miércoles, 30 de julio de 2014

Ataques a los 'Pasivos Laborales': de nuevo espadas desenvainadas contra el sindicalismo

El sector privado ha destrozado México de muchos modos. Ya, jóvenes. No me digan que ya estaba destruido, o que por destruir no quedaba mucho, o que no lo hizo solito. Esa discusión nos puede llevar días –aparte de que tendrán razón en algunas cosas. Pero este texto es una opinión con algunas reflexiones. Como sea, el sector privado es una nube de langostas al mejor estilo bíblico-postfaraónico. Una plaga. Tiene efectos variopintos, desde la agudización de las desigualdades hasta la entronización del consumo como pináculo de nuestras miserables vidas individualistas. Sí, también ha creado riqueza en momentos históricos particulares y, en algunas excepciones, ha logrado distribuirla (o por lo menos reducir la pobreza, que no es igual). Ha sido capaz de diseñar nuevas tecnologías y de expandir su uso. Pero la mayoría de las veces, sobre todo desde una perspectiva de justicia social y de progreso, cada arista positiva está empañada por una secuela de explotación, marginación y enriquecimiento de unos pocos a costa del no enriquecimiento de unos muchos. Podríamos crear un calendario de adviento para todo el año (o todo el cuaternario): cada día abriríamos la portezuela que toca y descubriríamos un papelito diciendo “razón 1,516,099: el sector privado apesta porque…”.
Hoy toca una. La manera en que el sector privado mexicano, a través de dinámicas de empleo y de socialización en torno a la propiedad privada de los medios de producción, creó la imagen del individuo que sólo cuenta consigo mismo y que desprecia cualquier institucionalización de la solidaridad social (históricamente lograda a través del Estado). Un ejemplo fantástico es el debate que hoy arrea a unos cuantos en México sobre los pasivos laborales. Corrijo; un ejemplo fantástico es el hecho que éstos se llamen pasivos laborales, y que la gente acepte con tanta tranquilidad la teoría de que son una inaceptable protuberancia de nuestro imperfecto sistema social.
¿Pasivos? Claro. Si al conjunto de pensiones, prestaciones, seguros médicos, garantías laborales y demás beneficios que han costado décadas de lucha sindical y obrera lo llamamos, ahora, un pasivo, inmediatamente le quitamos algo así como 99.96% de su relevancia social y política. Un pasivo suena a algo que siempre estuvo ahí, que no cambia y que, posiblemente, no sirve para un carajo. Si a un activista lo llamamos criminal, lo desprestigiamos de inmediato. Si a todo esto lo llamamos pasivo, lo estamos echando por el caño. El adjetivo ‘laboral’ no ayuda. La primera imagen que podría venirnos a la mente al escuchar “pasivo laboral” es la de un burócrata obeso e incapaz de hacer cualquier otra cosa que mandarnos a la ventanilla siguiente. “Pasivo laboral” suena a una combinación imposible entre flojera y trabajo, o un empleo que consiste en ser pasivo, al contrario de un empleo que necesite de cierta actividad.
Y aquí entran los individuos que –creen que– sólo cuentan con sí mismos. Basta leer a gente como Sergio Sarmiento en Reforma, o echarse las caricaturas de Calderón (caray, qué coincidencia, también en Reforma -y en esta entrada de bló) para comprender que existe un sector significativo de mexicanos que pretende que esos “pasivos laborales” son, a priori, un abuso hecho y derecho. Grandes elefantes, enormes cargas fiscales para los ciudadanos de a pie, y en un descuido hasta paraísos y cornucopias para astutos líderes sindicales. La gente nos dirá que los pasivos laborales, ahora que de pronto “los descubrimos”, son un enorme estorbo. Que nunca debieron existir. Que no sirven para nada excepto fomentar a los vividores del presupuesto. Obviamente, esos mismos son los que se consideran contribuyentes cautivos porque, visto que sus hijos van a escuelas privadas, no usan el metro y quizá rara vez visiten sitios arqueológicos del INAH, sienten que sus impuestos son demasiados y que no sirven para nada.  
Tienen algo de verdad: los contratos colectivos de grandes sindicatos como el de Pemex, el SNTE o la CFE ofrecen ejemplos de prestaciones y beneficios que podrían parecer aberrantes. Es cierto que miles de aviadores han succionado como viles sanguijuelas los fondos de pensiones y las arcas sindicales. No hay mentira si se afirma que, bajo las condiciones actuales, tales riquezas fueron directa o indirectamente extirpadas del contribuyente medio. Sin embargo, estos altos clasemedieros “anti-Estado” erran al pensar que tales beneficios laborales son aberrantes en relación a las prestaciones que sus abusivos empleadores privados les ofrecen a ellos. La realidad es que son aberrantes en comparación con lo que la mayoría de los mexicanos puede gozar (y la mayoría de estos mexicanos trabaja para el sector privado o para el sector informal, que en términos prácticos y teóricos es un sector privado todavía más ojete y explotador que el privado “formal”). En un contexto tantito más justo y parejo, las condiciones que los contratos colectivos garantizan a sus signatarios serían tan sólo normales comparadas con el resto del país, incluido el tacaño sector privado. Claramente, México no es aquel contexto más justo y parejo.
Esta gente, que si pudiese abriría una sucursal del Tea Party en el país, tiene otro punto veraz: la corrupción que rodea todo esto. El abuso de poder, las ojetísimas malversaciones y un largo etcétera. El enorme problema es que, curiosamente, no se preguntan por qué ocurre u ocurrió todo eso. El hecho de que los consideren “pasivos” refleja justo eso, que para esta gente los fondos de pensiones nacieron así: corruptos y abusivos. Ni les pasa por la mente pensar en lo que implicó en términos de luchas sindicales (sindicatos que ellos, naturalmente, desprecian); no piensan en absoluto en las implicaciones positivas que aquella lucha sindical ha tenida para sus asfixiadas prestaciones laborales en el sector privado. Las leyes laborales que bien o mal aplican también para el sector privado no son resultado de graciosas concesiones de nuestras caritativas élites, sino el fruto de un buen número de plantones, marchas, huelgas (que, igual que a los sindicatos, esta gente desprecia) y demás movilizaciones con contenido de clase. Y, de alguna manera u otra, eso ha permeado. Aun así, parece que no es bueno. ¿Vacaciones? ¿Para qué, para parecernos a Francia? No, mi buen: fíjate en el gabacho, ahí descansan 7 días al año, por eso son potencia. ¿Educación pública? ¿Ésa en donde todos los profes son aviadores y ratas oaxaqueñas? Paso. ¿Salud gratis? Ni que fuéramos Cuba.
Porque así es, estimados. Los “pasivos laborales” han costado esfuerzo y lucha política. Las razones por las cuales muchos de ellos son, en efecto, una carga para el contribuyente y una pesadilla para los tecnócratas, están, de hecho, ligadas a las mismitas dinámicas socio-económicas que caracterizan las relaciones sociales en el sector privado. Las estrategias de acumulación aplicadas por las ratas sindicales para embolsarse millones de pesos no son muy distintas a las que han aplicado banqueros y empresarios en contextos diversos. Privatizar los fondos de un individuo, sea a través de un sindicato charro o de un banco, es eso: privatizar. La desigualdad creada entre un puñado de privilegiados trabajadores del petróleo y una masa de pequeños burócratas, profesores rurales y enfermeras del Seguro es la misma que existe entre los afortunados mandos de confianza de las grandes empresas y las masas de empleados aplastados y explotados en las compañías privadas, del tamaño que sean.
Por otro lado, y reconociendo y criticando profundamente la mediocridad y la corrupción en los liderazgos de estos sindicatos, debe quedarnos claro que los “pasivos laborales” de los que ahora se habla son, de hecho, los únicos que todavía existen más o menos en su forma original (PEMEX, CFE, etc). La abrumadora mayoría de los mexicanos perdió gran parte de sus privilegios (si los tenía) entre 1982 y 2007-8, cuando el gobierno de Calderón impulsó la reforma de pensiones del IMSS (una reforma privatizadora, claro está), o cuando LyFC fue desmantelada. ¿Posible conclusión? Me gustaría decir que los sindicatos más combativos son aquellos que conservan una serie de privilegios más o menos estable. Tristemente, la verdad es que, históricamente, los sindicatos mexicanos más combativos han sido pisoteados por el Estado y el sector privado, y son los más acomodaticios, más charros y más corruptos los que han mantenido estos privilegios para sus trabajadores. Es un tristísimo escenario para la lucha trabajadora de hoy, pero no es un tristísimo origen de los “pasivos laborales”.
El punto es que ninguna crítica a los “pasivos laborales” es válida si no se explica el proceso histórico que les dio origen y, sobre todo, si no se deja muy claro que la alternativa a ellos, según como la presentan las élites de hoy, es la privatización formal de los fondos. Éste sería un proceso que probaría el punto de los marxistas: la tarea del Estado y los intereses de la élite son lo mismo: mantener aceitada la maquinaria que garantiza la acumulación de capital a costa del trabajo de las mayorías. Mientras nuestros queridos compatriotas que presumen no deberle nada a “papá gobierno” (porque tienen changarro, trabajan para una empresa privada o se dedican al comercio) se rasgan las vestiduras cuando leen acerca de los “inaceptables beneficios laborales” que existen en el sector público (que no social), nosotros debemos explicarles con paciencia y garrote que se equivocan. Porque su discurso legitima, todavía más, dinámicas de despojo y desigualdad que se entronizan como la panacea del sector privado.   


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