sábado, 19 de junio de 2010

De cuando uno más uno debe ser igual a uno.

Hay quienes son mitad noruegos y mitad uruguayos; mitad japoneses y mitad australianos; mitad qataríes y mitad suizos. Bien por ellos, pues no sólo tienen dos nacionalidades, dos culturas y dos lenguas; tienen la gran ventaja de tener dos países que funcionan.

Yo tengo dos nacionalidades, dos culturas y dos lenguas, pero ninguno de mis países funciona. De México he hablado y hablaré en futuras ocasiones. Ahora, sin embargo, es importante que me desahogue acerca de la situación política belga: hubo elecciones el domingo pasado y fueron categorizadas como “históricas”, por el simple hecho de que, al parecer, de su resultado depende la futura unidad del país. Sí, sé que el tema es tan apasionante como el descubrimiento del menarotileno, pero no dejará de ser un asunto relevante para su servilleta, razón de sobra para que me explaye al respecto. No les prometeré nada, pero si tienen el aguante de leer lo que sigue, quizá aprendan algo nuevo sobre un país chiquitito (no más grande que el Estado de Guanajuato; no más poblado que Londres y todos sus suburbios) pero extremadamente complejo.

Quizá sepan ya que Bélgica tiene la (buena o mala) suerte de albergar dos grupos lingüísticos, dos comunidades culturales distintas. Al norte, la población flamenca habla neerlandés, mientras q
ue al Sur, los valones hablan básicamente francés (aunque hay todavía gente que habla valón, otro idioma latino ya en decadencia). Históricamente Bélgica siempre fue un conjunto de feudos, ciudades-estado y principados obispales que poco a poco fueron pasando a ser parte de botines de guerra y matrimonio de reyezuelos europeos de todos los rincones. Franceses, castellanos, austro-habsburgos, borgoñones, todos ellos lograron construir, poco a poco, una cierta delimitación geopolítica -basada inicialmente en una vieja provincia romana- que resultó casi viable como Estado después de las guerras napoleónicas. Pero los líderes Europeos que reorganizaron el continente después de Waterloo (justamente en Bélgica) pensaron, primero, que Bélgica bien podía ser parte del reino del los Países Bajos (¿y por qué no? ¡Si de todos modos son güeros todos!) Y, después, que mejor siempre no, porque resultó que esquivaron un pequeño detalle: los belgas (hablaran el idioma que hablaran) eran más bien católicos, mientras que los neerlandeses resultaron ser protestantes (no todos, pero sí los que gobernaban).
Así que por cuestiones de interés político, Bélgica nació con el beneplácito de las potencias para servir, sobre todo, de estado colchón. Para ello, Inglaterra dedicó un apoyo incondicional a la causa belga, como conseguirle un príncipe alemán que quisiera ser rey de un país nuevo (conocen la historia de Maximiliano, lo sé. No les sonará esto tan novedoso). Leopoldo I de Saxo-Coburgo y Gotta (esto es, pro
veniente de algún lugar de Alemania central), llegó a Bruselas en 1830 para convertirse en el primer Rey de los belgas. No importó que no supiera gran cosa sobre la región: bastaba con que hablase francés (toda la nobleza europea lo hablaba) y que tuviera aspiraciones mediocres (no era heredero de ningún reino ni gran principado).




(No es necesariamente "allons enfants de la patrie", pero le da un aire. Era el romanticismo de la época)




Durante el siglo XIX, las divisiones lingüísticas del país quedaron más o menos escondidas por una situación muy de moda: la importancia del francés como lingua franca. Por todo el continente las noblezas y las emergentes burguesías nacionales hablaban francés, cosa que facilitó las cosas en Bélgica, pues tanto la nobleza como la burguesía flamenca, relativamente más pobre que la valona, sólo podía integrarse al panorama político, económico y social del nuevo país si se desenvolvían en francés. Así, pronto la "homogeneización" lingüística de élite relegó a la mayor parte de la población flamenca, campesina y monolingüe en su mayoría. La industrial Valonia floreció económicamente durante las décadas siguientes y el francés se consolidó como la lengua del Estado belga. Algunas universidades, incluso estando en suelo flamenco, siguieron enseñando en francés; las colonias belgas en África eran administradas en francés (y ese fue el idioma que permeó, aunque todavía hay algunas personas en el Congo que hablan un perfecto flamenco).

Pero después de la Segunda Guerra Mundial las condiciones económicas cambiaron a lo largo y ancho de todo el país. En cuestión de una década, una importante clase media flamenca habíase consolidado en torno al empuje económico postindustrial, mientras que la riqueza en Valonia creció a ritmos menos sorprendentes. Muchos conflictos internos, desde los estudiantiles exigiendo la enseñanza en flamenco en universidades instaladas en Flandes, hasta las movilizaciones por la paridad lingüística en los servicios públicos evidenciaron la imperiosa necesidad de reconfigurar el Estado Belga. En 1971 (y luego en otras ocasiones durante las décadas siguientes), el gobierno central fue reconstituido en un pacto federal de lo más complejo: hay tres regiones federales (Flandes, Valonia y Bruselas Capital) que, grosso modo, definen el panorama económico y la infraestructura. En paralelo, coexisten tres comunidades, la francófona, la flamenca y la germana (porque hay 100,000 germanófonos en el Este de Bélgica) con competencias en salud y educación, por ejemplo. En Flandes, Región y Comunidad se sobreponen y colaboran. En Valonia, las fronteras son poco claras, pues la Región no incluye a Bruselas pero sí a los municipios alemanes, mientras que la Comunidad agrega a Bruselas pero no a las ciudades germanas.

Además de las justificadas críticas que flamencos hacen de los francófonos, del tipo “es que son unos flojazos que no quieren aprender nuestro idioma”, hay un elemento económico relativamente novedoso, pero clarísimo, que explica la crisis político-social actual. En el revés económico, ahora Flandes es la región más próspera y dinámica. Su industria, limpia y productiva, opaca al viejo mundo del carbón y del acero valón. Sus niveles de urbanización y planeación del espacio –por que tienen muy poco- son impresionantes y su disciplina como sociedad en ocasiones sorprende. (Un breve excursus sobre un cliché cultural: los flamencos son más “nórdicos”, mas bien emparentados con los neerlandeses: sobrios, trabajadores, tranquilos, eficaces… Los francófonos, más “latinos”, vendrían a ser más fiesteros, más relajados, menos productivos… Es un cliché exageradísimo –los neerlandeses van a Flandes a reventarse porque los bares cierran más tarde- y poco preciso –los valones son sujetos muy preocupados por el tiempo y por la eficiencia.)

Y claro, en un pacto federal, es la región más rica la que, por decirlo así, paga por el desarrollo de la región más pobre. Los flujos de capital, resultado de la recolección de impuestos en una región más productiva, favorecen a la región menos dinámica y provocan enojos bárbaros en Flandes. “¿Por qué debemos subsidiar el subdesarrollo valón?” es la pregunta más chocante –y muy común- que sale de los políticos norteños. Evidentemente, la pintura es exagerada: Bruselas sigue siendo la región que concentra y redistribuye más recursos y la diferencia entre Valonia y Flandes es, en ocasiones, imperceptible: el Este flamenco es relativamente pobre, muchísimo más que el próspero corredor valón que une a Bruselas con Luxemburgo, pasando por la petulante provincia del Brabante Valón. Pero en muchas ocasiones, las declaraciones políticas viscerales son las que inflan los orgullos, aun cuando son en cierto modo erróneas.

El factor de la disparidad económica y fiscal es importante, pero no es el único. Durante muchas décadas, los valones en general decidieron no aprender flamenco pues, al estar cobijados por la lengua francesa –más rica y expandida-, no había razón para adentrarse en un idioma tan poco usado. Por su parte, los flamencos solían aprender muy bien el francés, lo que crea tensiones evidentes. Ahora es más común que jóvenes de ambos lados se comuniquen en inglés, pero en general los flamencos siguen hablando mejor el francés que viceversa. Evidentemente, si todo mundo fuera bilingüe los problemas se atemperarían considerablemente: en todos los países hay regiones más pobres que otras, y no es la razón por la cual se pida separación política de forma seria y abrumadora (hasta donde yo sé, Nuevo León no se quiere independizar).

Las elecciones del domingo pasado y sus resultados fueron, como predicho, intensas. El sistema parlamentario de representación proporcional, tan eficaz en otros países, existe en Bélgica con una falla estructural radical: un ciudadano valón NO puede votar por partidos políticos flamencos, ni viceversa. La separación de partidos, y por ende la ausencia de partidos nacionales, no ha hecho mas que reforzar las tensiones políticas entre las regiones. Existen, evidentemente, liberales flamencos y valones; socialdemócratas flamencos y valones… pero sólo pueden jugar el juego de las coaliciones, no pueden unificar sus campañas ni sus partidos bajo una misma bandera. Las “familias” políticas (esto es, ecologistas valones y flamencos juntos, por ejemplo) no son tan firmes como se esperaría. Por ejemplo, en el gobierno saliente participaron los socialistas francófonos, pero los flamencos decidieron no entrar a la coalición.

Esta vez, el partido dominante en Flandes fue, desgraciadamente, un partido nacionalista, casi separatista y bastante liberal en términos económicos (y no necesariamente en términos sociales). Se llama N-VA (alianza flamenca nacionalista). No es la derecha radical –que en Flandes sí la hay y es peor- pero tampoco es un partido que pugne por la unidad del país. Y aunque en los sondeos previos, sólo 9% de los flamencos dijeron querer una separación, el domingo más de 25% votó por N-VA (y llega casi a 40% si sumamos todos los partidos nacionalistas o de extrema derecha). N-VA es ahora la mayor fuerza política del país, situación inaudita pues este mismo partido, hace tres años, no participó de forma independiente, necesitando del cobijo de los democristianos flamencos.

La buena noticia es que en Valonia el partido dominante resultó ser el Partido Socialista (que es más bien socialdemócrata). Su compromiso está con la unidad nacional, aunque muchos critican su incapacidad fiscal y, por lo tanto, auguran que cualquier gobierno en el que participen los socialistas fracasará por no poder resolver asuntos económicos. Sin embargo, el resultado socialista en Valonia es proporcionalmente mejor al del N-VA en Flandes, por lo que, tomando en cuenta las diferencias de población, ambos partidos llegan casi en paridad (un curul más para N-VA, lo que en principio le da prioridad para formar gobierno).

¿Compromisos? En una semana han pasado muchas cosas. El Rey, cumpliendo su función constitucional de poner la piedra de base a las negociaciones entre partidos, nombró un informador (que se puede convertir en formador) de gobierno y, ¡oh sorpresa!, resulta ser el presidente del N-VA, el señor Bart De Wever. Esto implica que De Wever muy posiblemente NO será primer ministro, lo que permite respirar al país. Así, aunque tendrán mayoría simple parlamentaria y, por lo tanto, en los ministerios federales, no es seguro que empujen a fondo sus proyectos separatistas. Además, de Wever ha cambiado su discurso en los últimos días, aduciendo a un nuevo pacto federal y dejando de lado los llamados separatistas (aunque debo decir que no confío en ese individuo, pues me parece un sujeto pérfido y rapaz. Demasiado derechista como para ser honesto).

El panorama se ve difícil, pero mejor de lo que se esperaba. Socialistas valones y nacionalistas flamencos deberán, en un matrimonio imposible, formar gobierno. La coalición es de lo más inverosímil porque los puntos en común son mínimos. Pero la carta del PS es, curiosamente, todo el equipo de partidos de medio pelo que podrán jugar en la coalición: la intención es negociar con los socialistas flamencos (muy disminuidos) y con democristianos y ecologistas de ambos lados. Así, estos 7 partidos configurarían un gobierno de tres “familias políticas” (socialistas, verdes y democristianos) porque, evidentemente, en Valona no hay un partido equivalente al N-VA flamenco. Pese a que será complicado gobernar entre siete, la ventaja reposa en la contención que las tres familias harán frente a los nacionalistas. Juntos, su mayoría es incluso de 2/3, todo lo necesario para jugar con la Constitución y modificarla. Si es así, el futuro de Bélgica podría ser nuevamente más o menos optimista.

A mi juicio, el primer gran resultado es la relegación de los liberales de ambos lados. La derecha liberal flamenca es la última responsable del fracaso del gobierno anterior (aunque sería injusto decir que lo fue a 100% pues también el Primer Ministro saliente es un idiota), mientras que los liberales valones son más bien ineptos para negociar y pactar con otros partidos, tanto en Valonia como en el Federal. Otro resultado positivo es que, por primera vez, la coalición federal podría ser una suma de los partidos que gobiernan en coalición regional, pues en Valona gobiernan verdes, socialistas y democristianos, mientras que en Flandes lo hacen los democristianos con los nacionalistas y los pocos socialistas que quedan. Eso facilita en cierta medida las cosas, pues son grupos de partidos que están trabajando en común y han aprendido a coexistir. El tercero es que este gobierno, a formarse a brevedad posible, estará listo para tomar la estafeta de la presidencia rotativa de la Unión Europea el 1ero de julio. Poniéndose las pilas, el nuevo gobierno belga recibirá todo el apoyo necesario de las instituciones europeas para mantenerse en su lugar. La UE no está necesariamente lista para enfrentar una división de un país en dos entidades confederadas DENTRO del pacto europeo. Y si sí está lista, no lo hará, pues eso pondrá en tela de juicio las largas dadas por Europa y por Madrid o Roma a las demandas de catalanes, vascos o lombardos.

Claro está que permanece la ironía de ver un partido nacionalista en el gobierno federal. Sin embargo, el arte de la democracia es el de limitar a las partes, no necesariamente el de unirlas. Así, quizá podamos respirar y pensar que nuestro pequeño país seguirá existiendo, al menos unos cinco años… incluso podrán ser más si Bélgica logra calificar a la próxima Eurocopa o Mundial, hacer algo relativamente bonito y contentar a la población.