domingo, 12 de julio de 2015

¿Por qué debería importarnos Grecia?



Podría argumentarse que México, y Latinoamérica en general, está lejos de vivir episodios de crisis y de drama político como los que ocurren ahora, cada media hora, en Europa. Podría decirse, también, que lo que ocurra finalmente después de las interminables, agresivas, aburridas e inútiles “negociaciones” no tendrá mayores impactos en la cotidianeidad económica y política de México.
No estoy seguro.
La crisis en México es evidente. Magro crecimiento, estancamiento e incluso disminución de la producción industrial, de la productividad y del peso relativo de la economía formal… y todo eso en un contexto de incremento de la deuda pública (es decir, ¿de qué carajos sirve endeudarnos si no se invierte, no se produce y no se crece?). A eso súmenle el clientelismo dentro de los tentáculos del Estado, la olímpica evasión fiscal, el trato preferencial a los grandes cárteles mediáticos, telecomunicaciones, industriales, comerciales… y en la vida de todos los días, la desigualdad galopante que no cambia, los niveles de pobreza extrema que no cambian, el desempleo que no cambia y un largo etcétera. Súmenle todo eso y verán cómo México está, curiosamente, pasando por una situación muy parecida a la que vivió Grecia antes de 2008. La única diferencia es que, en Grecia, en los últimos 5-7 años la crisis ha sido todavía más brutal. Pero nada indica que México no pudiese seguir exactamente el mismo camino.
Así que esa es la brevísima respuesta al primer punto. No, México no está tan lejos de los niveles de crisis económica y social que vive Grecia. México y los demás países “emergentes” (que por lo visto llevan décadas emergiendo y seguirán en esa posición durante muchas más) tienen mucho en común con Grecia, es decir, con la periferia del mundo rico. En estos países, la industrialización jamás fue un éxito, y las masas de trabajadores pasaron de trabajar la tierra a convertirse en los ejércitos de empleados malpagados del sector terciario, pero no hubo ningún momento de nuestra historia durante el cual una parte significativa del trabajo se dedicase a la industria. Somos países abocados a la economía de los servicios, una que es poco productiva en el sentido real de las condiciones materiales básicas para un crecimiento sustentable y para un enriquecimiento generalizado de la población… pero una que es fantástica para el enriquecimiento veloz de la burguesía de estos sectores. La plusvalía y la acumulación inmediata son sorprendentemente jugosas.
La enorme diferencia económica y política es, obviamente, el contexto europeo. La moneda común, las amarras financieras de la Euro Zona, los conflictos políticos con las cúpulas de la UE, el carácter abiertamente neoliberal y antidemocrático de las estructuras comunitarias, etc. Grecia (tanto el gobierno de Tsipras como la mayoría de la población) vive esquizofrénicamente con el miedo a perder los beneficios de ser parte de la UE y el Euro, y con el odio justificadísimo hacia estas instituciones que han provocado enorme sufrimiento, pobreza, autoritarismo y desesperación mediante su bien amada austeridad, disciplina financiera y abierto neocolonialismo (¿dudas? Vean esto). Esta esquizofrenia es el freno más importante para alcanzar lo que es realmente necesario: una ruptura. La mayoría parlamentaria en Syriza da eco a tales preocupaciones y se empecina en no abandonar jamás el Euro y tragarse con cicuta las imposiciones de Europa. Y una buena parte de la población, por cuanto apoye las reformas “radicales” propuestas por Syriza en enero y odie la austeridad firmada Europa, ve con miedo la salida del Euro. Como decía Kouvelakis al inicio de esta nueva crisis, hay una parte psicosocial ahí que no puede sernos ajena. Se trata de explicar, pacientemente y con todas las evidencias, que la pertenencia al Euro es incompatible con las reformas radicales, y que no romper con el capitalismo hace imposible moverse en una dirección más progresista, más humana.

¿Y México qué tiene que ver?
En los sueños eróticos más absurdos de la burguesía y la élite política mexicana se hablaba con afán de una “unidad política” con EUA y Canadá construida sobre las bases del TLCAN. Igual que Europa, decían, todo comienza con el acercamiento de los mercados y las inversiones; luego viene, poco a poco, la convergencia política e institucional, y luego (agárrense) la moneda común. Qué bello.
Por suerte, tales fantasías opiáceas han caído en decadencia. Pero las bases argumentativas de tal catástrofe subyacen en la retorcida mente del capital. Si bien la discusión, ahora, no es acerca de mayor integración con EU y Canadá (diría que ya hay bastante de ésa), hay que comprender que no se trata sólo de eso. La crisis en Grecia está probando un punto contundente: no se puede negociar ni pactar con las instituciones del capitalismo. México, en caso de enfrentar una crisis similar (e, insisto, no es para nada un panorama descabellado), se postraría, nuevamente, a los pies del FMI, de la diplomacia gringa, de los acreedores privados, etc. En dos palabras, México no habría aprendido la lección.

Estamos muy lejos, sobre todo porque no tenemos una coalición como Syriza en el gobierno (ni en el panorama político, diría yo; una discusión que valdrá la pena será aquella que compare Morena con Syriza, y creo que es obvio cuál de las dos es más radical). Así que no hay ni siquiera un discurso de ruptura, o al menos de cambio y de reforma. Pero las bases económicas son las mismas. Los embates del capitalismo mundial son los mismos y sus efectos en la supervivencia de los muchos son los mismos. Los efectos del desenlace en Europa y Grecia, sea cual sea, serán necesarios para sacar las conclusiones más relevantes. ¿Qué se puede obtener dentro de los márgenes del capitalismo? Nada. ¿Qué le pasa a quienes buscan moverse dentro de tales márgenes? Los aplastan. ¿Qué alternativa nos queda entonces? Salirnos de los márgenes y romper con ellos. Puede ser que nos aplasten, pero por lo menos tenemos una idea más clara de los límites de lo existente y de la construcción de lo posible; los que se engañan pensando que pueden construir un capitalismo más humano no la tienen. No hay respuestas certeras para saber qué vendrá cuando rompamos con el capitalismo, pero hay evidencia de sobra para saber qué pasa si nos quedamos. Vean a Grecia.