Mi hermano menor, un sujeto flaco y de quince años, que ha crecido de forma desproporcionada en los últimos dos o tres años (ya saben, primero las piernas, luego la cabeza y luego los pies: ahorita parece Bugs Bonny sin orejas) tiene una mente macabra que no coincide con su complexión física. Tiene tendencias dictatoriales y un ego del tamaño del planeta que, en ocasiones, me pone los pelos de punta. Pero debo admitir que no todo es culpa suya: él tiene una explicación muy lógica que saca a flote cada que se encabrona con mis padres: "¡esto es culpa de ustedes! ¡De no haberse divorciado yo sería un muchacho tranquilo!" Argumento inválido como los de nuestro presidente. Y sin embargo, cuando salen las cosas a la luz, resulta que yo tengo la culpa o, al menos, la responsabilidad que tiene cualquier cerebro del crimen. Ahí les va un ejemplo.
Una vez, hace como dos años o poquito más, mi hermano preparó y probó una bomba molotov en la azotea de casa de mi papá y su mujer. Aunque nadie escuchó la explosión del artefacto, la pereza de mi hermano es tal que dejó las paredes manchadas/chamuscadas (o quizá no supo cómo limpiar) y los vidrios de la botella esparcidos por la azotea. Claro, a la primera que mi papá visita la azotea se da cuenta del espectáculo, y las pistas son inconfundibles. El arranque de furia fue predecible, cierto, pero lo mejor del caso es es "no, papá, espera! Una vez Diego me dijo cómo se preparaban esos cócteles!" Ya rugiste, mano; ya me fregué. De inmediato recibí una llamada de mi papá (yo estaba, claro, en el DF, muy lejos de la escena del crimen y haciendo, tranquilamente, cualquier cosa): "¡CABRÓN! ¡¿Qué chingados le enseñaste a tu hermano?!" Me llevaba la chingada. Aunque afortunadamente a mi papá se le pasó muy pronto el coraje (creo que nunca se tomó en serio el viejo refrán que ahora me viene a la mente "la culpa no la tiene el indio sino el que lo hizo compadre"), quedé marcado como el hermano mayor que se sabe los malditos secretos de las "tácticas terroristas" que ahora mi hermano pone a prueba.... sí, también una vez le dije cómo hacer Napalm casero y ese tipo de cosas, pero prometo solemnemente que nunca esperé que mi hermano las utilizara. (Para qué me hago pendejo: claro que sabía que las iba a probar, pero, es su pedo, ¿no?).
De ahí en fuera, los indicios aparecen como por arte de magia. "Fabricio es muy violento", dice mi madre (Fabricio es el tipo de 15 años en cuestión), y Nicolás, el otro hermano que tengo de 18 años, resuelve fácilmente el comentario: "es que Fabricio juega un juego de compu bien violento que Diego le regaló" (el maldito GTA San Andreas). Eso fue hace unos tres años. Luego fue, "es que Fabricio lee un libro de "Hitler para mazoquistas de Rius que Diego dejó en la casa".
Estuve a punto de creerme todos esos argumentos de aquí hasta la eternidad y sentirme responsable por los comentarios cuasi-fascistas que luego se avienta el buen Fabricio: "lo que este país necesita es un Dictador" o "una cosa buena del fascismo es que se ocupó -whatever it means- de la gente improductiva" o "pinches franceses y gringos, los odio, los odio porque ser mexicano y ser belga implica, inmediatamente, odiarlos". Responsable no por que yo piense igual (eso sería muy equivocado), sino por que yo le enseñé, digamos, a hacer cócteles molotov.
En esas estaba (no es cierto, no crean que sufro por ello) cuando se asomó el sábado pasado. El sábado pasado la mujer de mi papá y su hermana cuata cumplieron 50 años y armaron fiesta. En una de las mesas, a la que estaban sentados los puros "ñores dizque buenos pa' discutir de política y cosas así", se encontraba mi jefe enfrascado en una discusión de política local con otros dos señores (ya sabrán, purito, tequilorum, "pinches viejas", "tráigannos otra", en fin). Yo, dócilmente, estaba sentado ahí, tanto porque el vino estaba buenísimo como porque la discusión estaba bastante acalorada y, por supuesto, porque desde chico me gusta meterme en las pláticas de mi papá y escuchar las chingaderas que dicen (algunas veces ilustrativas, otras brillantes, otras pueriles y otras guarradas). En eso estábamos cuando salió Carlos Salinas. Yo ya estaba blandiendo una espada imaginaria rivalizando con cualquiera que me dijera que ese sujeto era un chingón y la madre. Pues sí hubo quien lo dijo (el más borracho de la mesa), pero parecía convencido y todavía tenía algo de lucidez para esgrimir su argumento. El ñor salió con que Salinas cambió a México, hizo carreteras y puentes, apoyó la mediana y pequeña industria, nos acercó al primer mundo... las patrañas salinistas de siempre. Mi jefe se alebrestó cuando otro cabrón dijo que los panuchos eran continuidad de Salinas. Yo pensé que iba a seguir de mi lado, poniéndo en el mismo saco a la bola de tecnócratas babosos del pri ochentero y noventero con los malditos panuchos hijoepús del siglo XXI. Pero cuál fue mi sorpresa cuando el argumento del ñor borracho tornó a "no mames, no compares. Los panuchos son mucho peores: si ahorita volviera a presentarse Carlitos en las elecciones, con el partido que sea, yo voto por él". Y mi sorpresa se transofró en shock postraumático cuando mi jefe secundó la moción y dijo, apenas con un hilo de voz y una sonrisita, "sí, yo también. Y eso que en 88 ni voté por él". !CARAJO!
Me queda claro que un niño baja del pedestar a su superhéroepapá como a los 7 u 8 años. A los 11 o 12 ya lo manda a la goma, y si se acerca a él después de los 15, es por golpe de suerte. A mi jefe lo bajé del pedestal como a esa edad, pero nunca lo mandé a la goma. El sábado pasado tuve que hacerlo. ¿Cómo era posible que ahora se pusiera a alabar al corruptísimo de Salinas? La sorpresa fue poco gratificante: súmesele el hecho de que le dio un voto al PRI en su municipio de León "dizque por voto útil".
Pero en el fondo, y perdonarán el enorme desvarío de este post, lo cierto es que comprendí que el comportamiento cuasifascistoide de mi hermano está más bien relacionado con las opiñiones pro-salinistas que se escuchan en el círculo de mi papá que con las tácticas de guerrilla urbana que pude haberle enseñado al pobre chavo. Siendo así, me siento libre de culpa y quizá hasta aplauda los experimentos molotovistas del chaval.
Una vez, hace como dos años o poquito más, mi hermano preparó y probó una bomba molotov en la azotea de casa de mi papá y su mujer. Aunque nadie escuchó la explosión del artefacto, la pereza de mi hermano es tal que dejó las paredes manchadas/chamuscadas (o quizá no supo cómo limpiar) y los vidrios de la botella esparcidos por la azotea. Claro, a la primera que mi papá visita la azotea se da cuenta del espectáculo, y las pistas son inconfundibles. El arranque de furia fue predecible, cierto, pero lo mejor del caso es es "no, papá, espera! Una vez Diego me dijo cómo se preparaban esos cócteles!" Ya rugiste, mano; ya me fregué. De inmediato recibí una llamada de mi papá (yo estaba, claro, en el DF, muy lejos de la escena del crimen y haciendo, tranquilamente, cualquier cosa): "¡CABRÓN! ¡¿Qué chingados le enseñaste a tu hermano?!" Me llevaba la chingada. Aunque afortunadamente a mi papá se le pasó muy pronto el coraje (creo que nunca se tomó en serio el viejo refrán que ahora me viene a la mente "la culpa no la tiene el indio sino el que lo hizo compadre"), quedé marcado como el hermano mayor que se sabe los malditos secretos de las "tácticas terroristas" que ahora mi hermano pone a prueba.... sí, también una vez le dije cómo hacer Napalm casero y ese tipo de cosas, pero prometo solemnemente que nunca esperé que mi hermano las utilizara. (Para qué me hago pendejo: claro que sabía que las iba a probar, pero, es su pedo, ¿no?).
De ahí en fuera, los indicios aparecen como por arte de magia. "Fabricio es muy violento", dice mi madre (Fabricio es el tipo de 15 años en cuestión), y Nicolás, el otro hermano que tengo de 18 años, resuelve fácilmente el comentario: "es que Fabricio juega un juego de compu bien violento que Diego le regaló" (el maldito GTA San Andreas). Eso fue hace unos tres años. Luego fue, "es que Fabricio lee un libro de "Hitler para mazoquistas de Rius que Diego dejó en la casa".
Estuve a punto de creerme todos esos argumentos de aquí hasta la eternidad y sentirme responsable por los comentarios cuasi-fascistas que luego se avienta el buen Fabricio: "lo que este país necesita es un Dictador" o "una cosa buena del fascismo es que se ocupó -whatever it means- de la gente improductiva" o "pinches franceses y gringos, los odio, los odio porque ser mexicano y ser belga implica, inmediatamente, odiarlos". Responsable no por que yo piense igual (eso sería muy equivocado), sino por que yo le enseñé, digamos, a hacer cócteles molotov.
En esas estaba (no es cierto, no crean que sufro por ello) cuando se asomó el sábado pasado. El sábado pasado la mujer de mi papá y su hermana cuata cumplieron 50 años y armaron fiesta. En una de las mesas, a la que estaban sentados los puros "ñores dizque buenos pa' discutir de política y cosas así", se encontraba mi jefe enfrascado en una discusión de política local con otros dos señores (ya sabrán, purito, tequilorum, "pinches viejas", "tráigannos otra", en fin). Yo, dócilmente, estaba sentado ahí, tanto porque el vino estaba buenísimo como porque la discusión estaba bastante acalorada y, por supuesto, porque desde chico me gusta meterme en las pláticas de mi papá y escuchar las chingaderas que dicen (algunas veces ilustrativas, otras brillantes, otras pueriles y otras guarradas). En eso estábamos cuando salió Carlos Salinas. Yo ya estaba blandiendo una espada imaginaria rivalizando con cualquiera que me dijera que ese sujeto era un chingón y la madre. Pues sí hubo quien lo dijo (el más borracho de la mesa), pero parecía convencido y todavía tenía algo de lucidez para esgrimir su argumento. El ñor salió con que Salinas cambió a México, hizo carreteras y puentes, apoyó la mediana y pequeña industria, nos acercó al primer mundo... las patrañas salinistas de siempre. Mi jefe se alebrestó cuando otro cabrón dijo que los panuchos eran continuidad de Salinas. Yo pensé que iba a seguir de mi lado, poniéndo en el mismo saco a la bola de tecnócratas babosos del pri ochentero y noventero con los malditos panuchos hijoepús del siglo XXI. Pero cuál fue mi sorpresa cuando el argumento del ñor borracho tornó a "no mames, no compares. Los panuchos son mucho peores: si ahorita volviera a presentarse Carlitos en las elecciones, con el partido que sea, yo voto por él". Y mi sorpresa se transofró en shock postraumático cuando mi jefe secundó la moción y dijo, apenas con un hilo de voz y una sonrisita, "sí, yo también. Y eso que en 88 ni voté por él". !CARAJO!
Me queda claro que un niño baja del pedestar a su superhéroepapá como a los 7 u 8 años. A los 11 o 12 ya lo manda a la goma, y si se acerca a él después de los 15, es por golpe de suerte. A mi jefe lo bajé del pedestal como a esa edad, pero nunca lo mandé a la goma. El sábado pasado tuve que hacerlo. ¿Cómo era posible que ahora se pusiera a alabar al corruptísimo de Salinas? La sorpresa fue poco gratificante: súmesele el hecho de que le dio un voto al PRI en su municipio de León "dizque por voto útil".
Pero en el fondo, y perdonarán el enorme desvarío de este post, lo cierto es que comprendí que el comportamiento cuasifascistoide de mi hermano está más bien relacionado con las opiñiones pro-salinistas que se escuchan en el círculo de mi papá que con las tácticas de guerrilla urbana que pude haberle enseñado al pobre chavo. Siendo así, me siento libre de culpa y quizá hasta aplauda los experimentos molotovistas del chaval.