lunes, 7 de septiembre de 2009

Malabares

Aprendí a hacer malabares con un amigo mío de la infancia, el hijo de un granjero agasajado por el estado de bienestar belga. Él podía en ese entonces (y daría mi oreja izquierda, á la Van Gogh , si me enterara que ya no puede) hacer malabares con esos cilindros plásticos con forma de pino de bolos.
A mí, en cambio, me gustó más lo redondo --esférico, como el mundo, cuya geografía quiero memorizar desde que a los seis años recibí un globo terráqueo por mi cumpleaños. Esas pelotas que no rebotan por amorfas, lo que a su vez facilita su aprehensión cuando caen en desorden. Me costó poco trabajo aprender el movimiento básico con tres pelotas; fue algo más difícil hacer pequeños trucos. Hoy día sufro como camello en Islandia cuando quiero intentarlo con cuatro pelotas. La dinámica es extremadamente compleja !y tan distinta a lo que se hace con tres pelotas¡
Esa burda y poco analítica metáfora es la que quiero utilizar para mi opinión más reciente sobre el gobierno mexicano. En algún momento algún amigo del alma le enseñó a malabarear con tres pequeñas pelotas, siendo evidente que ese susodicho amigo ya malabareaba con cuatro o cinco a la vez. A Mexiquito se le hizo muy fácil buscar TlC's, vender todo al pormayor, privatizar, liberalizar, bajarse los calzones ante la OMC... todo eso porque se sentía muy hábil haciendo malabares con 3 pelotitas (cuando hasta Malasia lo hacía con unas cuatro y con los ojos cerrados). El payaso que malabareaba creía que podíamos competir en el torneo internacional de malabarismo profesional y nos inscribió con muchísima premura a la OCDE (Organización de Clowns y Demás Engendros). Tal fue nuestro fracaso --con tres míseras pelotitas-- que tuvimos que admitir que no nos habíamos entrenado (pero eso sí, el payaso mayor insistía en que ya estábamos listos).

Después han venido otros payasos que, por desgracia, han vuelto a malabarear con dos pelotas (como cuando, a los ocho años, le presumía a mi madre que podía lanzar dos limas a la vez y agarrarlas al caer --era patético). Con tantos fracasos en torno al malabarismo internacional, algunos recuerdan idílicamente los tiempos en los que aquel payaso nos hizo creer que malabareábamos muy bien con tres. Calle abajo los vecinos también quisieron jugar. Algunos lograron tres, otros cuatro y el más grandote de todos llegó a seis. Lo más impresionante es que muchos de ellos podían ponerse en círculo y malabarear juntos: intercambiaban las pelotas (o los aros o los pinos o lo que fuera que aprendieron a malabarear) y eso los hacía parecer todavía mucho más buenos de lo que eran cada uno por su cuenta. Mexiquito dijo que no se dejaría impresionar, que aprendería a malabarear con cuatro (pobre iluso, no entiende que la táctica es tan distinta que se deben dedicar enormes esfuerzos) y volteó a ver sólo a su vecino de calle arriba, un bravucón insolente que, aunque sabía malabarear muy bien, solía poner a los demás a hacerlo por él (y ganar las competencias mundiales). Completamente encantados por lo que podía hacer, uno de los payasos que llegó recientemente al circo máximo (y no precisamente al que está en Roma) decidió que México iba a malabarear solito y aprender por la fuerza, pero sin ayuda de nadie. Para su desgracia, dentro de México había otros que malabareaban con cuchillos, sin cortarse, y luego los lanzaban al payaso, amenazado, en cada tajo, con degollarlo. El payaso mayor se dio cuenta de lo difícil que sería impresionar solito a los malabaristas con cuchillos, así que decidió aprender a malabarear con machetes, espadas de doble filo y rifles de asalto.

Hacer tanto circo para malabarear tan mal ha sido una pésima decisión. Los que malabarean con cuchillos se han superado y ahora malabarean con dinero, armas gringas, drogas no decomisadas y cuentas millonarias en Suiza. El payaso mayor ya no puede malabarear con su propio equipo ya que pasó a ser aprendiz de unos que dicen que sí saben malabarear (los de tres pelotas), porque aseguran que lo hicieron durante 70 años. Le va a costar sudar sangre y hacer muchísimos esfuerzos, pero pronto deberá aprender a malabarear con cuatro o con cinco o con ocho si realmente quiere impresionar a los de los cuchillos, tranquilizar al bravucón y hacerse respetar por los que, calle abajo, malabarean juntos y hacen piruetas.
No quiso aprender, pobrecito. Su predecesor tampoco, pobrecito. Los que sí saben malabarear se quedan calladitos, tan tontitos. Y lo peor es que el payaso mayor nos hace creer que sabe -mientras no hace un carajo- y nos asusta a todos con que, si no lo dejamos malabarear en paz, aunque lo haga mal, el país se irá a la catástrofe. Mentiroso.

Yo lograré malabarear con cuatro. Así pondré decirme a mí mismo que superé la maldita inactividad y desidia de aquellos que creen malabarear y no saben. Además, me ganaré unos pesos en las esquinas, situación que me será de gran utilidad si seguimos permitiendo que el payaso mayor haga sus malabares sobre una cuerda al borde del abismo y destruya, junto con su horrible existencia, la de todo el país.

Ah, claro. Mientras tanto, los que sí saben malabarear juntos seguirán riéndose de nosotros.

1 comentario:

Aquiles Digo, antes Jordy dijo...

Con todo respeto, mi querido Diego, creo que los malabares retóricos ora sí quedaron muy, pero muy forzados. En fin, me divertí leyendo y pensando en los cirqueros. Nos seguimos leyendo.