miércoles, 22 de octubre de 2014

Narcoburguesía

La detención de uno de los Beltrán Leyva, el “H”, marca nuevamente un hito en la intrincada y difícil lucha contra el narco. Me gustaría argumentar que no se trata necesariamente –o no únicamente–de una victoria más que algún funcionario federal pueda convertir en medalla para su solapa, si bien ése es precisamente el significado que se le da siempre desde las altas cornizas del poder político del Estado. Creo que algo muy revelador, que conecta con argumentos que muchos especialistas han estado diciendo desde hace años pero los medios convencionales suelen ignorar, es el vínculo directo que existe entre la élite del narcotráfico y la élite económica “legal” del país. Un puente entre ambas es el ahora infame Germán Goyeneche, quien siempre fue un “reconocido empresario queretano” y cuyo vínculo con las mafias más violentas del país tanto sorprende a las clases bien y a sus panfletos comunicativos.

Nada nuevo bajo el sol. La narrativa clásica acerca del narcotráfico insiste en que los grandes capos “infiltran” la economía “legal”. Se visten de traje y corrompen las dinámicas de los honrrados empresarios mexicanos. Habría, si seguimos este argumento, una diferencia clara entre la riqueza que han amasado los capos a través de asesinatos, sangre y sufrimiento, y el capital acumulado por los empresarios bien gracias al sudor de sus frentes, el esfuerzo de su visionaria perspectiva económica y los resultados de una atinada red de contactos. Por eso, cuando aparecen individuos-puente entre ambos mundos opuestos, éstos son considerados simples “errores del sistema”, individuos de una gran bajeza moral que engañaron a sus pares en el mundo de los negocios honestos y se dejaron seducir por el canto de las sirenas criminales.

Habrá algo de cierto en ello. Pero esa narrativa ha ignorado sistemáticamente una serie de análisis, tanto teóricos como prácticos que, con toda la autoridad profesional posible, llevan años sugiriendo cosas totalmente distintas. Se trata ahora de defendere ad nauseam la idea de que no hay tal diferencia entre ambas élites: en todo caso, habría una diferencia de grado, pero jamás de fondo. Parafraseando a Les Luthiers, las élites del narcotráfico se han servido de delitos, explotación, extorsión y abuso de poder para afianzar su riqueza y posición, mientras que las élites de la economía formal han consolidado su fortuna a través de… caray, ¡qué coincidencia!

La historia del capitalismo es multicolor y compleja. Al lado de ingenuos y quizá honestos emprendedores, conviven truhanes y farsantes de la más baja especie. La acumulación de capital en manos de grandes empresarios de renombre es, en 70% de los casos diría yo, el resultado de una larga historia de explotación, abuso, corrupción política, extorsión y, seguramente, violencia (en el 30% restante se trataría de lo mismo, sólo que sin la violencia directa y quizá sin corrupción). Los grandes empresarios enriquecidos gracias a guerras intestinas, conflictos armados de todo tipo, prohibiciones y redes de tráfico ilegal (armas, prostitución, lo que ustedes quieran), lavaron sus apellidos gracias a hijos que se inscribieron a Harvard, consiguieron un fascinante puesto en algún bufette de abogados o algún grupo directivo de alguna otra empresa, invirtieron en la bolsa, compraron propiedades y se dedican, ahora, a hacer negocios “de manera limpia”. E incluso los empresarios que no tienen pedigree abiertamente criminal son absurdamente ricos porque los engranes del capitalismo giran en su favor: explotación del trabajo, apropriación de la plusvalía y acumulación de capital.

La brutal violencia y el descaro desmesurado con los cuales los narcotraficantes de hoy obtienen y acumulan su riqueza se debe a una mezcla de condiciones estructurales, limitantes legales y conjuntos de valores socio-culturales que los ponen en una u otra posición (des)favorable. Pero, en escencia, las dinámicas de acumulación y los objetivos económicos de las élites del narcotráfico no difieren de las expectativas y los objetivos que las élites capitalistas se han propuesto durante siglos. Para muchos “empresarios bien” las cosas pintan ahora de manera positiva, a tal punto que ya no es necesario ser abiertamente cínico y decir que el fin justifica los medios. Pero para los predecesores de esos empresarios bien, así como para los narcos de hoy, esa máxima moral no se discute siquiera. Unos matan y trafican droga; otros mueven sus capitales hacia paraísos fiscales, evaden impuestos, cabildean por reformas neoliberales del trabajo, de hacienda, y destruyen a la competencia y al trabajo organizado con actitudes ilegales o, cuando ya cambiaron las lesyes a su gusto, inmorales. Hay, insisto, una diferencia de grado.

Ahora bien, no se trata de justificar las dinámicas de un grupo u otro pues ambas son deplorables. Se trata únicamente de reconocer que el narcotráfico, igual que cualquier otro tráfico ilegal, juega con las mismas reglas estructurales del capitalismo con las que juegan otros sectores de la economía “formal”. No significa que juegen (o que debieran dejar de jugar, más bien) con las mismas reglas legales e institucionales. Por supuesto que defiendo una legislación progresista que prohiba y castigue severamente la trata de personas o el tráfico de armas. Pero no me hago ilusiones respeceto de un modelo económico y de sociedad que por un lado se comprometa a perseguir la trata de personas y el narcotráfico, pero que por el otro cierre olímpicamente los ojos ante la rapacidad intrínseca con la que las élites de la burguesía acumulan riquezas a costa del trabajo de las mayorías. Y peor: no sólo cierra los ojos, sino que incluso favorece y premia tal conjunto de relaciones sociales como la cosa más eficaz y hasta justa.

En todo caso, la proximidad del naroctráfico con los grupos empresariales “legales” es un tema que debe ser estudiado con mucha mayor precisión. No sólo desde el punto de vista de las articulaciones o pivotes (individuos-puente, como Goyeneche), sino desde la perspectiva de las dinámicas estructurales de acuerdo a las cuáles operan todos los grupos cuyo objetivo último es la maximización de sus ganancias y la acumulación de capital para los fines que sea.  También hay espacio para un argumento acerca del comportamiento de esta ‘narcoburguesía’, de las relaciones sociales que construye y de la manera en la que éstas se asemejan o se distancian de los viejos patronalismos y clientelismos del capitalismo mexicano. No es extraño que un tradicionalista capo de la drogra haya construido su reputación con base en escuelas y hospitales apadrinados y financiados por él. Curiosamente, lo mismo ocurre con Teletones, becas Santander y cualquier otro ejemplo de “capitalismo responsable” con el que nos crucemos. Unos lavan dinero; otros eluden impuestos. Al final de cuentas, la filantropía es moneda de cambio para comprar conciencias, pero también un componente importante de este capitalismo global. Por otro lado, y como argumentaba The Observer recientemente en el Reino Unido, los nuevos cárteles y mini cárteles mexicanos (empezando por los Zetas y siguiendo hoy con los Guerreros Unidos) se ven obligados a recurrir a métodos de lo más sanguinarios en un mercado totalmente liberalizado, descontrolado e incierto. Suceden cosas similares con los hedge funds en las bolsas del mundo entero, con los combates subterráneos de las grandes cadenas de supermercados, con las guerras intestinas de las compañías de seguros… No hay decapitados, pero hay, sin duda, una manera mucho más violenta de hacer negocios que bajo las viejas cobijas del capitalismo paternalista de los años 70s. Y con las condiciones económicas cambian también las actitudes y las percepciones sociales.