los de nuestro presidente. Y sin embargo, cuando salen las cosas a la luz, resulta que yo tengo la culpa o, al menos, la responsabilidad que tiene cualquier cerebro del crimen. Ahí les va un ejemplo. Una vez, hace como dos años o poquito más, mi hermano preparó y probó una bomba molotov en la azotea de casa de mi papá y su mujer. Aunque nadie escuchó la explosión del artefacto, la pereza de mi hermano es tal que dejó las paredes manchadas/chamuscadas (o quizá no supo cómo limpiar) y los vidrios de la botella esparcidos por la azotea. Claro, a la primera que mi papá visita la azotea se da cuenta del espectáculo, y las pistas son inconfundibles. El arranque de furia fue predecible, cierto, pero lo mejor del caso es es "no, papá, espera! Una vez Diego me dijo cómo se preparaban esos cócteles!" Ya rugiste, mano; ya me fregué. De inmediato recibí una llamada de mi papá (yo estaba, claro, en el DF, muy lejos de la escena del crimen y haciendo, tranquilamente, cualquier cosa): "¡CABRÓN! ¡¿Qué chingados le enseñaste a tu hermano?!" Me llevaba la chingada. Aunque afortunadamente a mi papá se le pasó muy pronto el coraje (creo que nunca se tomó en serio el viejo refrán que ahora me viene a la mente "la culpa no la tiene el indio sino el que lo hizo compadre"), quedé marcado como el hermano mayor que se sabe los malditos secretos de las "tácticas terroristas" que ahora mi hermano pone a prueba.... sí, también una vez le dije cómo hacer Napalm casero y ese tipo de cosas, pero prometo solemnemente que nunca esperé que mi hermano las utilizara. (Para qué me hago pendejo: claro que sabía que las iba a probar, pero, es su pedo, ¿no?). De ahí en fuera, los indicios aparecen como por arte de magia. "Fabricio es muy violento", dice mi madre (Fabricio es el tipo de 15 años en cuestión), y Nicolás, el otro hermano que tengo de 18 años, resuelve fácilmente el comentario: "es que Fabricio juega un juego de compu bien violento que Diego le regaló" (el maldito GTA San Andreas). Eso fue hace unos tres años. Luego fue, "es que Fabricio lee un libro de "Hitler para mazoquistas de Rius que Diego dejó en la casa".
Estuve a punto de creerme todos esos argumentos de aquí hasta la eternidad y sentirme responsable por los comentarios cuasi-fascistas que luego se avienta el buen Fabricio: "lo que este país necesita es un Dictador" o "una cosa buena del fascismo es que se ocupó -whatever it means- de la gente improductiva" o "pinches franceses y gringos, los odio, los odio porque ser mexicano y ser belga implica, inmediatamente, odiarlos". Responsable no por que yo piense igual (eso sería muy equivocado), sino por que yo le enseñé, digamos, a hacer cócteles molotov. En esas estaba (no es cierto, no crean que sufro por ello) cuando se asomó el sábado pasado. El sábado pasado la mujer de mi papá y su hermana cuata cumplieron 50 años y armaron fiesta. En una de las mesas, a la que estaban sentados los puros "ñores dizque buenos pa' discutir de política y cosas así", se encontraba mi jefe enfrascado en una discusión de política local con otros dos señores (ya sabrán, purito, tequilorum, "pinches viejas", "tráigannos otra", en fin). Yo, dócilmente, estaba sentado ahí, tanto porque el vino estaba buenísimo como porque la discusión estaba bastante acalorada y, por supuesto, porque desde chico me gusta meterme en las pláticas de mi papá y escuchar las chingaderas que dicen (algunas veces ilustrativas, otras brillantes, otras pueriles y otras guarradas). En eso estábamos cuando salió Carlos Salinas. Yo ya estaba blandiendo una espada imaginaria rivalizando con cualquiera que me dijera que ese sujeto era un chingón y la madre. Pues sí hubo quien lo dijo (el más borracho de la mesa), pero parecía convencido y todavía tenía algo de lucidez para esgrimir su argumento. El ñor salió con que Salinas cambió a México, hizo carreteras y puentes, apoyó la mediana y pequeña industria, nos acercó al primer mundo... las patrañas salinistas de siempre. Mi jefe se alebrestó cuando otro cabrón dijo que los panuchos eran continuidad de Salinas. Yo pensé que iba a seguir de mi lado, poniéndo en el mismo saco a la bola de tecnócratas babosos del pri ochentero y noventero con los malditos panuchos hijoepús del siglo XXI. Pero cuál fue mi sorpresa cuando el argumento del ñor borracho tornó a "no mames, no compares. Los panuchos son mucho peores: si ahorita volviera a presentarse Carlitos en las elecciones, con el partido que sea, yo voto por él". Y mi sorpresa se transofró en shock postraumático cuando mi jefe secundó la moción y dijo, apenas con un hilo de voz y una sonrisita, "sí, yo también. Y eso que en 88 ni voté por él". !CARAJO!
Me queda claro que un niño baja del pedestar a su superhéroepapá como a los 7 u 8 años. A los 11 o 12 ya lo manda a la goma, y si se acerca a él después de los 15, es por golpe de suerte. A mi jefe lo bajé del pedestal como a esa edad, pero nunca lo mandé a la goma. El sábado pasado tuve que hacerlo. ¿Cómo era posible que ahora se pusiera a alabar al corruptísimo de Salinas? La sorpresa fue poco gratificante: súmesele el hecho de que le dio un voto al PRI en su municipio de León "dizque por voto útil". Pero en el fondo, y perdonarán el enorme desvarío de este post, lo cierto es que comprendí que el comportamiento cuasifascistoide de mi hermano está más bien relacionado con las opiñiones pro-salinistas que se escuchan en el círculo de mi papá que con las tácticas de guerrilla urbana que pude haberle enseñado al pobre chavo. Siendo así, me siento libre de culpa y quizá hasta aplauda los experimentos molotovistas del chaval.