miércoles, 27 de octubre de 2010

Ideología como división Izquierda-Derecha (parte 2 y última)

Uno de los mayores debates en la parafernalia cotidiana que es la política mexicana es el de las alianzas políticas para fines electorales. ¿Tiene sentido unir fuerzas para derrotar a un enemigo común? Si la política es un cálculo realista puro, ¿puedo decir que el enemigo de mi enemigo es mi mejor amigo? ¿Qué implicaciones tienen las alianzas electorales en México -si alguna tienen- con el debate más amplio de las ideologías?
Quiero notar, primero, que hay una distinción crucial. Una alianza electoral es eso, una alianza de campaña. Es muy fácil que una alianza así se resquebraje después del voto. Algo muy distinto es una alianza de gobierno que se hace DESPUÉS de las elecciones (cosa común a los regímenes parlamentarios multipartidistas). En México y pese a lo que se diga, las alianzas que están en mente de algunos políticos son electorales. Con enorme dificultad encontraremos discursos y propuestas de gobiernos conjuntos (aunque eso no significa que no los haya).
En 2009 el PRI fue una aplanadora. Con un elevado porcentaje de la votación se hizo de una indiscutible mayoría simple en el legislativo y, con el apoyo de los incongruentes del partido Verde, ganó la mayoría absoluta. La disciplina legislativa no es comparable con la de otros países, pero no porque no la haya, sino porque es distinta. Me explico: en el Congreso de la Unión el PRI (o cualquier otro partido) suele votar como bloque. Pero no hace eso en relación a un proyecto claro de gobierno o de oposición. Tampoco lo hace refiriéndose abiertamente a una potencial alianza con otros partidos (se habla mucho de PRIAN, pero en ocasiones es difícil encontrarlo en los registros de votación, aunque muchas veces sí). Así como el PRI apoyó al PAN al momento de incrementar el IVA, un año después decidió que daría un paso atrás en su decisión y votaría en contra.
Esa incoherencia política no es exclusiva del PRI. En general, los partidos políticos mexicanos votan así porque no están acostumbrados a (o no quieren) encontrar compromisos con sus semejantes. No es indispensable en un sistema presidencialista bipartidista, pero sí lo es cuando hay al menos tres fuerzas políticas más o menos parejas porque hay que lograr mayorías convincentes (y legítimas). Así, una alianza postelectoral (al estilo parlamentario) obliga a los partidos involucrados a cuadrarse ante un proyecto que emana directamente del acuerdo previo a la toma de protesta del nuevo gobierno pero posterior al día de las elecciones. En el modelo mexicano, las alianzas legislativas serían mucho más eficientes si se hicieran después de los comicios y en función de acuerdos comunes de oposición o de gobierno. No es todavía el caso.
Pero el punto esencial de las alianzas electorales es, hoy día, por puestos del ejecutivo, ya sea municipal, estatal o incluso federal. Ahí la puerca tuerce el rabo. ¿Cómo es posible que un mismo individuo pueda comulgar con dos ideologías distintas, en el supuesto de que cada partido defienda una en particular? Si el candidato de dos o más partidos gana, ¿cómo configurará su gabinete?, ¿cómo ordenará sus preferencias?, ¿cuál será su relación con la oposción? Los partidos a los que representa, ¿se comportarán ambos como gobierno en el legislativo o no? ¿Serán acaso oposición?
Hay un par de argumentos convincentes para justificar las alianzas electorales para el ejecutivo. Uno es pragmático y poquitero y el otro es idealista pero profundo.
El primero es muy claro. Si hay un partido político o un sujeto que ocupa un cargo X y que se comporta como una verdadera bestia en el poder, ¿qué opciones reales existen para quitar al político/partido en cuestión? Muy sencillo: se espera a las próximas elecciones y se busca una candidatura común. Es un poco el argumento contra Ulises Ruiz. Si un cerdo despiadado, asesino, ladrón y comeniños como él gobierna en Oaxaca, qué mejor que sacar al PRI (su partido y su gente) con una alianza entre PAN y PRD. Es, a mi juicio, un argumento válido para situaciones muy precisas (Ulises Ruiz asesino, sí), pero completamente vacío si se empuja la función política de la democracia a un nivel que sobrepase lo momentáneo y lo individualista.
El segundo es un poco más complejo. Se trata de la convicción de que sólo mediante acuerdos, pactos y negociaciones la cultura democrática en México prosperará realmente en lugar de quedarse estancada. Si los partidos, sin importar sus banderas ideológicas, son capaces de negociar acuerdos a corto, mediano y largo plazo, entonces está bien que hagan alianzas, pues eso sería un reflejo de la colindancia de proyectos o la coincidencia de objetivos y metas políticas. Insisito en lo complejo del argumento, pues, aunque reconozco la importancia de mejorar los esquemas democráticos y de consenso en todos los niveles políticos de la vida mexicana, no puedo quedarme con una visión tan simplista de la política como consenso eterno y la democracia como el consenso final. No. Hay que aceptar que la disputa es parte esencial de la oposición de intereses y, por lo tanto, de ideologías. Si dos partidos políticos pueden aliarse, entonces ¿por qué no se convierten en uno mismo? Ahh, no, porque mantienen sus visiones distintas acerca de otros temas, sólo que para uno en particular lograron un acuerdo. Difícil de creer.
Pero más allá de ese par de argumentos, me inclino más por pensar que en el contexto mexicano las alianzas electorales para puestos ejecutivos son (y serán) una farsa.
En primer lugar, son el producto de una intención coyuntural e inmediata: obtener el poder a costa de casi cualquier cosa. En segundo lugar, son un engaño profundo al elecotrado, pues así como pueden presentarse como antagónicos en algunos puntos, ahora insisten en dar la imagen de comunicación y acuerdo para un tema preciso. Y en tercer lugar, desdibujan sistemáticamente sus bases ideológicas. Ese es el meollo que sigue.
Yo sí pienso que los partidos mexianos siguen un cuerpo de principios, valores y metas que podemos intentar llamar ideología. Sí creo que el PAN en todos sus sectores manifiesta una ideología de derecha, conservadora en lo social y liberal en lo económico. Claro que hay sectores laicos y otros muy religiosos; unos más tolerantes que otros. Pero es, básicamente, un partido que manifiesta los puntos centrales de la derecha: desigualdad, democracia representativa y parcial, consenso como la meta última (a costa de muchísima violencia y explotación), favoritismo a los grandes capitales...El PRI, aunque no lo parezca, también defiende una línea ideológica de derecha, sólo que ésta es matizada por un contexto histórico que proveyó de discursos populares y hasta izquierdistas al partido. ¿De dónde creen que salieron los primeros tecnócratas neoliberales? del PRI. Por supuesto, esos individuos ya no llevan la voz cantante en el partido, pero no por ello la inclinación económica de sus postulados ha transitado al socialismo. Tampoco son los grandes impulsores de políticas sociales verdaderamente redistributivas (i.e, no capitalistas), y, cuando lo hacen tímidamente, es siempre dentro del sueño corporativista politizado, acarreador y desigual. El PRD, a pesar de sus malestares intestinales, mantiene posturas más o menos claras respecto a su idea de sociedad más equitativa. Pero a nivel económico sus inclinaciones no son muy claras, y mucho menos homogéneas. ¿Redistribución total? ¿Socialismo? ¿Fin de los grandes capitales? Tal parece que no.
Pero aunque a mí no me convenzan las propuestas ideológicas generales, no significa que no las tengan. Y es precisamente por ello que resulta difícil aceptar que las alianzas electorales pueden desdibujar tan sencillamente los postulados políticos de origen. ¿Cómo puede convivir el impulso perredista capitalino de la liberalización social -aborto, matrimonio homosexual, seguro de desempleo...- con un conservadurismo panista muy arraigado y una expectativa económica muy liberal y basada en los mercados internacionales y la acumulación de capital? Difícil, ¿cierto?
Pongámonos en contexto.
En 2010 hubo, si no me equivoco, once elecciones gubernamentales en el país. Se temió que las once las ganara el PRI. Cuando sólo ganó ocho, muchos saltaron de júbilo. Bien, el PRI ganó sólo ocho, pero, siendo estrictos, ningún otro partido ganó alguna de las tres restantes. Fueron las alianzas entre PAN y PRD que se llevaron Sinaloa, Puebla y Oaxaca. La defensa incondicional fue que por fin salieron los MariosMarines, los UlisesRuices y sus huestes. Bien, punto a favor. ¿Y qué sigue? ¿Habrá gobiernos de gabinete mixto? ¿Habrá balance entre políticas de izquierda y de derecha? Difícil de preveer, pero el perfil político de las alianzas, hechas con el beneplácito del sector más conservador del PRD, nos sugiere que no. Quizá sea más acertado pensar que a nivel municipal, en los cabildos, las alianzas políticas tienen más futuro, pues en concreto la experiencia democrática es mayor ahí. Pero los gabinetes estatales y federales están pensados según el modelo británico de "el vencedor se lleva todo". ¿Qué ajustes habrá? Digo, porque en eso no pensaron cuando se fueron juntos a la campaña, agarraditos de la mano.
En 2011 el cuento posiblemente se repetirá en el Estado de México y, si todo les sale bien a los "aliancistas", también en 2012 para la fiesta grande. Desde la derecha priísta (Peña Nieto) y desde el amlismo (corriente de izquierda que no es, definitivamente, la izquierda de la izquierda) se critica y jitomatea a las alianzas. Los más cínicos (sobre todo panistas y chuchos), dicen que AMLO le está haciendo el juego a Peña Nieto (claro, la derecha sí puede defender alianzas, pero si hay comunidad de intereses entre sus enemigos, entonces es chacoteo político), pero lo cierto es que él sólo refleja un miedo que muchos mexicanos tenemos: ¿qué coños significará una alianza entre PAN y PRD? ¿Por qué no mejor se unen en el congreso para sacar adelante reformas políticas -a ver si se ponen de acuerdo- en vez de comprometer el panorama ideológico de los candidatos y confundir más al electorado?
Las alianzas electorales son, pues, una farsa mexicana. Si las ideologías de los partidos políticos no están definidas entonces la solución es definirlas mejor; no colgarse de ese chafa argumento para buscar alianzas "contranatura". Si en países como Suecia (donde cuatro partidos de centro y de derecha gobiernan juntos) o Alemania (donde incluso hubo una alianza nacional entre socialdemócratas y cristianodemócratas de derechas) --y no digamos nada de Líbano, ahí es un relajo-- las alianzas postvoto "funcionan" (en Alemania no), eso es resultado de una serie de condiciones locales que acá no tenemos, pero, sobre todo, es resultado de un mecanismo distinto de alianzas: Angela Merkel no se lanzó al ruedo diciendo que era candidata del SPD y del CDU al mismo tiempo. Para ella -y para los electores- estuvo siempre muy claro que era del CDU. La alianza se hace a posteriori para dar lugar en el gabinete a los partidos políticos que representan el voto popular en el parlamento.
Pero si en México decidimos, por ejemplo, que Alonso Lujambio defenderá al sol azteca junto con el panismo, bien podemos pensar que es el acábose. ¿Qué significará eso? ¿Estarán en el mismo gabinete progresistas de la talla de Ebrard o Andres Manuel (muuuuy hipotéticamente) junto con conservadores como Lozano, Horcacitas y Vázquez Mota? Admitámoslo: esos escenarios ni siquiera están en la mente de los políticos aliancistas. Ellos piensan, por ahora, en el resultado inmediato.
Y quizá por eso las ideologías están valiendo queso: porque lo inmediato se come lo trascendental.

martes, 12 de octubre de 2010

Ideología como división izquierda-derecha (Parte I)

Me intrigan las posiciones ideológicas de los inicios del siglo XXI.

Quizá deba rectificar: me intrigan los enfoques y las perspectivas desde las cuales se habla acerca de ideologías en el Siglo XXI. Esto, porque hay una enorme tendencia (y no es sólo de este siglo) que intenta desprestigiar a las ideologías bajo el supuesto de que carecen de mayor fundamento en una época de globalización y posmodernidad que ha roto ya con tantos paradigmas. Sin embargo, hay muchas otras tendencias, materializadas en sistemas políticos, en movimientos sociales o en corrientes religiosas, que proponen nuevas ideologías, las defienden e incluso, en ocasiones, se aferran a ellas pese a que resultan absurdas o incomprensibles para gran parte de la humanidad.


A mí no me gusta pensar que las ideologías no tienen ya mayor relevancia, que no existen o que, en el mejor de los casos, han pasado de moda. Es cierto que hay espacios de la vida cotidiana donde no parece haber necesidad de introducirlas (los alemanes suelen decir que a la hora de poner alumbrado o drenaje no puede haber izquierda o derecha), pero en muchas ocasiones las ideologías, o al menos sus implicaciones políticas –en términos del partido o posición que toman los individuos–, subyacen a casi cualquier tipo de interacción social, a casi cualquier decisión económica y a prácticamente todas las prácticas políticas.


Claro, mi argumento es debilísimo porque no empiezo definiendo lo que es una ideología. No lo hago porque simplemente no lo sé, pero tengo una apuesta. A mi juicio, una ideología es una hoja de ruta, una especie de plan que los individuos y los grupos pueden adoptar como referente al momento de cuestionarse sobre múltiples aspectos de sus vidas (individual y colectiva), aspectos como las elecciones económicas, las dinámicas sociales o las decisiones políticas. Es, quizá, una especie de guía que nos sirve de enfoque, de lente, para acercarnos al mundo externo. No es lo mismo que una teoría en términos científicos. Tampoco creo que sea un conjunto de ideas y paradigmas que deban aceptarse sin cuestionar o juzgar: creo que adoptar una ideología implica, ojalá, conocer más o menos las distintas opciones y el camino que cada una ha seguido a lo largo de la historia. Por ejemplo, decidir que se es de ideología de derechas (así, en plural, porque hay muchas) significaría aceptar como moralmente válidas o verdaderas ideas tales como la inherente desigualdad entre individuos, el funcionamiento de las sociedades como resultado de estas diferencias de ocupaciones, intereses, aspiraciones, pero también de ingresos, oportunidades y hasta capacidades. Significa, también, pensar que la política no es el eterno conflicto, sino el consenso paulatino que sólo alcanzan los más doctos o preparados que sólo representan al grueso de la población (cediendo, en el mejor de los casos, algunas prerrogativas democráticas), pero que no necesariamente la toman en cuenta.


Así, una ideología como un intento por englobar distintos problemas, preocupaciones e intereses en una misma perspectiva (es decir en un esquema más o menos uniforme de valores, objetivos, ideas de procedimientos y métodos) resulta de lo más relevante para posicionarse, como individuo, frente al mundo.


Hoy día, sin embargo, las ideologías pueden confundirse (o complementarse, según se quiera). Es muy común decir que se es liberal en términos sociales y al mismo tiempo atacar el liberalismo económico o político; los conservadores y los autoritarios pueden ser grandes admiradores del liberalismo económico. Así, lo que en un tiempo o espacio definido era considerado de izquierda deja de serlo en otro periodo o lugar. Por ejemplo, en el siglo XIX mexicano los liberales eran la izquierda en oposición a una derecha conservadora. Con la llegada del pensamiento socialista y anarquista a México, el liberalismo apareció tan sólo como la variante democrática de la derecha. En el siglo XXI, ser de izquierda en México puede significar retomar muchos elementos de aquel liberalismo decimonónico y rechazar postulados socialistas de épocas pasadas. Por poner otro ejemplo, el comunismo en un ´solo país de la Unión Soviética está lejos de ser el mismo bagaje ideológico de los teóricos socialistas del siglo XIX y también está muy distante de los nuevos postulados multiculturales y socialistas del siglo XXI.


Las ideologías, por lo tanto, son siempre relevantes, y lo son en tanto que las sociedades y los individuos son capaces de ajustarlas a lo largo del tiempo, no de tal suerte que se confundan, pierdan sus fundamentos elementales o se desprestigien, sino en el sentido que se actualicen a los tiempos y sus condiciones. Decía Norberto Bobbio en su ensayo sobre la izquierda y la derecha que una característica fundamental de la izquierda, sin importar su mote (socialista, anarquista) o su época (Revolución Francesa o Movimiento de los Sin Tierra), ha sido, es y será la lucha por concebir y luego implementar sociedades más equitativas –incluso igualitarias– y justas, mientras que la derecha suele conformarse con el statu quo –y luchar sólo por mantenerlo. Hay científicos que proponen, en términos dialécticos, una diferenciación entre izquierda y derecha diciendo, por ejemplo, que si la izquierda se convierte en sinónimo de un proceso de crítica constante y de superación de lo anterior, entonces las nuevas hipótesis científicas y, por lo tanto, el nuevo conocimiento sólo es posible desde y gracias a la izquierda.


Carlos Arriola dijo muy atinadamente que quien intente eludir o negar que hoy día haya todavía una diferencia entre izquierda y derecha definitivamente no es de izquierda. Y yo complemento: es porque no tiene mayor motivación por enfrentarse al statu quo.


Espero que los párrafos anteriores sirvan de preámbulo a una discusión próxima de este blog, que espero sea más aterrizada. Será sobre las identificaciones ideológicas de partidos políticos y movimientos sociales en México. La idea, se las adelanto, es que en México sí hay una crisis de las ideologías, sobre todo de las de izquierda que serían las supuestas contestatarias del statu quo. O bien, para matizar, que la crítica a este statu quo es muy tibia (porque las aspiraciones de quienes abanderan la izquierda mexicana son muy débiles). Ya veremos.