Desde hace varios años las altas esferas de la burocracia europea han hecho hasta lo imposible por mantener en alto la esperanza de configurar una Europa más integrada, con objetivos comunes que trasciendan sus fronteras y con instituciones más sólidas que la representen coherentemente con el exterior y la legitimen al interior.
Sería extremadamente falso, o al menos simplista, considerar que esto es ya una realidad. Para empezar, el famoso Tratado de Lisboa que finalmente aprobaron en los últimos dos meses los tres que faltaban (Irlanda por Referéndum, Polonia por su legislativo y la República Checa mediante su Corte de Justicia) entró en vigor en el instante mismo en que el presidente checo aceptó sin más lo que su propia Corte le indicaba. Lisboa promete, en dos palabras, reforzar - recién crear - la imagen, la posición y el rol de la Unión Europea en el mundo. También espera consolidar las instituciones vitales como el conjunto de comisiones. Nada más titánico.
Lisboa es el refrito patético y desalmado del frustrado intento de Constitución Europea. Era yo un mocoso imberbe (ahora sólo soy imberbe)cuando, en 2005, recibí con aplausos el NO que los referéndums en Francia y los Países Bajos arrojaron a tal proyecto. Yo sólo entendía una cosa del proyecto de Constitución: neoliberal. La verdad es un tanto más compleja, pero no dejaba de ser, admitámoslo, una verborrea preinstitucional que esperaba fortalecer el libre mercado europeo (quizá con consecuencias desastrosas para los menos favorecidos, especialmente los recién ingresados) y unificar políticas comunes respecto a temas de lo más inverosímiles. Era un pedazo de leyes supranacionales de muy corto alcance (a mi parecer), como lo prueba la inconsistencia con la que el Reino Unido se da el lujo de decirle sí a veces y no otras veces a lo que digan las enmarañadas instituciones en Bruselas o Strasburgo.
Pero ese intento de Constitución era muy importante por un punto en particular que yo, preparatoriano incontrolabe, no comprendía: la UE gozaría de una presencia mundial mucho mayor de la que ahora tiene (si es que tiene alguna). La UE, finalmente, podría pasar por un jugador más de las grandes negociaciones diplomáticas y no depender necesariamente de lo que sus divididos miembros opinaran respecto a uno u otro tema. Pues bien, los referéndums mataron esa Constitución (quizá con razón, pero honestamente no tengo los elementos para juzgarlo).
Después de tremendo descalabro, los gobiernos europeos decidieron pasarse la democracia directa por el arco del triunfo y decidieron que cada parlamento tomaría la decisión respecto a la enmendada propuesta constitucional que ahora pasó a llamarse Tratado de Lisboa. Todos votaron a favor. Todos menos uno (léase como viñeta gala de 50a.c.): la pequeña Irlanda. ¿Qué le pasó por la cabeza a una bola de duendecillos verdes borrachos y barbudos que estaban creciendo a tasas impresionantes año tras año? Yo no lo sé, pero me dio gusto que fueran los únicos dispuestos a aventarse el paquete del referéndum... y que pierde Lisboa.
Para no hacerles el cuento largo, resulta que después de medio negociar con Dublín (con la inesperada ayuda de una crisis de la chingada que tumbó a la pobre isla) Europa logró un nuevo referéndum en la isla. Y lo ganaron.
Para resumirlo todo a puestos individuales, Lisboa, ya aprobada, exigía la creación de dos plazas en la UE. La primera, la presidencia del Consejo Europeo que ha pasado a llamarse Presidencia de Europa. La segunda, el Alto Comisionado para Relaciones Exteriores, un especie de uno para veintisiete y veintisiete para uno de la diplomacia. Durante varios meses el nombre de Tony Blair no dejó de circular por toda la UE. Se esperaba realmente que él tomara las riendas de alguno de los dos nuevos cargos para darle "consistencia", "firmeza", "dirección" y "prestigo" a la UE.
Pues nada de eso. Blair es visto (y con razón) como el atlantista que cayó en las podridas redes de Bush. Blair el belicoso, el arrodillado, el lamebotas o el imprudente. Blair el proyanqui, el texano de clóset, el laborista thatcheriano, el responsable, en parte, de la debacle actual del Labour en el RU.
Bueno, pues ese Blair NO podía ocupar cargo grande alguno. Así lo decidieron los dos enanos que representan hoy el eje París-Berlín, reforzado como resultado de la hiperactividad de Sarkozy y aceptado sin demasiado alembreste por la sombría Angela.
Fue la misma canciller alemana la que dijo expresamente que el nuevo Presidente del Consejo debía provenir de un país pequeño. ¿Para qué? Esa fue la pregunta más recurrente. ¿Qué grandes diplomáticos hay en los países pequeños a excepción de Suecia y Finlandia? ¿Qué hará un esloveno, un luxemburgués o un maltés en la presidencia? ¿Qué podría hacer un belga? ¿¡¡UN BELGA!!? Pues sí, un belga. Frau Merkel jaló todos los hilos y es quizá la primera responsable de que hoy, 19 de noviembre, los 27 países hayan aprobado por unanimidad a Herman Van Rompuy como primer presidente del Consejo Europeo. Ni hablar.
Ahí les va. Herman Van Rompuy no tiene experiencia diplomática, pero resultó ser un excelentísimo mediador y pacificador en la histérica crisis política belga que duró año y medio. Desde las elecciones federales en junio de 2007 hasta diciembre de 2008, cuando él asumió el liderazgo del parlamento sin haber sido votado por el pueblo (las elecciones sí las ganó su partido demócrata cristiano flamenco, pero el Primer Ministro fue un enorme incompetente, el señor Yves Leterme, que descagó al país). Les decía, Van Rompuy lidió con la intransigente y peligrosa derecha belga (tanto flamenca nacionalista como valona putrefacta) y con una maraña de contradicciones entre los demócratas cristianos de un lado y otro de la frontera lingüística. En pocas palabras, el intelectual Van Rompuy, serio y decente, carga con el mérito de haber apaciguado a un país en llamas que bien pudo haber dejado de ser país.
Pero se nos va a las grandes ligas. ¿Qué balance sacar de ahí? Para Bélgica definitivamente es contradictorio, quizá más malo que bueno: No podemos recurrir, por segunda vez en menos de 15 meses, a un nuevo primer ministro que NO haya sido electo por la población. Peor todavía, lo más probable es que regrese el incompetente de Yves Leterme. Los frágiles equilibrios políticos en Bélgica podrían tambalearse a la menor provocación y no creo que el Señor Leterme pueda ser el artífice la estabilidad política belga. La única ventaja para el país de la cerveza es que algo habrá de prestigio. Y sobre todo significa un enorme reto para todo un grupo de políticos y diplomáticos belgas que deberán ponerse las pilas en la UE y sacar adelante un proyecto de integración que se la haga de tos a los gringos y ponga en su lugar a los chinos.
Europa gana... o pierde. Soy de la idea que un gran diplomático europeo, reconocido por propios y extraños, habría desempeñado un excelente papel. Hay doscientos mil expresidentes finlandeses que han colaborado en la ONU o en otras instancias diplomáticas de alto calibre con resultados generalmente buenos. Sé que lo mejor que podía pasarle a Europa era que los tres grandes (la pobre Italia, aunque en población alcanza a los brits, está hundida en su mediocridad berlusconiana) llegaran a una posición de statu quo que evitara que se lanzaran a la yugular. Blair no será pero el RU sí se quedó con la alta comisión de asuntos exteriores. Francia y Alemania seguirán tras bambalinas asegurándose que todo salga según pensaron tomando bordeaux y comiendo kartoffel.
En el fondo hay pocas cosas que se pueden tirar en claro. La primera es que Europa, por fin, tomará una nueva imagen (nomás que todavía no sabemos si será buena o no). Además esto obliga a los 27 a activarse y colaborar mejor entre ellos a riesgo de verse chamaqueados por los más grandes. Espero también que agilice el trámite de ingreso a los que están en fila de espera, sobre Islandia (que ya la subastaron en ebay como doscientas veces), Croacia (que ya arregló sus broncas fronterizas con Eslovenia) y Turquía que sencillamente se lo merece.
Una Europa más fuerte y dinámica es importante... pero también me gustaría estar seguro de que la Petite Belgique sobrevivirá sin la mano firme de Van Roumpy, y eso ni Blair ni Sarko no nadie me lo pueden asegurar.
Sería extremadamente falso, o al menos simplista, considerar que esto es ya una realidad. Para empezar, el famoso Tratado de Lisboa que finalmente aprobaron en los últimos dos meses los tres que faltaban (Irlanda por Referéndum, Polonia por su legislativo y la República Checa mediante su Corte de Justicia) entró en vigor en el instante mismo en que el presidente checo aceptó sin más lo que su propia Corte le indicaba. Lisboa promete, en dos palabras, reforzar - recién crear - la imagen, la posición y el rol de la Unión Europea en el mundo. También espera consolidar las instituciones vitales como el conjunto de comisiones. Nada más titánico.
Lisboa es el refrito patético y desalmado del frustrado intento de Constitución Europea. Era yo un mocoso imberbe (ahora sólo soy imberbe)cuando, en 2005, recibí con aplausos el NO que los referéndums en Francia y los Países Bajos arrojaron a tal proyecto. Yo sólo entendía una cosa del proyecto de Constitución: neoliberal. La verdad es un tanto más compleja, pero no dejaba de ser, admitámoslo, una verborrea preinstitucional que esperaba fortalecer el libre mercado europeo (quizá con consecuencias desastrosas para los menos favorecidos, especialmente los recién ingresados) y unificar políticas comunes respecto a temas de lo más inverosímiles. Era un pedazo de leyes supranacionales de muy corto alcance (a mi parecer), como lo prueba la inconsistencia con la que el Reino Unido se da el lujo de decirle sí a veces y no otras veces a lo que digan las enmarañadas instituciones en Bruselas o Strasburgo.
Pero ese intento de Constitución era muy importante por un punto en particular que yo, preparatoriano incontrolabe, no comprendía: la UE gozaría de una presencia mundial mucho mayor de la que ahora tiene (si es que tiene alguna). La UE, finalmente, podría pasar por un jugador más de las grandes negociaciones diplomáticas y no depender necesariamente de lo que sus divididos miembros opinaran respecto a uno u otro tema. Pues bien, los referéndums mataron esa Constitución (quizá con razón, pero honestamente no tengo los elementos para juzgarlo).
Después de tremendo descalabro, los gobiernos europeos decidieron pasarse la democracia directa por el arco del triunfo y decidieron que cada parlamento tomaría la decisión respecto a la enmendada propuesta constitucional que ahora pasó a llamarse Tratado de Lisboa. Todos votaron a favor. Todos menos uno (léase como viñeta gala de 50a.c.): la pequeña Irlanda. ¿Qué le pasó por la cabeza a una bola de duendecillos verdes borrachos y barbudos que estaban creciendo a tasas impresionantes año tras año? Yo no lo sé, pero me dio gusto que fueran los únicos dispuestos a aventarse el paquete del referéndum... y que pierde Lisboa.
Para no hacerles el cuento largo, resulta que después de medio negociar con Dublín (con la inesperada ayuda de una crisis de la chingada que tumbó a la pobre isla) Europa logró un nuevo referéndum en la isla. Y lo ganaron.
Para resumirlo todo a puestos individuales, Lisboa, ya aprobada, exigía la creación de dos plazas en la UE. La primera, la presidencia del Consejo Europeo que ha pasado a llamarse Presidencia de Europa. La segunda, el Alto Comisionado para Relaciones Exteriores, un especie de uno para veintisiete y veintisiete para uno de la diplomacia. Durante varios meses el nombre de Tony Blair no dejó de circular por toda la UE. Se esperaba realmente que él tomara las riendas de alguno de los dos nuevos cargos para darle "consistencia", "firmeza", "dirección" y "prestigo" a la UE.
Pues nada de eso. Blair es visto (y con razón) como el atlantista que cayó en las podridas redes de Bush. Blair el belicoso, el arrodillado, el lamebotas o el imprudente. Blair el proyanqui, el texano de clóset, el laborista thatcheriano, el responsable, en parte, de la debacle actual del Labour en el RU.
Bueno, pues ese Blair NO podía ocupar cargo grande alguno. Así lo decidieron los dos enanos que representan hoy el eje París-Berlín, reforzado como resultado de la hiperactividad de Sarkozy y aceptado sin demasiado alembreste por la sombría Angela.
Fue la misma canciller alemana la que dijo expresamente que el nuevo Presidente del Consejo debía provenir de un país pequeño. ¿Para qué? Esa fue la pregunta más recurrente. ¿Qué grandes diplomáticos hay en los países pequeños a excepción de Suecia y Finlandia? ¿Qué hará un esloveno, un luxemburgués o un maltés en la presidencia? ¿Qué podría hacer un belga? ¿¡¡UN BELGA!!? Pues sí, un belga. Frau Merkel jaló todos los hilos y es quizá la primera responsable de que hoy, 19 de noviembre, los 27 países hayan aprobado por unanimidad a Herman Van Rompuy como primer presidente del Consejo Europeo. Ni hablar.
Ahí les va. Herman Van Rompuy no tiene experiencia diplomática, pero resultó ser un excelentísimo mediador y pacificador en la histérica crisis política belga que duró año y medio. Desde las elecciones federales en junio de 2007 hasta diciembre de 2008, cuando él asumió el liderazgo del parlamento sin haber sido votado por el pueblo (las elecciones sí las ganó su partido demócrata cristiano flamenco, pero el Primer Ministro fue un enorme incompetente, el señor Yves Leterme, que descagó al país). Les decía, Van Rompuy lidió con la intransigente y peligrosa derecha belga (tanto flamenca nacionalista como valona putrefacta) y con una maraña de contradicciones entre los demócratas cristianos de un lado y otro de la frontera lingüística. En pocas palabras, el intelectual Van Rompuy, serio y decente, carga con el mérito de haber apaciguado a un país en llamas que bien pudo haber dejado de ser país.
Pero se nos va a las grandes ligas. ¿Qué balance sacar de ahí? Para Bélgica definitivamente es contradictorio, quizá más malo que bueno: No podemos recurrir, por segunda vez en menos de 15 meses, a un nuevo primer ministro que NO haya sido electo por la población. Peor todavía, lo más probable es que regrese el incompetente de Yves Leterme. Los frágiles equilibrios políticos en Bélgica podrían tambalearse a la menor provocación y no creo que el Señor Leterme pueda ser el artífice la estabilidad política belga. La única ventaja para el país de la cerveza es que algo habrá de prestigio. Y sobre todo significa un enorme reto para todo un grupo de políticos y diplomáticos belgas que deberán ponerse las pilas en la UE y sacar adelante un proyecto de integración que se la haga de tos a los gringos y ponga en su lugar a los chinos.
Europa gana... o pierde. Soy de la idea que un gran diplomático europeo, reconocido por propios y extraños, habría desempeñado un excelente papel. Hay doscientos mil expresidentes finlandeses que han colaborado en la ONU o en otras instancias diplomáticas de alto calibre con resultados generalmente buenos. Sé que lo mejor que podía pasarle a Europa era que los tres grandes (la pobre Italia, aunque en población alcanza a los brits, está hundida en su mediocridad berlusconiana) llegaran a una posición de statu quo que evitara que se lanzaran a la yugular. Blair no será pero el RU sí se quedó con la alta comisión de asuntos exteriores. Francia y Alemania seguirán tras bambalinas asegurándose que todo salga según pensaron tomando bordeaux y comiendo kartoffel.
En el fondo hay pocas cosas que se pueden tirar en claro. La primera es que Europa, por fin, tomará una nueva imagen (nomás que todavía no sabemos si será buena o no). Además esto obliga a los 27 a activarse y colaborar mejor entre ellos a riesgo de verse chamaqueados por los más grandes. Espero también que agilice el trámite de ingreso a los que están en fila de espera, sobre Islandia (que ya la subastaron en ebay como doscientas veces), Croacia (que ya arregló sus broncas fronterizas con Eslovenia) y Turquía que sencillamente se lo merece.
Una Europa más fuerte y dinámica es importante... pero también me gustaría estar seguro de que la Petite Belgique sobrevivirá sin la mano firme de Van Roumpy, y eso ni Blair ni Sarko no nadie me lo pueden asegurar.
3 comentarios:
Yo digo que los belgas tiene un plan para apoderarse del mundo que Diego no nos quiere contar.
Jaja, mi estimado, ya se nos va a ir a Berlín y hay que hacer algo al respecto, una cena, mínimo unas chelas, algo pa' charlar.
En cuanto a su agradable comentario: no idealizo a los europeos, ni a sus instituciones, es más, ni siquiera idealizo el "sueño de Europa" como tal, sino que me agrada ver que -como sea, con ayuda de los gringos, después de dos guerras mundiales, etc- la posibilidad de la cooperación y el entendimiento no está resquebrajada. Con todo y los detalles de la "derechización" de Europa, hay algo ahí -algo quizá más inmaterial, etéreo- que sigue caminando. Que un alemán, español, belga o rumano puedan sentirse parte de algo mayor a la nación ya me deja pensando cosas positivas sobre la posibilidad de replantear paradigmas, por más arraigados o añejos que sean. Y sí, también hay un poco de frustración y de deseo ingenuo de que algo así pudiera suceder con México y Latinoamérica: una integración más profunda en niveles políticos y económicos. Pero bueno, esto da para una gran charla. Le mando un abrazo.
Jordy
Caray Diego, qué acertado resumen de lo que ha pasado con la UE en los últimos años y qué interesante es leer sobre las contradicciones de la presidencia europea, el panorama belga, conocer tu miedos políticos no mexicanos y tus predicciones.
Yo soy de la idea de que un Alto Comisionado fuerte y con herramientas diplómaticas reales era más que necesario para la consolidación de la imagen de la UE como actor político independiente, pero la figura de Presidente de Europa no deja de meterme ruido y creo que, en efecto, podría llegar a ser más disruptivo que benéfico.
A pesar de que Merkel me cae muy bien, yo tampoco entiendo el por qué de su elección y su presión para designar al amigo Belga. En el fondo me queda la impresión que, como propones, es para manejar los hilos desde atrás y evitar enfrentarse con una figura política de renombre que brille con luz propia.
En fin, esto también da para mucho, mucho más.
Saludos.
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