jueves, 27 de mayo de 2010

Divídete y vencerás...ojalá




Tenemos que afrontar la inviabilidad de muchos Estados en el Mundo. Tenemos que soportar masacres, migraciones forzadas, pobreza crónica y desnutrición catastrófica porque, entre otras cosas, nuestras instituciones internacionales, basadas en parámetros y conceptos filosóficos y políticos que quizá han caducado, se niegan a dejar de guiarse por el principio de un Sistema Internacional compuesto por Estados. Peor aún, se niegan a aceptar que los principios que han defendido abiertamente en algunos sitios han sido bloqueados por estas mismas instituciones en otros lugares. Por diversas razones, los organismos mundiales aceptaron que las diversas nacionalidades de la Europa del Este y Sudeste hicieran de la ex-Yugoslavia y la ex-URSS un colorido y en ocasiones catastrófico mosaico. Sin embargo, la atomización en África por cuestiones étnicas o de otro tipo es prácticamente un tabú en las salas de grilla y cabildeo de estas poderosas (y no tan poderosas) instituciones globales. La respuesta ha sido siempre no. En Biafra, en el Kivú, en Somaliland, en Kurdistán, en Tamil-Sri Lanka... incluso en Palestina, la respuesta ha sido siempre no, niet, nein, jodéos.
Hoy convulsiono mis neuronas entorno a la situación en el Sudán. Por primera vez en África desde la descolonización, un país podría nacer en condiciones legítimas para, e incluso fomentadas por, la comunidad internacional y como resultado de una relativa transición pacífica. Estrictamente hablando no será el primer Estado nacido en África más allá de las querellas de descolonización porque Eritrea se unió al grupo de países que son reconocidos (porque hoy día no basta con existir) porque, después de una cruel guerra contra Etiopía, se acordó que sí había todavía razones de coyuntura colonial que eran plausibles para el caso. En lo que respecta a la posible división del Sudán, es imprescindible recalcar el adjetivo relativa en "transición pacífica" porque no podemos obviar que hasta hoy día en Sudán han muerto centenas de miles de individuos por culpa de una guerra interminable entre un gobierno dictatorial y racista y movimientos de resistencia e independencia armados en defensa propia. También, más de tres millones de personas -inocentes- son ahora refugiados a causa de esta horripilante guerra.
Antes de seguir, les cuento qué me inspiró a escribir esto hoy.

Anoche, miércoles, aquéllo que en Berlín ya no resulta extravagante sucedió. Simplemente estaba revisando un par de tableros informativos sobre los horarios de trenes madrugadores con Nicolás, el quebecoá más políglota de Berlín, cuando nuestra pequeña conversación en francés nos delató. De inmediato un señor nos preguntó -idem en franchute- si podía ayudaros en algo. Y por qué no. Resulta que sabía mejor que nosotros qué tipo de transporte nocturno tomar hacia nuestros respectivos destinos. Trajeado de negro con una camisa de cuello de tortuga y un pañuelo cuidadosamente doblado en su bolsa frontal, el señor se delató por la bandera de la República Democrática del Congo en su solapa. Un vaso de plástico que contenía vino y que incuestionablemente había provocado su ligero estado de ebriedad desentonaba con su finísimo traje. Comprendimos pronto que, después de pedir asilo político en Alemania (aunque admito que no entendí si lo consiguió o no), comenzó a trabajar para la embajada de su país en Berlín, empleo que le permite mantenerse en un bonito departamento al borde del río, en pleno centro de la capital prusiana.

Lo anterior viene a cuento por dos razones. La primera es el detalle de la demanda de asilo. La segunda, el hecho de que este amable señor pasara un miércoles en la noche "bebiéndose" el presupuesto de su paupérrima patria, lo cuál no juzgaré, pero que no deja de ser interesante para la enervante contradicción entre la pobreza de millones y el despilfarro de pocos (sin concluir necesariamente que ese fuese el caso de este señor, pero sí es el de muchos diplomáticos, hombres de negocios y chantajistas profesionales en todo el Mundo en Desarrollo).
A primera vista no hay relación alguna con el tema del Sudán y la anécdota chabacana del congolés en Berlín. No importa. Si no la hay, al menos ya se las conté. Sólo voy a precisar que los millones de refugiados que provocó (provoca) el conflicto en Sudán son una imagen clara de lo que ha sucedido en muchísimos países de África y que en muchas ocasiones una de las opciones para la gente es la solicitud de asilo en un país extranjero (y de preferencia rico, aunque no es requisito: en México DF, 48% de las personas con estado de asilado político son congoleses...). El señor del Congo nos dijo que originalmente venía del Kasaï, una provincia central de la RDC. En un descuido -pero no me animé a averiguarlo-, este señor no tiene ningún "malentendido" con autoridades de su país (es más, trabaja para su país), por lo que la solicitud de asilo quizá la haya hecho basándose en criterios socio-económicos... en fin, dejemos al congolés en paz. El asunto de los diplomáticos y demás funcionarios que se pasean por el Mundo gastándose indiscriminadamente el presupuesto nacional, aunque esté justificado -también en México nuestros diplomáticos ganan de manera inversamente proporcional al trabajo realizado-, se relaciona con la situación del Sudán porque es un ejemplo más de aquéllos sectores de las burocracias africanas que se pueden dar el lujo de saltarse todo tipo de reglas. Son completamente ilegítimos pero tienen poder y recursos (lléguenle al Neopatrimonialismo) y no pueden ser controlados por ninguna institución de su país porque sus estados suelen estar sumidos en crisis estructurales muy profundas.

Bien, vamos a Sudán. Desde 1989 Omar al-Bashir controla con puño de hierro al empobrecido país (pero cuna de reservas petrolíferas envidiables: los chinos invierten al por mayor sin preocuparse mucho por la situación humanitaria), claro está, después de un golpe militar. Para no dejar de hacer el repaso más breve del planeta sobre la historia reciente de Sudán, digamos rápido y generalizando que Al-Bashir ha gobernado para una minoría árabe (y en menor medida, para una parte de la población que es musulmana pero no árabe) y en contra de una mayoría "africana" (es decir, cientos de grupos étnicos), y sobre todo en contra de poblaciones cristianas o no musulmanas. Hay, además, tensiones entre grupos por la organización tradicional de la economía (pastoreo, agricultura, comercio y la incipiente industria petrolera). Seamos todavía más concisos y digamos que el conflicto entre ambas partes lleva, más o menos, 50 años de existencia, básicamente porque Sudán nació como resultado de un acuerdo egipcio-británico (más bien británico) que creó un enorme estado colchón en medio de la nada (es el país más grande del continente) pero que no tomó en consideración las diferencias étnico políticas de su gente.

Pero lo que importa en este pequeño texto es el futuro, así que vamos al Sudán del Sur. En el siguiente mapa hurtado a The Economist apreciarán, amables lectores, la sencilla localización geopolítica de los dos conflictos más fuertes del Sahara en este siglo XXI: Darfur y Sudán del Sur.




Sudán del Sur, con unos 650,000 kilómetros cuadrados, es casi tan grande como Ucrania (o, si prefieren , una tercera parte de México) y tiene una población que va entre los 8 y los 13 millones (comprenderán que la labor estadística en esta zona de guerra es titánica y heroica, pero poco precisa). El conflicto armado, que lleva ya muchos años, llegó a un impasse en 2005 cuando las autoridades del Sudán "grande", presionadas por una comunidad internacional pobremente interesada, firmaron con los distintos movimientos políticos y militares del Sudán del Sur un Acuerdo Comprensivo de Paz (CPA en inglés) en el que reconocían cierto grado de autonomía al gobierno de facto de la región. La complicación entre los interlocutores de Al-Bashir no es menor, pues el movimiento político (SPLM en inglés) y el militar (SPLA) no coinciden necesariamente en todo -aunque originalmente luchan, eso sí, por un Sudán del Sur independiente. La incomprensión entre ambos ha sido aprovechada hábilmente por Al-Bashir en distintas ocasiones y ha permitido el aislamiento de la región.

El ACP no garantiza, en la práctica, gran cosa. Se trata de un plan de acción conjunta (whatever it means) para transferir paulatinamente aquéllas funciones administrativas con las que Juba pueda contar. Mientras, la violencia, la pobreza, la inseguridad y la incertidumbre continúan.
Los procesos electorales nacionales, siempre amañados, han excluido olímpicamente a la población del Sur con trampas de empadronamiento, coerción y miedo. PERO hay esperanza (ya vamos llegando al meollo).


Hace relativamente poco (unos 18 meses quizá), La Corte Penal Internacional en la Haya solicitó la comparecencia del presidente sudanés. No se trata, por supuesto, de una amenaza de calibre suficiente como para poner a un líder a reflexionar -de hecho, al principio Al-Bashir se rió en la cara de los países crédulos que lo llamaban a comparecer-, pero a lo largo de los últimos meses (y sin Bush en la Casa Blanca, hay que decirlo), Bashir se ha quedado cada vez más solo y aislado. Otros países árabes son más bien críticos de sus métodos trogloditas mientras que la comunidad internacional se pregunta, ahora sí, por qué no habían intervenido antes en Sudán. El caso es que después de presiones indirectas y ciertas amenazas más concretas (como un bombardeo estadunidense en el centro del país hace poco menos de un año) el gobierno de Bashir cedió a una petición que lleva ya algunos años cociéndose: un referéndum para la independencia del Sudán sureño.

La gran noticia ha provocado cierta euforia. Es comprensible, pero sería ingenuo pensar que basta. Sin duda, si el próximo año todo sale bien, el referéndum tendrá lugar y los resultados serán positivos a la separación del Sudán del Sur. Pero los retos apenas comenzarán.

Lo que está en cuestión es la idea misa del Estado funcional en África. ¿Con qué herramientas explícitas nacerá el futuro Estado? ¿Será capaz de crear y mantener cierta infraestructura, control sobre el territorio, legitimidad ante la población? ¿Quién tomará qué funciones a cargo? Y no sólo está la cuestión "práctica". Debemos ser críticos con la tradicional aceptación de que los Estados en África deben existir y ser poco flexibles porque eso es lo mejor para el Sistema Internacional. ¿Es eso cierto? ¿Por qué debemos mantener la idea de que el Estado en sí como construcción retórica basta si la comunidad internacional no es capaz de mantenerlo en pie?

Soy partidario del Estado desde una óptica neomarxista más o menos liberal. Esto es, un Estado fuerte, legítimo, activo y eficaz que promueva y controle el desarrollo económico y humano, así como la apertura política y social total. No concuerdo con las posturas más liberales o socialdemócratas del estado regulador o vigilante. Pero eso es harina de otro costal. Lo importante es que en la discusión teórica sobre el Estado en África no podemos reducir su mera existencia a entidades que tan sólo cuentan con el reconocimiento internacional pero que son incapaces de ejercer hacia adentro cualquiera de esas cosas que dije hace un par de líneas: son ilegítimos porque no tienen control alguno sobre la actividad económica y, aunque ésta crezca, el provecho es para pocas manos; no son fuertes porque no tienen instituciones políticas ni económicas, principalmente porque desde los 80's la comunidad internacional ha insistido en que tengamos estados "espectadores" y pasivos: nada de supervisión económica; nada de injerencia en el reparto de bienes que para eso está el mercado.
Sometidos a condiciones financieras, muchos estados africanos debieron adoptar este rol de espectador ante las presiones externas. Después de ello, ni creció la economía a ritmos esperados ni se repartió la riqueza. Tampoco se democratizaron las sociedades (porque, además, el concepto de democracia ha sido pisoteado hasta reducirlo al proceso electoral y al "mercado" político).

Apreciar el nacimiento de un Estado en África como podrá serlo el Sudán del Sur el año próximo implica, primero que nada, reconsiderar qué expectativas tiene el Sistema Internacional de estos nuevos Estados. ¿Será capaz el Mundo de permitir el fortalecimiento de los Estados también en el terreno económico sin consideraciones neoliberales? Si somos realistas, no.
Un nuevo Estado en África debiera poder ser legítimo y eficaz como lo fueron los nuevos estados europeos en los años noventa. No puede ser una débil creación territorial ni "étnico nacionalista" (no hay, por ejemplo, un sólo grupo étnico que reclame la nacionalidad "sudsudanesa"). Habrá que ser conscientes de las necesidades del nuevo estado: burocracia, infraestructura, democracia, economía planificada, limitación de los agentes privados ésta...
Lo bueno, desde el optimismo que irradio (já), es que después de la crisis económica hay esperanza para creer que estamos nuevamente dispuestos a tomar en cuenta Estados activos en esos campos. No es la idea de las grandes organizaciones financieras mundiales, pero puede que sí lo sea en algunas capitales de los países emergentes, por lo que el Sudán del Sur deberá ser muy cuidadoso al solicitar ayuda y consejo. No será siempre bien aconsejado ni por unos ni por otros, pero sería cruel dejarlo a merced de los órganos financieros internacionales. Menos cruel -y espero que más adecuado- sería empujarlo a la cooperación con países grandes como India, Brasil o Sudáfrica, y a los "buenos ejemplos" de su propio continente, como Botswana, Senegal o incluso Ghana.



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