Podría
argumentarse que México, y Latinoamérica en general, está lejos de vivir
episodios de crisis y de drama político como los que ocurren ahora, cada media
hora, en Europa. Podría decirse, también, que lo que ocurra finalmente después
de las interminables, agresivas, aburridas e inútiles “negociaciones” no tendrá
mayores impactos en la cotidianeidad económica y política de México.
No estoy
seguro.
La crisis
en México es evidente. Magro crecimiento, estancamiento e incluso disminución
de la producción industrial, de la productividad y del peso relativo de la
economía formal… y todo eso en un contexto de incremento de la deuda pública
(es decir, ¿de qué carajos sirve endeudarnos si no se invierte, no se produce y
no se crece?). A eso súmenle el clientelismo dentro de los tentáculos del
Estado, la olímpica evasión fiscal, el trato preferencial a los grandes
cárteles mediáticos, telecomunicaciones, industriales, comerciales… y en la
vida de todos los días, la desigualdad galopante que no cambia, los niveles de
pobreza extrema que no cambian, el desempleo que no cambia y un largo etcétera.
Súmenle todo eso y verán cómo México está, curiosamente, pasando por una
situación muy parecida a la que vivió Grecia antes de 2008. La única diferencia
es que, en Grecia, en los últimos 5-7 años la crisis ha sido todavía más
brutal. Pero nada indica que México no pudiese seguir exactamente el mismo
camino.
Así que esa
es la brevísima respuesta al primer punto. No, México no está tan lejos de los
niveles de crisis económica y social que vive Grecia. México y los demás países
“emergentes” (que por lo visto llevan décadas emergiendo y seguirán en esa
posición durante muchas más) tienen mucho en común con Grecia, es decir, con la
periferia del mundo rico. En estos países, la industrialización jamás fue un
éxito, y las masas de trabajadores pasaron de trabajar la tierra a convertirse
en los ejércitos de empleados malpagados del sector terciario, pero no hubo
ningún momento de nuestra historia durante el cual una parte significativa del
trabajo se dedicase a la industria. Somos países abocados a la economía de los
servicios, una que es poco productiva en el sentido real de las condiciones
materiales básicas para un crecimiento sustentable y para un enriquecimiento
generalizado de la población… pero una que es fantástica para el
enriquecimiento veloz de la burguesía de estos sectores. La plusvalía y la
acumulación inmediata son sorprendentemente jugosas.
La enorme
diferencia económica y política es, obviamente, el contexto europeo. La moneda
común, las amarras financieras de la Euro Zona, los conflictos políticos con
las cúpulas de la UE, el carácter abiertamente neoliberal y antidemocrático de
las estructuras comunitarias, etc. Grecia (tanto el gobierno de Tsipras como la
mayoría de la población) vive esquizofrénicamente con el miedo a perder los
beneficios de ser parte de la UE y el Euro, y con el odio justificadísimo hacia
estas instituciones que han provocado enorme sufrimiento, pobreza,
autoritarismo y desesperación mediante su bien amada austeridad, disciplina
financiera y abierto neocolonialismo (¿dudas? Vean esto). Esta esquizofrenia es
el freno más importante para alcanzar lo que es realmente necesario: una
ruptura. La mayoría parlamentaria en Syriza da eco a tales preocupaciones y se
empecina en no abandonar jamás el Euro y tragarse con cicuta las imposiciones
de Europa. Y una buena parte de la población, por cuanto apoye las reformas “radicales”
propuestas por Syriza en enero y odie la austeridad firmada Europa, ve con
miedo la salida del Euro. Como decía Kouvelakis al inicio de esta nueva crisis,
hay una parte psicosocial ahí que no puede sernos ajena. Se trata de explicar,
pacientemente y con todas las evidencias, que la pertenencia al Euro es
incompatible con las reformas radicales, y que no romper con el capitalismo
hace imposible moverse en una dirección más progresista, más humana.
¿Y México
qué tiene que ver?
En los
sueños eróticos más absurdos de la burguesía y la élite política mexicana se hablaba
con afán de una “unidad política” con EUA y Canadá construida sobre las bases
del TLCAN. Igual que Europa, decían, todo comienza con el acercamiento de los
mercados y las inversiones; luego viene, poco a poco, la convergencia política
e institucional, y luego (agárrense) la moneda común. Qué bello.
Por suerte,
tales fantasías opiáceas han caído en decadencia. Pero las bases argumentativas
de tal catástrofe subyacen en la retorcida mente del capital. Si bien la
discusión, ahora, no es acerca de mayor integración con EU y Canadá (diría que
ya hay bastante de ésa), hay que comprender que no se trata sólo de eso. La
crisis en Grecia está probando un punto contundente: no se puede negociar ni
pactar con las instituciones del capitalismo. México, en caso de enfrentar una
crisis similar (e, insisto, no es para nada un panorama descabellado), se postraría,
nuevamente, a los pies del FMI, de la diplomacia gringa, de los acreedores
privados, etc. En dos palabras, México no habría aprendido la lección.
Estamos muy
lejos, sobre todo porque no tenemos una coalición como Syriza en el gobierno
(ni en el panorama político, diría yo; una discusión que valdrá la pena será
aquella que compare Morena con Syriza, y creo que es obvio cuál de las dos es
más radical). Así que no hay ni siquiera un discurso de ruptura, o al menos de
cambio y de reforma. Pero las bases económicas son las mismas. Los embates del
capitalismo mundial son los mismos y sus efectos en la supervivencia de los
muchos son los mismos. Los efectos del desenlace en Europa y Grecia, sea cual
sea, serán necesarios para sacar las conclusiones más relevantes. ¿Qué se puede
obtener dentro de los márgenes del capitalismo? Nada. ¿Qué le pasa a quienes
buscan moverse dentro de tales márgenes? Los aplastan. ¿Qué alternativa nos
queda entonces? Salirnos de los márgenes y romper con ellos. Puede ser que nos
aplasten, pero por lo menos tenemos una idea más clara de los límites de lo
existente y de la construcción de lo posible; los que se engañan pensando que
pueden construir un capitalismo más humano no la tienen. No hay respuestas
certeras para saber qué vendrá cuando rompamos con el capitalismo, pero hay
evidencia de sobra para saber qué pasa si nos quedamos. Vean a Grecia.