miércoles, 29 de abril de 2009

Lo mejor de lo mejor

Allá afuera está la epidemia de peste-cólera-influenza cochina y fiebre morada (peor que la amarilla). Debido a ella estoy en casa. Otros están muy preocupados por ella (y hacen bien) y comentan todo lo que ven con respecto a ella (como el buen Jordy). No podía ser mejor: en este instante el partido de semifinales de la UEFA Champions League 2008-09 entre el Arsenal de Londres y el Manchester United de... bueno, de Manchester, está en tele abierta (ayer, los culeros oligopólicos de Telerisa y Tvapesta no pasaron el del Barca-Chelsea... aunque según los resúmenes que rolaron en internet estuvo bien de la chingada).
El caso es que estoy disfrutando de un excelente partido. Muy veloz, muy movido, con muchos pases y jugadas enervantes (es puritito fútbol inglés, el mejor del mundo). Estoy contento porque hace un buen rato que no veía un juego tan bueno. Así que decidí, rápido, platicarles los partidos que, según yo, han sido los mejores que he visto en mi corta vida.

Primero, el primero. A los 5 años y casi 6 vi, en junio o julio de 1994 (no sé), el primer partido internacional que recuerdo (y que me gustó, aunque no por el resultado). Bulgaria le ganaba a México. Algunos días después recuerdo haber visto una final entre Italia y Brasil. Seguramente le pregunté a mi papá si los partidos del Mundial eran siempre tan malos y aburridos. Me contestó, creo, que no.
Luego, siendo yo un pequeño fanático del Club Toluca, me regocijé con los dos partidos de la final de Verano 1998 en México. Toluca y Necaxa se anotaron como doscientos goles cada uno en una feria de goles que a mí, a esos 9 casi diez años, me pareció sublime.
Pero lo mejor estaba por llegar. Pocas semanas después empezó el Mundial Francia 98. Recuerdo con mucho gusto el partido inaugural (Brasil 3-1 Escocia), el que según yo fue un gran juego (Bélgica 2-2 México), el que sí lo fue (México 2-2 Países Bajos), y la goliza que los Croatas le pusieron a los orgullosos alemanes en cuartos de final (3-0). Pero el mejor juego de ese mundial, según yo, fue otro de cuartos de final. Dinamarca Brasil, un juegazo de ida y vuelta con 5 goles (ganó Brasil 3 a 2) y excelentes jugadas.
En 1999 vi mi primera final de la Champions League (desde entonces no me la pierdo). En cosa de minutos, ya al final, el Manchester United doblegó al Bayern Munich hasta ganarle 2 a 1. Un juegazo. Ese mismo año, durante el verano, México le Ganó a Brasil 4 a 3 en la final de la Copa Conferedaciones. Ese juego no tuvo madre, aún después de ver 10 goles en un partido (en semifinales, Brasil derrotó 8 a 2 a Arabia Saudí).
El año dosmil trajo con sigo una buena copa europea. Nada como ese Francia-España en el que los galos destruyeron a los iberos antes de erguirse con la copa un par de días después.
Después quizá adquirí un gusto más selectivo, por lo que los partidos que considero sublimes son cada vez menos. Nótese la final de la UEFA entre Liverpool y Alavés que ganó el L'vpool 5 a 4.
Un Turquía 3-2 Corea del Sur por el tercer lugar del mundial 2002; un 2 a 2 (con penales) que ganó Portugal a Inglaterra en la Euro 2004; Un Pachuca-América en el que ganó el Pachuca (me acuerdo de un gol de Vidrio desde media cancha) que debió ser en el 2002 ó 2003, pero o recuerdo.
Hubo, después, un México-Argentina en la confederaciones 2005 (perdimos, pero después de un excelente trabajo), un Liverpool vs. A.C. Milan (3a3 con penales a favor de los beatles) que NO TUVO ABUELA. El mundial 2006 fue bueno, mejor que el anterior. Hubo un Ghana-República checa que ganaron los ghaneses (2-1) muy bueno; un Suecia-Inglaterra (2-2) y, en la fase final, el juego por el tercer lugar entre Portugal y Alemania (1-3).
La última Euro nos mostró un mega Rusia-Holanda (con una derrota espectacular de los anaranjados).
Y bueno, hace apenas 2 semanas, Chelsea y L'vpool empataron 4 a 4 en uno de los mejores juegos de la Champions.

¿Cuáles son sus favoritos?

sábado, 25 de abril de 2009

Fatalista

Desperté hoy en la mañana sobresaltado. Había soñado que, de pronto, dejaba de respirar. El sueño había trascendido a la realidad porque me dí cuenta que mi corazón latía con furia. ¡Realmente dejé de respirar mientras dormía! Vaya, primera vez que me sucede.
De pronto recordé la conversación de anoche con los amigos. El tema que concentró nuestra atención fue, naturalmente, la epidemia de influenza porcina que se abalanzó sobre la ciudad. No pudo haber sido de otro modo. Supuse que el sueño, que seguramente no recordaba bien, había tenido relación con esta fatal enfermedad.
Despejé mi mente bebiendo agua del lavabo. Me enjuagué la cara. No pude evitar verme en el espejo. Todo seguía igual. Me duché y bajé a desayunar. Al hacerme falta algo decidí salir al mercado a comprar víveres.

Dos horas después veía en la televisión un boletín especial acerca de la nueva epidemia. El reportero, bañado en sudor y con una incómoda sonrisa comprometedora, decía que la situación había sobrepasado las medidas impuestas por el gobierno. Cientos de infectados de influenza se arremolinaban frente a los mayores hospitales de la ciudad reclamando medicinas, vacunas y tratamiento. "Hipocondríacos", me dije. "¿Cómo es posible? Apenas ayer eran unos sesenta muertos, la cosa no puede haber empeorado así".
No bien terminaba de pensar en ello qu el reportero anunció una cifra irreal: 671 muertos durante la noche y las primeras horas de la mañana, tres cuartas partes en la Ciudad. "Vaya". "Esto se pone emocionante". No pude evitar el cinismo.

Salí. Quería ver ese caos social que precede a las crisis colectivas, a la paranoia común. Pocos carros circulaban por las calles, casi todos a gran velocidad. Los peatones evitaban cruzarse con otros, caminando por las calles y sorteando a los demás caminantes. Una mujer casi choca contra un joven. De inmediato discutieron "¡fíjese!, ¡qué tal si me infecta!", "¿Y cómo va a ser si apenas he salido de casa? El virus no lo tengo yo".
Disfruté el momento. Caminé por la avenida sin cuidado de otros transeuntes. Los provocaba y reía en mi interior cuando, presurosos, me evitaban y, en cuanto los dejaba atrás, me volteaban a ver susurrando peladeces. No traía cubre bocas y respiraba a grandes bocandas.
Entré al metro: "CERRADO POR CONTINGENCIA". Una ambulancia pasó velozmente y frenó en seco ante otra que, cruzando la calle, no se había percatado. Casi discuten los dos choferes, pero el sentido del deber, ese que les permite salvar las vidas que cuelgan de los hilos más trágicos, les permitió zanjar la disputa e irse cada uno de su lado.
Me acerqué a un centro comercial del que, obviamente, no se veía rastro de actividad humana. Un par de individuos intentaban forzar una puerta. De pronto, un señor sin tapabocas cayó de rodillas en la acera contraria. Una mujer se detuvo y preguntó si todo estaba bien, si quería una ambulancia. No fue necesaria, él fue la primera víctima in situ. Despavorida, la mujer corrió y abandonó el cuerpo del hombre, frio, inmóvil y contagiado. Una patrulla se acercó, hizo un par de llamadas y acordonó la cuadra.

Tres días han pasado. No sé en qué momento se radicalizó la situación, pero hoy esto es un caos. Los supermercados fueron asaltados por hordas de compradores compulsivos. Cada quien salía con reservas suficientes para aguantar tres semanas en casa. Vacías las tiendas, pronto la gente dejó de tener razón alguna para salir de casa. El transporte vial, caótico los primeros días sin metro, era hoy una tranquila visión de primero de enero, excepto en las vialidades que comunicaban a la ciudad con el exterior del país. Sin embargo, las casetas eran casi imposibles de cruzar, ningún estado de la República quería recibir a los posibles contagiados.
Pocos eran los temerarios que afrontaban al contaminado aire. La televisión mostraba cifras imposibles: 56,501 muertos y cuatro veces más infectados. La ciudad comenzaba a mostrar esa horrible visión de escenario de guerra. Algunos indigentes yacían muertos en las calles. Los hospitales, rebozantes, habían cerrado sus puertas y se limitaban a tratar los casos de aquellos enfermos afortunados que llegaron a tiempo. La policía y el ejército, con máscaras de lo más sofisticado, resguardaban las cercanías de hospitales y edificios públicos de las violentas hordas.

Alguien notó que era el momento ideal para saquear tiendas distintas a las que vendían alimentos. La violencia se confundía con la desesperación y el miedo. Aquellos resignados se quedaban en casa a escuchar las poco alentadoras noticias. Los más despreocupados se reunían entre sí. Fue mi caso. Era inútil vivir aislado y con temor. Los amigos seguíamos reuniéndonos y discutíamos la situación. Algunos volvíamos a la escuela para encontrarnos ahí. Era todo tan sencillo. Los pocos automobilistas aprovechaban la tranquilidad. Los periódicos dejaron de publicarse y toda actividad regulable era cancelada. Habían pasado dos semanas y más de 450 mil muertos.

domingo, 19 de abril de 2009

Perdón

No, no estoy escribiendo un texto para pedirle perdón a alguien... esperen.

Resulta que hay en distintos episodios de la Historia Moderna pequeños rencores que subyacen, a veces de forma muy superficial y a veces muy en lo profundo. Rencores quizá no sea la palabra adecuada. Me refiero a todo un conjunto de experiencias históricas que una sociedad (una cultura, un pueblo, un grupo social) acumula en su repertorio histórico colectivo y que fueron negativas. Afrentas, ataques, insultos... pero también marginalización, guerras, invasiones, genocidios.
Voy a aterrizar un poco con dos ejemplos. En la confusión que significó la desintegración del Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial, la autoridad central del Imperio, en su mayoría conformada por turcos, desencadenó una matanza atroz (un genocidio) contra casi un millón de armenios (formaban parte de ese vasto imperio). La crueldad del episodio no se limita a lo sucedido durante esos años (ya bastante, por no decir más), sino que ha extendido a lo largo de todo el siglo pasado y, en todo caso, hasta el año pasado. Me refiero a la negación sistemática que el gobierno turco (pero no solo, también amplios sectores de la sociedad) ha hecho a todo tipo de exigencias por parte de la comunidad internacional por, sencillamente, pedir perdón al pueblo armenio, externar sinceras disculpas y restablecer relaciones cordiales.
El gobierno fascista italiano invadió Etiopía y Libia. Italia se había quedado muy atrás en la carrera imperialista europea. Imaginen esa situación de "atraso" con respecto a otras potencias del continente sumada a un sistema político fascista (con un líder autoritario, Mussolini). Pues bien, la invasión se llevó a cabo (hubo un silencio culpable por parte de la comunidad internacional, a excepción de mi General Cárdenas que desde su muy humilde trinchera condenó hasta el cansancio la invasión a Etiopía). A finales de 2008, otro loco peligroso (Silvio Berlusconi) decidió contactar amistosamente al gobierno libio para ofrecerle disculpas por aquellos años de invasión e imperialismo. Esas disculpas incluyeron varios millones de euros en compensación por sucesos de hace más de 70 años. La posición italiana es muy cuestionable: ¿realmente vamos a pensar que Berlusconi es un alma pía que va por el mundo remendando los errores del imperialismo europeo? Lo dudo profundamente. Pero me queda claro que el gesto fue importante.

A lo que voy con todo esto es, justamente, a la importancia de que los estados y los pueblos reconcilien viejas enemistades y, en nombre de la paz y las nuevas generaciones, vuelvan a sonreirse unos a otros. Los alemanes han pedido interminables disculpas al pueblo judío, pero creo que son los únicos. Las otras potencias europeas han sido mucho más desobligadas con respecto a los horrores que cometieron en África, América, Asia y Oceanía. Los japoneses han eludido hábilmente sus responsabilidades con respecto a la invasión a China (al fin y siempre fueron comunistas, ¿cómo les íbamos a pedir perdón?). Los israelíes están muy lejos de pedir disculpas (y de hacer algo efectivo) al pueblo palestino. Estados Unidos, que debería repartir disculpas en todo el Mundo, es el peor ejemplo. Chile no se ha disculpado con Bolivia, Rusia con Finlandia o Polonia, Bélgica con el Congo, Francia con Vietnam... y la lista sigue.
El asunto del perdón es muy simbólico, lo reconozco. Pero no deja de ser un elemento reconciliador muy importante porque, en primer lugar, lava las heridas (las que se pueden lavar) de la memoria colectiva, de la historia de un pueblo. Somos reconocedores del invaluable aporte científico y cultural que el exilio español significó para México y eso que nunca nos han pedido disculpas (aunque quizá este no sea un buen ejemplo. En el fondo, ¿a quién le van a pedir disculpas los españoles? ¿a los mestizos, cristianos o hispanófonos del país?).
El proceso de reconciliación turco-armenio empezó con un simple partido de fútbol al que asistió, en Armenia, el presidente turco (un hito histórico, y no por el partido).

Y los países no sólo tienen cuentas que saldar entre sí. También tienen cuentas que saldar con sus propias poblaciones. Los españoles ya empezaron (aunque la derecha se niega a aceptar leyes que reconozcan a ese nivel la importancia del pasado dictatorial). Las sociedades del Cono Sur reclaman justicia vis á vis de sus antiguos militares dictadores. Los sudafricanos reclaman redimir las atrocidades del Apartheid. Los tibetanos, los tamiles, los ruthenios, los irlandeses, los vascos, los aymaras, los yaquis, los lacandones, los sioux, los berberes, los aborígenes australianos....

Entonces, ¿me perdonas?

martes, 7 de abril de 2009

altermundialismo globalizado. Antiglobalización mundializada

No es un simple juego de palabras. Como me supongo que ustedes ya habrán notado, los movimientos masivos de protesta en contra de los efectos nocivos de la globalización, así como aquéllos que defienden a las culturas tradicionales en marcos universales son, claro está, movimientos altermundialistas globalizados.
No querré hacer un análisis filosófico antropológico de este fenómeno. Ya verán que tan sólo enumeraré algunos ejemplos de esto que parece contradictorio pero que no lo es para nada.
Pienso, inicialmente, en los conciertos de Manu Chao (yaaa!!, no me juzguen). En Barcelona, en Sao Paolo, en Londres o en México, la banda que asiste a un concierto del buen Manu es, más o menos, la misma: los chavos alivianados motorolos con playeras del EZ o del MST. Las chicas de perforaciones en nariz y orejas con bufandas estilo palestino y faldas sobre los pantalones. Los guarachudos con pantalones rotos, barba de una semana y una que otra rasta o trenza. Los universitarios de lentes y cola de caballo con camisas de manta del Punjab o de Chiapas. En suma, esta clase media mundial (en nuestros países se confunde con la clase alta) que se identifica fácilmente con sus semejantes en otros países (sobre todo en occidente, pero seguro que los hay en todo el globo). Estos "neo-hippies", "anarco-fresas", "marxistablogueros" (¿quién dijo yo?), "rastaamnistías" y trotamundos de mochilazo. Inconfundibles en Italia, Colombia, Sudáfrica o Australia. Fumadores de mota o de cigarros baratos pero con suficiente lana para volar a Europa o Centroamérica; o bien, clase medieros en estos países en vías de desarrollo que primero dan el rol a tamborazos por Oaxaca o el Cervantino.
Bueno, pues esos somos los que vamos a los conciertos del Manu y a las protestas en contra del G20, del foro Mundial del Agua; marchamos contra los abusos de los derechos humanos en China y contra la pena de muerte en Irán o EU. En el fondo, son movimientos posibles gracias a la alta mundialización de los medios tecnológicos de comunicación (el EZLN no sería lo que es ahora sin el enorme efecto mediático-cibernético que tiene en países distintos a México) y al intercambio constante de personas e ideas, condiciones facilitadas por la globalización. ¿Es, entonces, tan mala? El argumento no es ese.

Uno es globalifóbico cuando protesta contra la OTAN, la política de la OMC o la visita de algún presidente mala onda a su país. Los medios le tachan a uno de globalifóbico si protesta ante un Walmart, un starfucks o un burguer King. No se dan cuenta que en la medida en que esas protestas se repiten casi de forma idéntica en Seattle, Guadalajara, Río o París todos somos productos de la globalización. Y estamos conscientes de ello: la globalización no es criticada en sí como un mal completo, sino algunos de sus elementos de carácter divisorio, marginal y empobrecedor. Parece irónico (pero no lo es) que la campaña de Amnistía Internacional sea: Alza tu voz tú que eres escuchado, para que liberemos a Mahmoud Al-fatah, preso por querer expresarse en un país que no es como el tuyo, donde si te expresas vas al bote y por defender los derechos humanos derechos que, en tu condición de clase mediero alto, tienes garantizados en tu ciudad de Valladolid. Envía esta petición por correo electrónico herramienta de la globalización a la que tienes acceso porque tus jefes trabajan mucho a todos tus amigos iguales a tí para que alzen su voz y liberen a Mahmoud, víctima de la globalización recuerda comprar nuestras playeras en la boutique de amnistía. (en cursivas lo que implícitamente te dicen)

Y ejemplos como estos hay muchos. Lo que quiero rescatar es este carácter excluyente (aunque no consciente) del movimiento altermundialista. Hay que tener algo de dinero y de "capacidad de análisis y crítica (haber ido a la escuela)"; hay que poder viajar y/o comunicarse con gente que vive a miles de kilómetros; hay que estar informado de lo que sucede en Buthán, Níger o Bolivia; hay que estar en contacto con redes locales de defensa de los derechos humanos (si trabajas más de ocho horas diarias en una fábrica, es obvio que no te podrás dedicar a esto); hay que asistir a los festivales que organizamos los sábados en la Condesa o en los Champs Elysées.... y así, muchas condiciones más.
¿Qué le pasa al altermundialismo? ¿es efecto o contradicción de la globalización? Es evidente, creo yo, que el altermundialismo se nutre de las ventajas que la globalización ofrece para después atacar los puntos erróneos de esta globalización (lo que, en principio, me parece correcto).

Falta mucho por hablar. Es cierto que no he escrito sobre los verdaderos paladines del altermundialismo: las "culturas en resistencia", o, para deciro y que no suene revoltoso, los grupos sociales realmente marginados cuya voz difícilmente es escuchada (incluso por los mismos globalifóbicos). Estos grupos sociales empobrecidos, segregados y violentados (cuyas artesanías compramos en Coyoacán o en Chelsea) que deveras ven venirse encima a la globalización y que no pueden defender a su propia cultura o tradición ante esta tormenta.

Sí. hablé como globalifóbico. Hablé como el estereotipo al que describí en estos párrafos. Digo, nomás pa' que no les quede duda.