viernes, 4 de noviembre de 2011

Empezó la cosecha pero no hay granos

(Perdón la efusividad del título, pero creo que es totalmente justificable)

Sí, todos sabemos que Grecia lleva meses (años) metida en un pantano económico y político de gravísimas consecuencias sociales y humanas. Todos sabemos también que la manera en la que esa crisis se ha manejado provoca que sólo sea relevante para los altos financieros, los mandamás de la economía bursátil especulativa y los dirigentes de la Unión Europea y sus Estados (que, al parecer, trabajan para los primeros). Todos sabemos también que este problema, muy mediatizado, es por mucho menos importante que cosas que realmente deberían preocupar a la humanidad: terribles hambrunas, escasez de alimentos y encarecimiento de ellos, destrozos a la productividad agrícola de infinidad de países e inminente malestar generalizado que empezará en el campo, entre los verdaderamente hambrientos, y no con blackberries en Cannes, Coyoacán o Seattle.

El asunto griego es trágico porque quienes han tomado decisiones al respecto (Merkel, Sarkozy y la UE) se han pasado olímpicamente por los gumaros a la población en general. Si se trata de elevar impuestos recortando pensiones, asistencia social, seguridad social y demás beneficios, que así sea; al fin y al cabo, los que mandan son los especuladores financieros, que ponen el grito en el cielo si la putrefacta bolsa de Frankfurt o de Nueva York perdió 4 puntos un día, aún cuando ellos seguirán ganando cientos de miles de dólares al mes.
El asunto es griego porque, como lo demuestra este artículo, la democracia, como sea que la quieran entender, fue pisoteada, violada, ultrajada y luego quemada al momento de tomar decisiones de orden más bien inhumano.

Pero lo de Grecia, que sí es horrible para los 11 millones de griegos en Grecia, es una pequeña cortina de humo para lo que está realmente ocurriendo... y que lleva AÑOS ocurriendo.

En el último año, en México perdimos 8.5% de nuestra capacidad productiva en granos, según indicó la FAO. Sólo Etiopía --que sufre una grave sequía-- y Sudáfrica --que no sé qué chingados le pasa-- perdieron más que nosotros. Nos convertimos en el país que más granos importa en toda América Latina. ¡Granos! No hay nada más elemental que los granos. Vamos, hasta para la cerveza se necesitan granos (y vaya que ésta es elemental). ¿Cómo podemos asumir aquí y allá que ¨la economía va bien¨, que los bolsillos se llenan porque aumenta el gasto y el consumo cuando lo que está pasando es que somos incapaces de producir alimentos?

Importamos alimentos (caros) y producimos algunos alimentos (malos). Esa es la nueva lógica nacional. Y el problema de la soberanía alimenticia se evidencia como uno realmente grave e indecente, y no como una simple retórica de izquierdas (como la gran mayoría de los librecambistas irresponsables quiere creer). Tenemos que cobrar consciencia de lo siguiente: la especulación que se ha hecho en los últimos años respecto de los alimentos ha sido letal; la acaparación de granos y de otros alimentos es mortal para las mayorías, aunque enriquezca a ínfimas minorías; la compra de enormes extensiones de tierra totalmente malbaratadas en algunos países africanos por parte de las ricas monarquías árabes o de China NO está favoreciendo la producción integral de alimentos que puedan, después, ser consumidos por quienes más los necesitan: al contrario, está destruyendo poco a poco el potencial productivo de esas tierras con cultivos muy redituables pero no nutritivos (y sí antiecológicos). Lo mismo pasa en Brasil con el etanol y demás biocombustibles que se comen, literalmente, cientos de miles de hectáreas. Nadie come biocombustible y su producción y procesamiento acaba con muchísimos recursos, uno de ellos esencial, que es la vitalidad del suelo.

La gran indignación en los medios de comunicación aparece en las ciudades (y es realmente justa y loable su causa. Todos somos indignados). Pero la indignación realmente acompañada de hambre y de carencia está sucediendo en el campo y no le estamos prestando atención. Soy un inexperto en la materia, pero definitivamente quisiera aprender mucho más.
http://www.jornada.unam.mx/2011/10/28/politica/025a2pol


sábado, 1 de octubre de 2011

Vive cuando debas vivir; muere cuando debas morir (Parte I)

No es fácil, y aún así discutir el tema es de lo más relevante. Quisiera hacer algunos apuntes, en tres textos distintos, sobre tres temas que tienen que ver con la vida y la muerte, si bien no necesariamente están relacionados. Se trata del aborto, de la pena de muerte y del suicido. Apuntes breves y cargados de opinión y subjetividad, como me gusta. Eso sí, los tres están más que contextualizados en la sociedad y la política mexicana. Tienen que ver con percepciones y realidades, con leyes y con prácticas. Vámonos pues.

Aborto. En México es ilegal. No nos engañemos, pues no significa que no se practique ni que haya partes del país donde esté permitido. Pero a nivel nacional no existe una disposición clara al respecto. No es legal, pero su penalización no es evidente (como lo es en otros países). El carácter federal del Estado mexicano permite que se pueda legislar al respecto en los estados. Eso es bueno y malo. Bueno porque permite que subentidades políticas tomen decisiones trascendentales y malo porque no hay homogeneidad nacional. Subjetivamente, diré que es bueno porque en el DF es legal y malo porque hay estados que lo penalizan. Además de eso, el asunto es más profundo porque invita a pensar en:

- Cuándo inicia la vida y cuándo termina. La vida biológica, como división celular, empieza con la concepción. La vida humana (sensorial, motriz, afectiva) empieza varios meses después –quizá todavía en la panza materna. La vida social empieza con el nacimiento o, aunque podríamos discutir si el vínculo que se establece entre el feto y su madre o su entorno no es ya vida social. En cualquier caso, la vida humana y la vida social no empiezan antes del tercer mes de embarazo. La vida termina con la muerte, así de sencillo. Si no hay vida, no hay muerte, y entonces no se llama aborto sino interrupción del embarazo (es como que una enfermedad interrumpa tu proceso de división celular en el páncreas; no mueres por tanto).

- Si valen más los derechos de una mujer que los de un cigoto (porque todavía no es feto). No lo creo: los derechos de la mujer (reproductivos, afectivos y sexuales) se complementan con sus propios derechos sociales (derecho a la salud, a un entorno digno, a buenos servicios). Cualquiera de ellos supera los derechos de un cigoto. El grave error de las legislaturas locales que determinan que la vida inicia con la fecundación es que no acompañan esa decisión de derechos jurídicos, humanos y sociales efectivos para el cigoto o para el feto. No estoy cayendo en el absurdo de que se le dé derecho al voto o se le obligue a pagar impuestos; hablo de derechos como la protección jurídica (más allá del aborto como “asesinato”, ¿qué hay del maltrato, la irresponsabilidad en el cuidado o la mala alimentación, por ejemplo), derechos de salud y entornos adecuados… No, estas leyes totalmente sesgadas no contemplan nada de eso y prefieren limitarse, escandalosamente, a buscar la penalización del aborto y el reconocimiento casi religioso de la vida desde la concepción sin pensar en las implicaciones de ello.

Más allá de que haya enormes fallas constitucionales (que si es prerrogativa de los estados o del país; que si se puede realmente legislar respecto de la vida y la muerte en la Constitución), lo importante es lo que social y políticamente significa este circo. La derecha (porque sí es, por lo general, un debate izquierda-derecha), argumenta estúpidamente que las madres que abortan deben ser castigadas porque están “matando” a una persona. Dicen también que los que defienden el aborto prefieren cuidar ballenas y arbolitos que proteger a los de su propia especie. También creen que las autoridades que promueven la despenalización del aborto incitan a que se haga, por lo que están invitando al “genocidio”, al asesinato y a la desmoralización del individuo, la familia y la reproducción humana. Todos esos argumentos están rondando por ahí –y hay muchos más.

La izquierda debe ser muy cuidadosa. Hay quienes estúpidamente también suponen que, como “un niño pobre, no deseado y que vive en condiciones de miseria tiene 90% de posibilidades de convertirse en criminal, entonces hay que abortarlo”. No. El aborto no es ningún mecanismo preventivo de la defensa del crimen o la inseguridad. El aborto es tan importante y tan sentimentalmente complejo que no se puede tomar así a la ligera.

Finalmente, la discusión sobre el aborto es totalmente idiota por una simple razón: los seres humanos vivimos en comunidades políticas que llamamos Estados y gobiernos. Éstos deben garantizar igualdad de derechos, oportunidades y condiciones materiales de vida a todos los ciudadanos, a la vez que todo se desarrolle en un ambiente de verdadera libertad. Por eso, el aborto, sencillamente, debe ser legal y todos los esfuerzos deben dirigirse a promover que las mujeres y sus parejas elijan LIBREMENTE si quieren abortar o no. La información debe ser abundante y la libertad total. De lo contrario, se pueden cometer muchos abusos. Pero lo importante es que esté permitido hacer una cosa o la otra. NO ES LO MISMO si hablamos de asesinato, robo o violación, precisamente porque es un hecho que los cigotos NO gozan de derechos políticos ni sociales y tampoco tienen, creo, condiciones humanas. No digo que sean monstruitos, o infrahumanos: sólo digo que pesan mucho más los derechos de las mujeres y las parejas, así como las consideraciones reales respecto de cómo será la vida del infante no deseado, con padres no preparados y en situaciones adversas y precarias.

No se trata, por lo tanto, de discutir públicamente si el aborto es moral o no –eso lo podremos discutir buena onda entre cuates, con familia y pareja, incluso en ciertos foros académicos y públicos, pero no desde el Estado. Es, al contrario, una práctica médica que debería ser totalmente legal, como cualquier otra. Y la decisión, que tomará en cuanta todas las consideraciones de las que ya hablé y muchas más, tendrá que ser respetada.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Breves Apuntes sobre Palestina. Crónica de una declaración fallida y anunciada

Hace varias semanas que la diplomacia y la prensa internacionales analizan la posibilidad de que la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su sesión inaugural de 2011 este 23 de septiembre, reconozca formalmente la existencia del Estado palestino, limitado a sus dos inconexas regiones de Gaza y Cisjordania. La verdadera esperanza de Mahmud Abbas, presidente de la autoridad palestina, es que sea el Consejo de Seguridad quien apruebe y reconozca la creación del Estado; si lo hace la Asamblea General, el reconocimiento informal será una garantía, pero no la oficialización de Palestina como el 194° miembro de la ONU, al respecto de lo cual es el Consejo de Seguridad quien tiene la última palabra.

Estados Unidos, en voz del mismo Obama, ha dicho explícitamente que no reconocerá ninguna propuesta unilateral de creación del Estado palestino, por miedo a que ello congele las negociaciones con Israel. Por otro lado, EU no quisiera verse en la penosa necesidad de ser el único país que vete la propuesta en el Consejo de Seguridad, lo que adjudicaría toda responsabilidad a Washington; por ello, la mancuerna con Londres será imprescindible. Desde su propia trinchera, Israel ha iniciado una extensa campaña de desprestigio a las expectativas palestinas, acusando a Abbas de irresponsable e intransigente. En más de una ocasión, Israel ha dicho que, de aceptarse en Naciones Unidas la independencia palestina, dejará caer todas sus responsabilidades y obligaciones respecto a tierras palestinas.

De todos modos, la independencia absoluta de Palestina no está garantizada. La unidad política entre Gaza y Cisjordania parece tan difícil como la unidad territorial y las presiones del conservador gobierno israelí no permiten que las negociaciones avancen por otro lado. Los palestinos, por otro lado, ya votan por sus autoridades, pero no así por un verdadero gobierno nacional. El estímulo que provocaría una declaración de reconocimiento internacional por parte de la Asamblea General (sin mayores implicaciones reales) podría, contrariamente a como piensa EU, favorecer una mejor disposición palestina para las negociaciones. Falta esperar que Israel haga otro tanto.

Es evidente que Estados Unidos ha sido un cínico e ignominioso actor en el juego. Israel, mucho peor. La decisión de la Autoridad Palestina de buscar el apoyo de la Asamblea General es un recurso final que no llevará a nada, pero hay que reconocer (y nadie en EU ni en Israel lo hace) que es mil veces mejor hacer ese tipo de apuestas -aunque fallidas de inicio- que llamar a una tercera intifada, a una alzada generalizada contra el invasor israelí y los abusos y explotaciones que la comunidad internacional permite.

Palestina no será un Estado libre ni soberano pronto, aún si cuenta con el apoyo de 130 países en Naciones Unidas, básicamente porque el sistema internacional es antidemocrático, jerárquico e injusto y sus instituciones favorecen el cínico control de las grandes potencias por encima de los países menos favorecidos.

Un punto más para Israel, uno más para la injusticia; como siete puntos extras para la decida, unos diez para la mierda internacional y, por supuesto, goliza en contra del pueblo palestino y de los millones de individuos solidarios alrededor del mundo.

sábado, 23 de julio de 2011

Justicia: la nueva zanahoria de la Unión Europea


Originalmente, este articulín salió en www.loshijosdelamalinche.com, pero por buena onda me dieron chance de copiar y pegarlo acá.

Crecer irresponsable y desmesuradamente jamás fue un objetivo de la Unión Europea; las fechas de integración a este selectivo grupo son siempre una ocasión histórica, planeada con años de antelación y preparada hasta el mínimo detalle. Después del Reino Unido y Dinamarca, los años setenta y ochenta atestiguaron la entrada a la UE de muchos países restantes de Europa del Oeste y del Sur. En 1986, la Europa capitalista estaba, casi toda, integrada a los mecanismos económicos y políticos de Bruselas. Desde entonces, sólo ha habido tres fechas claves de bienvenida a nuevos grupos, tres en 25 años. La primera, en 1995, agregó a Finlandia y a Austria, países que, por una neutralidad comprometida, no pudieron agregarse al grupo durante la Guerra Fría. Nueve años después, en 2004, la ampliación europea logró un episodio sin comparación: diez países, ocho de ellos antiguos Estados comunistas (tres incluso ex repúblicas soviéticas), fueron integrados al club.

El proceso de debate y de preparación para agregar a estos diez países se concentró, sobre todo, en las reformas económicas estructurales que cada gobierno debió aplicar en los años previos a 2004. La cláusula de la gobernabilidad y democracia, también siempre presente (por eso tampoco Portugal ni España entraron desde el principio), fue blandida como una de las razones igualmente centrales. Es decir, la combinación de un sistema plural y democrático con una economía de mercado, abierta a los capitales extranjeros y convencida del librecambismo, fue un requisito esencial para el ingreso de estos diez países.

En 2007, Bulgaria y Rumania se agregaron a la lista. Ahí las cosas no fueron tan sencillas. A cuatro años de distancia, muchos argumentan que estos dos países “entraron demasiado pronto”, sin haber realizado las reformas políticas apremiantes. Ambos países sufren todavía por una fuerte corrupción e incluso por la presencia de bandas de crimen organizado que, quizá sin poner en jaque al Estado, sí asustan a los demás vecinos de la UE. Para no “cometer los mismos errores”, los demás Estados miembros de la UE definieron criterios más severos para las próximas candidaturas y echaron al suelo las esperanzas de países como Ucrania y Georgia que, con gobiernos ultraliberales y antirusos, soñaron con mucha libertad y sin mucha realidad con una entrada triunfal al club europeo.

Hoy día, sin embargo, se agrega un elemento también central a la lista de requisitos para inscribirse en el grupo: la justicia. No se trata sólo de justicia en los términos de transparencia y de combate a la corrupción; es justicia en los parámetros de los crímenes históricos contra la humanidad, contra ciertos grupos étnicos; es justicia respecto a la memoria histórica colectiva, a guerras civiles y a tragedias individuales que, sumadas, empañan horriblemente la historia reciente. Y estamos hablando, claro está, de los Balcanes ex yugoslavos.

Durante varias décadas la república socialista de Yugoslavia mantuvo cohesionados (y, hay que admitirlo, sin mayores problemas) a varios grupos étnicos, lingüísticos y religiosos que coexistieron en la prosperidad de quizá el sistema socialista más democrático de Europa. Pero la desintegración política y económica de la república, junto con un creciente fervor nacionalista violento, hundieron a la región en una guerra terrible que presentó algunas de las facetas más crudas de la realidad humana: el genocidio.

A doce años del fin de esa guerra (dieciséis o incluso diecinueve según el país en cuestión), las nuevas repúblicas balcánicas crecen con prosperidad y orden, nuevamente en una esfera cultural yugoslava, con nacionalismos relativamente moderados y sistemas de cooperación común. Hace falta conseguir una sola aspiración más: formar parte de la Unión Europea. Eslovenia, siempre adelantada a sus hermanas yugoslavas, logró el ingreso en 2004, adoptó el Euro en 2010 y se perfila como el país más rico, estable y dinámico de la región. En seguida, Croacia y Montenegro aspiran a una posición similar, fuertemente justificada por sus procesos democráticos y su pujante economía.

No obstante, esta vez haber cumplido con los deberes económicos no es suficiente para aspirar a una candidatura formal. En el caso particular de los Balcanes, un requisito esencial es responder a los esquemas de justicia europeos que, desde hace más de una década, intentan resarcir algunas de las heridas más profundas que provocó la guerra en los Balcanes. Así, Estados como los Países Bajos han insistido por que los mayores responsables de tales tragedias, todavía impunes en su mayoría, sean llevados a juicio ante las cortes internacionales. Para ello, evidentemente es necesaria la colaboración de los gobiernos ex yugoslavos. Su reticencia había sido clara, pero los aires han cambiado y las disponibilidades también.

En mayo de 2011, Ratko Mladić fue arrestado. Después de 16 años en “escondite”, el General Mladić fue encontrado por fuerzas de seguridad del Estado serbio en Belgrado, donde se supone que estuvo durante los últimos años. Responsable de la matanza de Srebrenica, en la que más de ocho mil bosnios musulmanes murieron a manos de escuadrones serbios de Bosnia, Mladić es buscado por la justicia internacional para ser acusado por crímenes de lesa humanidad y genocidio. Durante toda la década pasada, es muy posible que Mladić estuviera en Belgrado, protegido incluso por los servicios de seguridad del gobierno serbio.

Entonces, ¿por qué su sorpresiva captura? ¿Por qué hecha en colaboración entre los gobiernos de Croacia y Serbia? Sencillo. Belgrado reconoce, desde hace poco más de tres años (recordemos la captura de Radovan Karadžić en 2008), que los temas de justicia y de memoria histórica son cada vez más importantes para la Unión Europea. Desde esa perspectiva, el gobierno serbio de Boris Tadić ha sido muy hábil en jugar con esa carta: un amigo mío que vivió una temporada en Kosovo me decía: “es como si los serbios y los croatas tuvieran un sombrero mágico del que, cada que hiciera falta, sacaran un conejo con cara de criminal de la guerra”. En momentos cruciales –como lo fue el final del mes de mayo–, las autoridades serbias y croatas han sabido portarse a la altura de las expectativas de la UE. Por ejemplo, tan sólo seis días después de la captura de Mladić, los Países Bajos vetarían la candidatura de Croacia (recordemos que otorgar estatus de candidato debe ser una decisión unánime) e impedirían las negociaciones con Serbia.

Al límite de los calendarios y de los requisitos, Mladić apareció esposado y preso. Su traslado a La Haya, donde lo espera un largo juicio, fue inmediato. El gobierno de Tadić no exaltó, como lo hiciera su antecesor, un sentimiento patriótico-inocente al decir algo así como “aseguramos que Mladić era un infiltrado, un miembro del exterior –del gobierno de la época- que actuó por voluntad propia”. No. Tadić fue muy consciente de que la responsabilidad, actual e histórica, era de Serbia. Su discurso reconoció que Mladić era un general de gran importancia en el ejército serbio de Bosnia entre 1992 y 1995 y, aunque no dijo que había sido protegido por el Estado serbio, tampoco lo desmintió.

Es así que la Unión Europea formaliza una serie nueva de requisitos de entrada: cumplir con las expectativas de justicia europea, además de liberalizar la economía y democratizar la política. No es una zanahoria inefectiva, como lo demuestran los últimos acontecimientos en los Balcanes. Y tampoco es suficiente para obtener el ingreso, como bien lo saben macedonios y bosnios que, habiendo también entregado antiguos líderes militares a la justicia internacional, se encuentran todavía muy lejos en el proceso de candidatura para entrar al club. Por lo pronto, Croacia entrará –quizá en 2013- y Serbia seguirá relativamente pronto si sigue por el buen camino. Otra palomita en la boleta serbia es la suavización del tono usado hacia Kosovo (país cuya independencia no reconoce todavía, pero que al menos ya no habla de su ilegitimidad). Ese es, sin embargo, otro tema.

lunes, 16 de mayo de 2011

Estratégicos mis...

A lo largo de los últimos meses he desistido de buscar la “oportunidad de oro” para escribir un texto sesudo y bien razonado sobre algún tema que me llame de verdad la atención y que, además, considere importante. No sé si sólo es falta de tiempo, de organización, de pericia o si es debido a una pérdida paulatina de callo bloguístico. Como sea, decidí que, como texto de transición, tentempié, engañaestómago o atole con el dedo, les presentaré a ustedes, amables lectores, un texto breve, poco relevante y, sobre todo, ameno. Si se mordían las uñas esperando el próximo texto reflexivo-analítico, espero que sigan teniendo uña que masticar porque no será hoy.

Hay, creo, dos errores muy, muuuuuy comunes en el ámbito periodístico, la comentocracia y los análisis académicos y de coyuntura baratos. Ambos tienen que ver con cuestiones internacionales y ambos son terriblemente recurrentes. Lo son tanto, que incluso yo me he sorprendido, en no pocas ocasiones, cayendo en las falacias de las que al ratito les contaré.
El primer error, muy común a mi juicio, pero que es mucho más inocente, pero que denota también cierto desconocimiento profundo del tema en cuestión, es el de los gentilicios. Es muy común toparse con esos pequeños errores que, al final de cuentas, a nosotros nos vienen importando nada, pero el individuo que se siente aludido es capaz de poner el grito en el cielo e indignarse. Hay unos tan comunes que se volvieron norma aceptada; hay otros que se imponen jerárquica pero subliminalmente hasta el punto en que no los notamos más; los hay que son sólo para fregar. Y por supuesto que, muchas veces, muestran sólo nuestra propia ignorancia al respecto. Ahí van algunos.
--No, los americanos no son sólo estadunidenses (o, mejor dicho, los estadunidenses no son los únicos americanos). Este es el más conocido, choteado, criticado y, después, ignorado de todos. Del río Bravo para abajo puede indignarnos, pero incluso nuestra gente es capaz de decirnos “bájale, mano, es una palabra que usan desde el siglo XIX: todo mundo entiende a qué se refieren”. O el clásico, “pues si se llaman Estados Unidos de América, ¿por qué no decirles americanos? La precisión histórica, en esos casos, no está de más. Antes de que pasaran cuatro décadas de la conquista española en el México de hoy, un tal Américo Vespucio ya estaba mapeando la región con rigor renacentista. El Continente se llama así por él (así como Colombia por Colón, no por el inspector Columbus –les recomiendo a don Rodrigo Adelantado de Carreras, cortesía de Les Luthiers, inspirador de la Rodrigombia). Los EUA se colgaron de lo de “América” porque fueron los primeros en independizarse (palomita), y al poco rato consideraron que el continente entero podía pertenecerles, aun en sentido figurado (tache). Sí, América es UN continente (y no son “The Americas”, como insisten algunos periodistas extranjeros para hacernos enojar). Que exista o no más allá de la geografía es otro cantar (nadie se pone tampoco de acuerdo si Turquía y el Cáucaso son Europa o Asia; al menos en nuestro Hemisferio los límites de América quedan muy claros). Y los estadunidenses son eso, ESTADUNIDENSES (sin diptongo para que suene mejor). La palabra no existe en inglés (Usian les molesta), ni tampoco en la gran mayoría de los idiomas. Pero en español sí y es importante usarla (básicamente porque es correcta). También existe en francés, para los exquisitos: étasunien/enne.

--No, no hay tal cosa (o ya no hay tal cosa) como el Reino de Inglaterra o la Reina de Inglaterra; Inglaterra es una nación, quizá un país si somos flexibles, pero no es un Estado. No hay tal cosa como delegación inglesa en los juegos olímpicos, ni parlamento inglés ni nada de eso. El Estado se llama Reino Unido y el gentilicio correcto es británico. Cuando decimos “inglés” queriendo hablar de lo “británico”, automáticamente excluimos a los escoceses, galeses e irlandeses del Úlster.

--Israelíes e israelitas no son lo mismo. El segundo es un término de la época bíblica y se refiere al pueblo de Israel de antaño. Los Israelíes son los nacionales del actual Estado de Israel. También es muy común confundir a los judíos con los israelíes, cuando más bien sería correcto empatarlos con los israelitas. Hoy día hay muchísimos judíos que no son israelíes y varios israelíes que no son judíos. El caso es que el opresor de Palestina es el Estado israelí, no el israelita (ese no existe como tal, aunque Israel sí sea un Estado judío. Complicado, ¿no?).

--Ahora que todo mundo habla de Brasil, que los ojos se posarán sobre el Mundial 2014, que Lula es héroe mundial y todo eso, es bastante común decir que “los cariocas están en todo”. Si así fuera, diríamos que el éxito reciente de Brasil es resultado de la benevolencia del Cristo de Corcovado. Nel pastel. Los brasileños son eso, brasileños; los cariocas también son brasileños, pero sólo de Río de Janeiro. No es de a gratis que se habla de la rivalidad entre paolistas y cariocas (Sao Paolo vs. Río).

--Aquí admito que siempre peco por comodidad (que no por ignorancia). ¿Quién chingados habla de neerlandeses, sobre todo en español? Nadie, lo sé. Pero técnicamente es el término correcto si nos referimos a los de la naranja mecánica. Holanda es sólo una de las provincias del Reino de los Países Bajos (Nederland) y los holandeses viven en Ámsterdam y ya. Está feo decir “los neerlandeses hablan neerlandés”, pero es correcto.

--Yo creía que aquí les iba a mostrar un error común, pero me doy cuenta con humildad que viví equivocado: siempre pensé que los hindúes eran exclusivamente los practicantes del hinduismo y que los indios eran todos los habitantes de la India (sin importar su religión). Pues resulta que el término hindú es válido tanto para referirse a la gente que vive en la India como los que practican tal religión. Eso no le quita validez al término Indio, al menos en español. Pero bueno, yo vivía en el error.

--El último que se me ocurre es evidente. Árabe no es igual a musulmán ni viceversa. Creo que está de más profundizar al respecto.


El segundo punto del que me interesa hablarles, y que espero sea un poquitín más interesante, remite a una sensación que ha crecido en mi desde que estudio "asuntos del mundo". No importa qué lea, no importa acerca de qué país o región lea, siempre, SIEMPRE, resulta ser que cualquier pedazo de tierra, cualquier esquina de la Patagonia es "un lugar geográficamente estratégico". Resulta que Alaska, Somaliland, Kamchacta y Borneo son lugares estratégicos. Siempre que fulano país se mete en los intereses de zutano, decimos que es porque zutano es geográficamente estratégico. Cada que hay una guerra, una batalla o lo que sea, lo importante es saber cuáles son los lugares estratégicos.


Pero, ¿estratégicos en qué sentido? Lo cierto es que definirlo es complicado. Por un lado, lo estratégico es aquello que se entiende como vital, importante definitorio. "Ghana tiene recursos estratégicos para la industria Nigeriana". Digamos que lo estratégico, en un caso así, es relativo y cambia de país en país, de percepción en percepción. De lo estratégico, sin embargo, lo más común es escuchar que algún terruño es geográficamente estratégico. En principio, se trata de regiones y territorios que sean importantes para vigilar a otra región, para patrullar ciertos mares, para despleguar cierto poderío con facilidad. En la práctica, sin embargo, cualquier península, cualquier escollo en altamar, cualquier coluna suficientemente eleveada y cualquier región por la que pase un gasoducto, un cable de luz o una carretera de tierra es "geográficamente estratégica".

Les pongo ejemplos. En los últimos 10 años, la cobertura mediática de TODOS los conflictos que han ocurrido en el mundo hace énfasis en el caracter estratégico de cada lugar. Afganistán, estratégico por la encrucijada entre Asia Central, el Sur de Asia y el Medio Oriente; Tajikistán y Kirguistán, cruciales y estratégicos por que por ahí llegan los víveres de la OTAN para los combatientes en Afganistán; Irak, estratégico por ser la vieja Mesopotamia (y por el petróleo, claro).

Seguimos. Republica Democrática del Congo, estratégica por ser central, por los Grandes Lagos del Este y por sus más de diez fronteras; Sudán, estratégico por el Nilo y por el Mar Rojo; Somalia, estratégica por el Mar Rojo; Georgia, en particular Ossetia, estratégicas por ser la apertura al Cáucaso; todos los países árabes de las revueltas, estratégicos porque tienen petróleo, por estar cerca de Europa...


El caso es que por donde sea que lo miren verán que cada país del que se habla en los medios resulta ser geográficamente estratégico en algún punto. Es un lugar muy común, creo, porque le da un halo de importancia. Intentar descubrir los elementos que hacen únicos a ese país nos lleva a pensar que es estratégico, por la razón que sea. Lo cierto, considero, es que estamos también bastante acostumbrados a pensar la estrategia en términos de lo militar, de lo alogístico y del despliegue de poder. En todo caso, lo pensamos también en función de la producción de ciertas materias primas o cosas en el país fulano. Pero todo eso es una banalidad demasiado relativa, porque al final todo acaba siendo estratégico. Y sí, en lo más profundo de lo subjetivo, cualquier colina, bahía, archipiélago o qué sé yo será estratégico para los fines de la población local.


Así que hay que descontextualizarlo de esa posición localista. Lo realmente estratégico a nivel mundial es aquello que puede cambiar radicalmente los equilibrios de poder. Sí, Cuba en 1962 podía ser estratégica porque ahí podía haber estado jugándose el desenlace nuclear, tan temido durante la Guerra Fría. Pero eso no significa Kosovo lo sea, o que la guerra en Georgia en 2008 haya respondido estrictamente a cálculos de caracter estratégico y no a simples caprichos político militares. Es decir, si fulano lugar realmente es estratégico para garantizar mi seguridad, entonces lo tomo, me lo apropio o lo destruyo. Pero no mando a mis periodistas a decirle al mundo que Kazajastán es estratégico porque sus dos millones de kilómetros cuadrados de pastizales son la encrucijada Euroasiática. También bájenle.

miércoles, 9 de marzo de 2011

CosmopoDeFe

Estamos tan absortos en la emigración de mexicanos hacia los Estados Unidos y en el paso de migrantes centroamericanos (aunque, cada vez más, de todos los rincones del mundo), que pocas veces nos sentamos a pensar en las migraciones que tienen por destino final (y no azaroso) a nuestro bonito país. Sí, ya sé qué están pensado, que México no es el “melting pot” ni el “salad bowl” que son los EU o Francia. Y tienen toda la razón. Pero a lo largo de los siglos este país ha crecido demográfica y culturalmente gracias a la llegada de distintas comunidades extranjeras que, por alguna razón u la otra, decidieron, un buen día, que el país del frutsi y el huachinango no era, en el fondo, tan mala opción.

Durante el siglo XIX no dejaron de llegar españoles, franceses, ingleses, dos o tres alemanes, italianos que no cabían en los barcos hacia Buenos Aires y hasta algunos polacos judíos a la tierra del camote y las tunas. De todos esos grupos estamos más o menos conscientes: Nueva Italia en Michoacán o Chipilo en Puebla nacieron cuando los italianos, arrogantes y observadores de sus propios ombligos como son, decidieron juntarse todos a vivir en su tradicional escándalo. Los grupos de menonitas son, básicamente, hijos de Fritz y Helga, ambos llegados de algún lugar de la Pomerania lluviosa buscando la sequía y el atroz calor del desierto mexicano.

Y luego ni hablar del exilio español, que vino a enseñarnos tantísimas cosas con esos chulos republicanos que huían del franquismo. Miles de mexicanos hoy día pueden reclamar su nacionalidad peninsular porque alguno de sus abuelos vino mentando ostias contra los fachas y fue recibido a brazos abiertos por mi general Cárdenas. En algún momento, todos los Kascinski Smolensko o Walesa (exagero –y miento– en los tres nombres, claro) que profesaban la religión de Anna Frank y que tenían antojos por una buen solecito cuernavaquense (o, más bien, que los estaban persiguiendo los nazis en Europa del Este), llegaron al país del mole para hacer carrera, tener hijos y poner tienda o banco. A muchos polacos les debemos, por ejemplo, la excelente calidad de nuestras orquestas sinfónicas, así como más de un buenísimo trabajo antropológico. Algo parecido sucedió con tantos chilenos, argentinos y uruguayos que, engañados por la imagen revolucionaria del PRI, vinieron a enriquecer nuestras universidades y equipos de fútbol cuando en sus países los militares se divertían tirando gente al mar desde avionetas en pleno vuelo.

Pero lo importante no es eso, porque bien que mal, sobre todo en la capital, conocemos ya esas historias a través de los nietos y bisnietos de quienes cruzaron fronteras para llegar aquí. Casi sin temor a equivocarme (pero sí sabiendo que generalizo), les puedo adelantar que prácticamente toda esta gente forma parte de las clases medias altas y altas de nuestra sociedad, participan activamente en todo tipo de manifestaciones culturales y académicas, son dueños de importantes empresas, negocios y demás sueños capitalistas y viven cómodamente integrados a la socialité mexicana, sin por ello descuidar el contacto con los suyos: uno puede todavía darse una vuelta por el Club Gallego a escuchar… pues gallego; o pasearse por la Condesa para ver viejitos parloteando en el idioma de Serrat; o perderse una tarde de viernes en Polanco y ver a los chilpayates con kipá que confundidos asisten a leer la Torá. Muchos de nosotros tenemos algún amigo o conocido que sea producto de una bonita mezcla entre el pueblo del maíz y algún hijo de anarquistas vascos, de judíos de Cracovia o de porteños montoneros.

A mí lo que hoy me llama más la atención es la migración más reciente… si es que de verdad lo es (y, si no, yo recién me estoy dando cuenta). Tengo la impresión de que México, o al menos la ciudad de México, sí se está convirtiendo poco a poco en una ciudad cosmopolita más allá de los colegios de paga (el alemán, el franco-mexicano o el angloamericano), más allá de los bares de la condesa y los talleres artísticos de Coyoacán. Creo que, desde hace unos veinte años pero hoy día con mayor intensidad, nuevos grupos de inmigrantes mucho más pobres y, sobre todo, mucho menos bienvenidos por la sociedad y el gobierno mexicano de lo que fueron aquellos de los que ya escribí, están llegando al país de los baleros y capiruchos.

Primer dato. Hace unos años leía, sorprendido, que los congoleños (de la RDC) conforman 48% de los inmigrantes que en México solicitan (y eventualmente obtienen) el estatus de refugiados. Una cuarta parte son colombianos y los demás son un verdadero tutti-fruti (hay desde chilenos hasta afganos, pasando por marfileños y hasta bosnios). Dudo mucho (y me encantaría equivocarme) que esos refugiados y sus familias vivan cómodamente en un departamento de la Del Valle, vayan a la escuela en Coyoacán y hagan su súper en el Superama. Dudo que los mexicanos a su alrededor seamos tan incluyentes y amables como lo somos con los 100 mil europeos (bueno, de la UE) que viven en el país de los tamales o con el millón de estadunidenses que vive tranquilamente acá.

Por mi casa, un poco más al Este (es decir, la sección Noreste de la colonia Narvarte, la Álamos y de ahí hacia Tlalpan), veo cada vez más árabes y turcos, caribeños y africanos. Desde hace algunos años se habla de la porosidad de nuestra frontera sur y de cómo entran por ahí inmigrantes de los cuatro rincones del mundo cuyo destino final es EU. Pero, en este caso, creo que se trata de gente que viene directamente a instalarse a México. Ya Eddie, un eterno alumno-profesor-investigador del Colmex nos invitó, alguna vez, a una fiesta que su comunidad haitiana en México organizaba. Por cualquier estupidez yo no fui a esa fiesta, pero me platicaron mis cuates, que fue impresionante. Era de verdad como pasearse por Puerto Príncipe escuchando a todo mundo hablar en creole, bailando algo entre reggae, Calipso y cualquier otra cosa y, en un descuido, practicando santería.

Como la haitiana, no dudo que muchas otras comunidades caribeñas y africanas estén creciendo en el DF. Es cada vez más común ver negros en el metro y en cualquier espacio público. Alguna vez, David Recondo, profesor francés que está de sabático en el Colegio, nos platicaba que su hijo pequeño, al ver un negro en la calle aquí en el DF, le dijo “mira papá, un negro, ¡como en Francia!”. La anécdota, que si se le atribuye a cualquier adulto podría sonar racista, evidencia, según yo, una realidad que está ganando terreno en México. No somos todavía la banlieue parisina ni el East London o el Harlem. No hablamos todavía de guetos de inmigrantes (bastante tenemos con nuestros numerosos compatriotas “del interior”, muchos de ellos de origen indígena, que se hacinan en las horribles colonias periféricas de nuestra metrópoli). No tenemos todavía un ejército de inmigrantes trabajando en las fábricas, en obras públicas o vendiendo piratería (nosotros tenemos ya bastante pobreza).

Pero sí comienza a verse que en el DF los patrones migratorios se están actualizando y que, por lo menos, México es reconocido como un país más o menos rico (o más o menos pobre) que está mejor posicionado que Haití, Jamaica o El Salvador y que puede ofrecer ciertas oportunidades a quienes, como todos los migrantes del mundo, se aventuran a lo desconocido. Por que las historias de la inmigración no son siempre alegres. Mucho se habla de la zona al Este de Circunvalación, en el centro, donde, cerca de la Merced, uno puede encontrarse a las mafias rusas y a la prostitución de mujeres de Europa del Este. Ciudades sureñas como Tapachula son claros ejemplos de la segregación, la humillación y la violencia que los inmigrantes en México deben soportar, ya sea para después llegar a EU (un inmigrante “de tránsito” tarda, en promedio ¡27 días en llegar a la otra frontera!) o para instalarse amablemente en México.

¿Que si podemos compararnos con algún país en situación similar? No lo sé. Quizá algún otro latinoamericano, como Colombia, que en algún momento recibió una gran oleada de inmigrantes árabes, o Ecuador que, al parecer, alberga cada vez más grupos africanos. Brasil es un ejemplo que corresponde a otra división, pues la historia de inmigraciones es quizá tan variada como la de EU y las comunidades afrobrasileñas, libanobrasileñas, italobrasileñas o loqueseabrasileñas son muy numerosas. Además, el caso mexicano sigue siendo muy particular debido a que miles y miles de compatriotas siguen yéndose a EU cada año: México difícilmente será un receptor neto de inmigrantes (quise decir imposiblemente).

Lo relevante, a final de cuentas, es la disposición que, como mexicanos (o como capitalinos) tendremos para socializar, en el sentido más sociológico del término, con estos inmigrantes. Porque es muy diferente ser inmigrante del primer mundo (algo así como inmigrante “por ocio” o por alguna otra condición mucho más placentera –diplomacia, trabajo en una universidad o empresa transnacional, etc) que inmigrante de un país pobre que viene a México a ganarse el pan. La integración de los primeros es relativamente sencilla, sobre todo porque su autoexclusión (o aislamiento) les es incluso benéfico (pienso, por ejemplo, en las colonias británicas a principios de siglo en México: bien podían vivir juntos jugando tenis y golf en las Lomas y no toparse con otro mexicano además del que les boleaba los zapatos). También porque se integran con otras herramientas muy apreciadas, ya sean artísticas, intelectuales o, aceptémoslo, financieras.

En cambio, la integración (y digo integración pero podría ser cualquier otra palabra; sé muy bien que es un término espinoso, sobre todo si analizamos todas las demás experiencias de migración en el mundo) de los inmigrante de países más bien pobres es quizá más complicada. Me ha tocado ver a varios negros (disculpen la imprecisión, pero no sé si son caribeños o africanos) que volantean o venden baratijas en las calles; no he visto un solo inmigrante europeo hacerlo (a menos, claro, que use rastas y venda pulseras en Masunte). Los inmigrantes de estos países no vienen a impresionar a nadie con sus multilingüismos, sus diplomas universitarios o sus requintos en el banjo; vienen a buscar trabajo y se acabó; algunos incluso vienen escapando de alguna guerra fuerte en casa. Si somos cínicos podemos pensar que, al venir así, ellos mismos no esperan “integrarse” a la sociedad mexicana. Pero no es cierto. En el fondo, sucede que la sociedad mexicana está todavía sorprendida de que empiecen a llegar estos inmigrantes. Es el momento a aprovechar, el de la sorpresa que permite, en teoría, un trato amable, incluyente y feliz hacia los inmigrantes. Cuando la sorpresa deja lugar a la incomodidad, la crítica o algo peor, entonces sí que se está en graves problemas.

Yo sólo diría que todos ellos son más que bienvenidos (conocen ya mi animadversión hacia las fronteras, los visados, los controles, las cuotas de inmigración y demás tarugadas), que si vamos a jugar a la globalización debemos jugarla completita y no a medias tintas. Y que si un par de jamaiquinos me enseña más y mejor reggae, ¡yo encantado!

miércoles, 23 de febrero de 2011

Medio Oriente y América Latina. Algunas comparaciones interesantes y evidentes diferencias.



En la blogósfera, en la ciberestratósfera y, sobre todo, en la twittósfera (todos ellos ejemplos de una falacia grande como el mundo que ellos mismos han inventado: el ciberactivismo o activismo 2.0), se habló mucho, durante las últimas semanas, de cómo lo sucedido en Túnez y en Egipto podría repetirse en México. Es decir, de cómo las protestas “organizadas por internet” y difundidas mediante twitter y facebook tenían la capacidad de derrocar gobiernos enquistados, corruptos, asesinos y empobrecedores. El argumento seguía así. México, con 27% de su población con acceso a internet (cifra que aumenta entre los jóvenes), podía efectivamente convertirse en el nuevo polvorín social que concentrara los reflectores de los medios mundiales. ¿Seguros? Que yo sepa los gobiernos del Medio Oriente no están cayendo a twitazos enviados cómodamente desde un sillón en el calor del hogar o la comodidad de la oficina. Según yo, 365 egipcios, más de 300 libios y decenas de otros árabes murieron o están muriendo sobre las baldosas, aventando piedras y recibiendo tiros. Según yo, 1,500 egipcios fueron apresados. En México ni siquiera han empezado esas manifestaciones; todavía es más improbable que, de haberlas, éstas siguieran si se enfrentaran con tales niveles de represión.

Pero vamos a lo que nos ocupa. Algunos paralelismos pueden trazarse (y algunas divergencias deben evidenciarse) entre el Medio Oriente y América Latina. Empecemos por lo generalizable.


Ambas regiones desfilan, desde los años ochenta, por el matadero financiero y fiscal que significa someterse a un plan de reajuste estructural de los altos mandos de la economía mundial, el FMI y el BM. Sus consecuencias, terribles e injustas para muchos, provechosas y benévolas según unos pocos, han marcado los posteriores cambios económicos de cada país. Mientras México, Chile y Colombia abrazaban ciegamente la fe del libre mercado, privatizaban y vendían lo público, Egipto, Líbano y Jordania desmantelaban empresas paraestatales, acogían las especulaciones financieras de Europa y Asia y limitaban drásticamente la provisión de servicios públicos por parte del Estado. Sólo aquellos países que, ya fuera por un firme mando ideológico o por sus grandes riquezas petroleras, pudieron mantener esquemas de redistribución nacional, lograron esquivar el capitalismo financiero para profundizar el capitalismo de Estado (Libia, Venezuela y, en mucha menor medida, Ecuador). Algunos países decidieron (simplemente porque podían) combinar esquemas. Así, las monarquías del Golfo Pérsico viven cómodamente postradas sobre sus inmensas reservas de crudo, reparten significativos beneficios y servicios públicos a su población y acogen, en paralelo, los grandes capitales del mundo de la finanza sin tasarlos casi nada (en los Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo, el equivalente al IETU mexicano es de 1,5%; en Arabia Saudita no existe el IVA).




En los países árabes, sobre todo en los no petroleros, el Estado fue perdiendo la primacía económica y olvidando su función de repartición de la riqueza. Ahí sí que hay un paralelismo con el grueso de América Latina. Esas liberalizaciones comerciales y financieras han mantenido a ambas regiones en una sutil región periférica que podría sin duda analizarse desde una teoría de la neo-dependencia. Sí, las megápolis de la región (El Cairo, México, Sao Paolo) son cosmopolitas y pueden ofrecer una fachada de riqueza, goce y derroche que rivalice con Londres, Oslo o Tokio. Pero sus mercados financieros son debilísimos en comparación con los de los Ámsterdam, Toronto o Taipéi. En lo absoluto, la dependencia financiera del exterior (no necesariamente de préstamos como en los años ochenta, sino de inversión privada extranjera) ha aumentado considerablemente. Si bien algunos países como México y los países petroleros del Golfo tienen reservas sólidas en dólares, los flujos de capital internos (en ocasiones igual de monopólicos), no pueden rivalizar con los externos. El capitalismo de Estado, insisto, ha dejado su lugar a uno de mercados, finanzas y esquemas bursátiles. Esa condición periférica de ambas regiones respecto al gran intercambio mundial de bienes, servicios y capitales es perforada, sutil y lentamente, por países como Brasil y Túnez que, guardando las muy debidas proporciones, han experimentado nuevos esquemas de diversificación fiscal y comercial (en la medida de lo posible, claro: Túnez sigue estando a 150km de Europa y Francia es su mayor socio, indiscutiblemente).


El Estado en el Mundo Árabe, sin embargo, jamás ha renunciado al control real de la fuerza y la violencia. No quiero decir que en América Latina sí (aunque en algunos casos sea evidente la crónica debilidad del Estado por mantener la “paz y la tranquilidad”), pero sí quiero enfatizar que en el Medio Oriente esa facultad de ejercer fuerza (y reprimir y violentar a la población) es tanto más vigente que hace treinta años. Egipto, país de 84millones, mantiene, pese a la huída de Mubarak, a más de un millón de policías. Agreguemos fuerzas armadas y servicios de inteligencia y veremos que el número es atroz. Gadafi no dudó en usar al ejército (o al menos a sus juguetes) para balear a los manifestantes. En países como Arabia Saudí, las fuerzas del orden tienen además roles moralinos y religiosos que son espantosos y muy violentos (además de denigrantes, censores y misóginos).




Y así podemos entrar a las diferencias (que son muchas más que las similitudes). En primer lugar, esa capacidad de usar la fuerza pública en contra de la población es mucho mayor en el Mundo Árabe que en Latinoamérica. Claro que el Estado puede ser represor y violento en manifestaciones públicas en lugares como Chile y Ecuador; claro que hay enorme represión contra movimientos sociales, autonomistas e indígenas en Guatemala, México, Perú y Colombia; por supuesto que hay paramilitares en Colombia, en México, en Guatemala o en El Salvador que están estrechamente ligados al aparato estatal. Pero el ejercicio de esa violencia es relativamente sutil –e incluso menor– si se compara con el Mundo Árabe: 365 muertos en Egipto, quizá 500 en Libia, decenas más en Bahréin y en tantos otros países en tan pocos días (sin contar las ya cotidianas desapariciones, ataques a sindicalizados, activistas sociales y demás), son ejemplos de lo violento que puede llegar a ser el Estado en esa parte del mundo.

Y eso quizá esté relacionado (aunque no necesariamente) con un proceso de democratización que no ha alcanzado al Medio Oriente. Jamás diré que América Latina es la panacea de las democracias modernas ni mucho menos, pero si nos ponemos justos, deberemos admitir que los esquemas de participación política y de representación equitativa han mejorado mucho en las últimas décadas de este lado del charco si los comparamos con los países árabes. Acá ha habido grandísimos cambios en Bolivia, Venezuela, El Salvador, la República Dominicana…y sin olvidar las dictaduras militares del Cono Sur que ahora son sólo un recuerdo. Vamos, incluso en México las cosas han mejorado ligeramente desde los años ochenta.

Hay, además, dos componentes sociológicos –al menos– que no deben descartarse. El primero es muy evidente y ha sido repetido ya muchas veces. Las pirámides poblacionales en el Mundo Árabe son una caja de Pandora, llena de potenciales pero también de peligros. En economías liberales incapaces de proveer bienes y empleo a hordas de jóvenes generalmente bien educados pero sin trabajo, el descontento, el reclamo y la inconformidad son alimento de las protestas. Bien que mal, en América Latina los esquemas laborales saben absorber, aunque sea mínimamente, a los recién egresados de las universidades –que son, además, menos. Y aunque es cierto que también en el Mundo Árabe han caído las tasas de fecundidad, sus índices de natalidad son todavía mayores a los nuestros. Seamos, además, un poco cínicos: los latinoamericanos gozamos de mejores redes internacionales que los árabes, lo que, en última instancia, nos facilita las cosas para desempeñarnos en el extranjero en vez de en el terruño.

Otro factor sociológico es el peso que tiene la religión en las sociedades e incluso en la política en el Mundo Árabe. Después de los gobiernos seculares de los años 50, 60 y 70, muchos países árabes han recaído en una ola de religiosidad que, seamos honestos, tiene efectos negativos en el tejido social. Hay ejemplos muy burdos pero esclarecedores: en Bagdad, Trípoli y El Cairo era muy común ver mujeres desveladas, como lo sigue siendo en Estambul, por ejemplo. Hoy ya no. Incluso bastiones del laicismo panarabista como Palestina, Túnez o Libia han perdido terreno frente al regreso del islam. No es un fenómeno malo en sí; lo que contrasta es los desequilibrios en el laicismo que esto provoca, porque entonces el Estado árabe deja de ser garante de una serie de libertades civiles y religiosas y se convierte en defensor (o cómplice) de movimientos religiosos que, sin ser los fanáticos de Al Qaeda ni de la península arábiga, son capaces de descomponer un tejido social que se antojaba más liberal, más igualitario y, sí, más democrático.

En América Latina la religiosidad vuelve (y vuelve grueso: México es un buen ejemplo, sobre todo al momento de vincular religión y política. Pero a nivel comunitario es impresionante el avance del evangelismo, por ejemplo, en Centroamérica). La diferencia, quizá, es que las religiones están recobrando fuerza en esquemas más o menos democráticos, y no bajo el auspicio de dictaduras que se inclinan cada vez más a la derecha (como es el caso árabe).Quizá esos cimientos democráticos, aunque no sean un edificio todavía, hacen las veces de válvula de escape a la congestión religiosa de algunos sectores. Digo sólo quizá porque tampoco estoy en condiciones de sostenerlo; sólo creo que es una posible explicación de entre tantas otras.

A donde quiero llegar es a un lugar común: Latinoamérica no es el Medio Oriente. Si allá explotaron estos regímenes y la gente salió a manifestarse hay que comprender que el escenario fue sumamente distinto al latinoamericano. Aquí, por ejemplo, tenemos experiencias ideológicas más firmes que allá (las guerrillas que durante décadas han fortalecido el debate ideológico en nuestros países; los partidos políticos de izquierda y derecha que también han discutido –en ocasiones desde la clandestinidad– desde cuerpos teóricos distintos a los el Mundo Árabe); en algunos países los movimientos sociales son también mucho más sólidos que en el Mediterráneo (pensemos en Bolivia). El caso es que los esquemas de revuelta, si es que los habrá en América Latina (y vaya que serán bienvenidos, sobre todo si parten de una posición ideológica más clara, de izquierda, de justicia y de igualdad), serán sumamente distintos a los del Mundo Árabe, que ahora se sostienen en demandas políticas inmediatas (democracia electoral, partidos políticos y prensa libre, por ejemplo) y en exigencias económicas precisas (empleo, nivel de vida), pero no necesariamente en críticas al sistema capitalista liberal ni en esperanzas fundadas en democracias participativas, socialistas y solidarias.

Por lo pronto, es imperativo que estos movimientos en el Mundo Árabe sigan. De ellos dependerá también una nueva configuración de esquemas políticos y económicos en el mundo que, esperemos, puedan ser más justos y solidarios que los que nos dominan hasta ahora, pero mi escepticismo prevalece.







lunes, 14 de febrero de 2011

Chafismos ilustrados, o la psicología de un mamón.

Vuelvo tristemente a las andadas bloguísticas sin nada inteligente que decir. Sé que me perdí (o me estoy perdiendo) de todos los grandes sucesos del Medio Oriente, de tantas grillas y sombrerazos en la política mexicana y hasta del torneo de seis naciones de rugby. Sí, lo sé. Pero no los agobiaré con nada de eso... al menos no esta vez.

En ocasiones, el individuo se siente muy bien en un ambiente social determinado cuando da la apariencia de no encajar en él (pero, en el fondo, encaja a la perfección). Es un juego que busca crear ciertas percepciones en la gente, reafirmar otras y, sobre todo, elevar los niveles de autoestima. Estoy seguro que a todo mundo le pasa, pero quiero compartirles algunos ejemplos particulares que pueden ser o no buenas metáforas para las dos líneas que anteceden. Se trata de las correrías de su servilleta en un grupo selecto pero no sangrón (o sí sangrón pero también alegre): la banda de las carreras del Colmex. Quiero apuntar que, aunque lo que sigue son ejemplos de mi propia pedantería, tampoco se volvieron ritos cotidianos. Jamás "abusé" de ellos (si no es que usarlos una sóla vez ya es abusar) y quise siempre parecer más simpático que mamón; más ingenuo que cínico; más natural que pedante. Pero eso no siempre se logra.

- Es muy divertido ir por ahí diciendo que uno es casi proletario porque se sube al metro dos veces al día. Con unos aires de peatonismo insaciable, llegar al salón en la mañana y decir con finjida sorpresa, "¡¿Pero, cómo?! ¿A poco a estas horas hay tráfico sobre Periférico? No lo sé, lo siento, viajo por el subsuelo" se convierte en un recurso repetitivo... hasta que harta, sobre todo porque muy pronto es evidente que tu ruta en metro es tan plácida (linea verde, de Hidalgo pa'bajo) que jamás has tenido que empujar a nadie a las vías en Ciudad Azteca para conseguirte un asiento; a excepción de un episodio aislado, no sueles andar paranóico a la salida del metro Guelatao con miedo de que te entierren una antena de radio y te saquen los ocho varos que traías para el pesero.
-Se vuelve entoces común decir "¡no puede ser! cuando salimos los colmecas juntos después de clase los jueves o viernes por la tarde, parece que hay más carros que personas". En el fondo agradeces terriblemente que así sea porque siempre puedes gorrear un aventón de regreso a casa. Pero por mientras, decirlo es mamón.
-Es incluso simpático decir, meneando una copita de vino de algún brindis intelectualón del Colmex, "sí, verás, yo uso el pesero desde los diez años: mi madre me mandaba a pagar el recibo del agua al centro solito"... importa poco que en tu pueblo bicicletero si no te subiste al pesero antes de los doce eres un "quedado" (o un verdadero hijísimo de papi) y que definitivamente es nada inseguro que los niños viajen en autobús urbano. Eso sí, no dices de inmediato que eres provinciano y dejas que alguien diga, innecesariamente, que en el DF ninguna madre o padre en su sano juicio dejaría que su bodoque se subiera a la 9 en Pantitlán a las meras ocho de la mañana.

- Es siempre muy mamón dar a entender que uno es biligüe por azares del árbol genealógico y no porque sus padres desembolsaron alguna suma obscena en el Colegio turco-nepalí o el italo-brasileño del DF. Así, cuando algún profesor pregunta "¿Y salió usted del Liceo? ¿Si no cómo explica su porte hippioso coyoacanezco fresa?", lo mejor es responder muy indirectamente y sólo intentar corregir la -siempre- errada pronunciación del segundo apellido.

- "Aquí en el Colegio somos todos fresas, estamos en un ambiente burgués privilegiado y hacemos puras actividades de fresas". Decir algo así, aleatorio, despreocupado y con cierta desfachatez a la hora de la comida, después de que alguien se haya referido a ti como "el hippie mugroso, defensor de los pueblos en destreza y abrazaárboles", siempre puede provocar un "no manches, pero si tú no eres fresa; ¡fresa fulanito!". La respuesta siempre es "bueno, hay niveles, pero nadie es auténticamente pandroso ni chúntaro en el Colmex". Y entonces te regodeas con tu propia conciencia social de quinta y tu espíritu burgués liberal intelectual.

- "Sólo tres de no sé cuántos salimos de escuela pública". PEDANTE, sobre todo porque sabes que no tendrás que precisar que tu escuela pública era como el jamboree de todos los hijitos de los profes intelectualones de la Universidad local, que se codeaban además con la alcurnia cuevanense porque sus propias escuelas eran bastante mediocres. Algún día tus compañeros de la carrera se enteraron de que tu prepa era la mejor del estado (y no es ningún premio) porque le dedicaban todos los recursos universitarios... y quizá también porque los hijos "rebeldes" del gober en turno asistían a ella. Entonces eso de escuela pública está sobrevalorado: tú nunca tuviste que irte a la técnica 334 en la Morelos a defenderte a cuchillazos de algún abusivo que quería quitarte tu torta con un picahielos.

En una de esas aparecen más por el estilo, pero ya les toca a ustedes sacarlas a la luz--sobre todo a los demás colmecas--, y no sólo para que me balconéen reduro, sino para que cada quién haga un ejercicio de humilde introspección y se dé color de dónde están esas particularidades de la personalidad de cada quién que, buscando desentonar con el grupo, finalmente lo integran más y más a éste.

Espero que nadie piense que esto es mamonería pura. Son unas reflexiones de pesero que me hice el otro díay me dieron ganas de plasmarlas acá. En ningún caso diría yo que siempre actuaba así o que cuando lo hacía era explícitamente con ganas de ser sangrón. Y, además, lo considero chistoso.