miércoles, 15 de diciembre de 2010

A callar y a pagar, que para eso es la universidad







Cuando los estudiantes franceses se adhieren a los sindicatos y demás organizaciones sociales y salen a pisar las baldosas de las calles de prácticamente todas las ciudades, los encabezados de la prensa conservadora son todos prevesibles. "Una vez más"; "la Francia bárbara"; "El gusto por el desorden"... Vamos, en los círculos de la derecha europea (y no se diga en América completa), las movilizaciones de los franceses son vistas frecuentemente como simples provocaciones de pequeños revoltosos aferrados a una cantidad enorme de beneficios sociales y asistencias públicas. Es, por supuesto, una crítica simplista y muy mal fundamentada, pero da pie a que la imagen se modifique y se aplaudan medidas en contra de los manifestantes. Poco importa si a las calles salen tres millones de franceses en un sólo día (varias veces he loado ese punto en este blog y lo hago una vez más) o si las grandes conquistas sociales galas, muchas de ellas centenarias, se mantienen en pie en medio de una época de austeridades, injustos recortes y pérfidos desvíos mercantiles.
No es de extrañar, entonces, que esa misma prensa liberal y de derecha haya puesto el grito en el cielo cuando los británicos, "siempre tan tranquilos, ordenados, pasivos y democráticos", se manifestaron contra el gobierno conservador-liberal de Cameroon y Clegg, ambos endosadores de una reforma completa al financiamiento de la educación superior en la Isla. Pero vámonos por partes.
Durante la campaña electoral previa a las elecciones de mayo en el Reino Unido, el partido conservador de David Cameroon anunció en repetidas ocasiones que la meta de su gobierno sería reajustar a la baja las finanzas del Estado, los gastos y los programas de bienestar social. Motivado por una ideología individualista y neoliberal (la herencia thatcheriana), el Partido Conservador coqueteó con la idea de "un Estado monstruo" que impide el buen desempeño de los individuos en una sociedad moderna. Un Estado freno. Nick Clegg, liberal-demócrata, por su parte, jugó muy precavido con sus cartas pues ignoraba todavía si su resultado electoral le permitiría formar coalición con los conservadores o los laboristas. Al principio, Clegg (un sujeto inteligentísimo, políglota y bastante moderno en términos de una mente liberal y progresista) sedució a los conservadores prometiéndoles apoyo en una serie de medidas fiscales y presupuestarias a cambio de una posición más suave del Reino Unido frente a la Unión Europea (no olvidemos el escepticismo clásico de los Tories respecto al "continente"). A Clegg, quien habrá que reconocerle lo demócrata pese a lo liberal, le disgustaba la idea de atacar de frente los presupuestos educativos, pero sabía que tendría que ceder en muchas cosas si quería mantener al gobierno en pie.

Clegg tiene una desventaja clave: si el gobierno hace bien las cosas y el pueblo lo aplaude, el mérito irá sobre todo para el Partido Conservador (por ser el hermano mayor en la alianza); en cambio, si las cosas salen mal, los partidarios de los Lib-Dem serán mucho más severos al criticarlo a él (a Clegg) y acusarlo de traición a sus promesas electorales. El dilema no es menor: gran parte del voto Lib-Dem de mayo provino de la juventud universitaria, demasiado enajenada para girar nuevamente a la izquierda, pero consciente y proactiva al grado de descartar la derecha como opción política.
Así las cosas, la reforma a los planes presupuestarios de la educación superior, que contempla, sobre todo, una triplicación de las colegiaturas anuales, pasa también con el apoyo de Clegg, aunque a regañadientes y con enorme disgusto de aquéllos que, dentro del Lib-Dem, son más demócratas que liberales. [Hay una cláusua de abstención para el voto parlamentario --lo que en el Reino Unido no es convencional-- que pudieron aplicar algunos Lib-Dems en esta elección en particular, pero no conozco la complejidad del asunto, así que no me meto]. El caso es que ahora las colegiaturas anuales pasarán de 3,300 libras esterlinas (unos 66,000 pesos al año, menos que las universidades más caras de nuestro país -UDLA, TEC, IBERO-, pero muchísimo dinero para el común de los mortales) a la exhorbitante cantidad de 9,000 pounds (180,000 pesitos, aprox). Claro que la propuesta incluye nuevos mecanismos para financiar a los estudiantes pobres, pero ninguno de ellos parece ser suficientemente claro como para aceptar esos nuevos costos. El partido laborista, en la oposición pero no por eso muy coherente, se debatió internamente respecto a una contrapropuesta que prefiriera cobrar un impuesto especial a los graduados que ya trabajan en vez de alzar las tarifas universitarias.
Las manifestaciones no se hicieron esperar. Miles de estudiantes salieron a las calles en repetidas ocasiones y exigieron un debate público del tema (aunque, en el fondo, querían --y con toda razón-- un rechazo total a la reforma). No fue el cinco de noviembre, pero hubo fuego cerca del Parlamento británico en un claro ejemplo de rabia y descontento. Sí, algunas protestas tornaron a la violencia y a la destrucción (muy mesurada, hay que aclarar); sí, algunos agitadores comunes aprovecharon el descontento para generar más caos. Pero eso es sólo una cortina de humo frente al problema per se: la educación, como queda claro en países como el nuestro, es en Europa cada vez más un lujo y menos un derecho (si es que alguna vez lo fue).



Y luego Italia. La cosa ahí es distinta porque hace ya muchos años que se especula desde el gobierno respecto a nuevas leyes para las universidades. Muchas medidas han pasado ya y sus efectos no son necesariamente buenos, pero han pasado a cuentagotas, por lo que el descontento tampoco había explotado del tal manera... hasta ahora. Esta semana las propuestas gubernamentales para reducir gasto a la educación superior (además, claro, de reajustes administrativos, como permitir que expertos no universitarios lleguen a las universidades y las adminsitren... como si por ventura fueran empresas) coincidieron con una crisis parlamentaria muy severa. Vámonos, otra vez, por partes.
El gobierno de Silvio Berlusconi, un derechista megalómano y dueño de una cantidad impresionante de medios de comunicación en Italia, está bajo fuego. No es para menos. Desde hace más de un año que la alianza hecha con el partido, digamos, neofascista de F. Fini, muestra resquebrajos importantes. Berlusconi no ha sido capaz de --o no ha querido-- hacer a Fini partícipe de una mayor integración política entre ambos grupos políticos. En el fondo, ambos son nacionalistas y de derecha (Fini viene del fascismo de los años setenta, aunque en el discurso ha intentado mostrar una cara centrista, y Berlusconi tiene lazos esenciales con la Lega Nord, el partido separatista y xenófobo del Norte industrial). Pero Fini ha logrado capitalizar ciertos descontentos dentro de la derecha para poner en tela de juicio los procedimientos comunes del gobierno de Berlusconi. La izquierda, ausente en estos días, no hace más que esperar que caiga uno de los dos para entonces rematar y remontar. Finalmente ayer, catorce de diciembre, en una sesión especial del Parlamento tuvo lugar un voto de confianza al gobierno de Berlusconi impulsado, sobre todo, por las huestes de Fini. El resultado fue el esperado: aunque por un márgen de sólo tres votos, el Parlamento votó por la continuidad del gobierno de Berlusconi.





Y ahí explotaron los ánimos. Más de cien mil personas, en su mayoría jóvenes universitarios igualmente afectados por las pretensiones de cambio y ajuste del gobierno, salieron a las calles a corear insignias y mostrar su profundo descontento con Roma. Ya fuera porque la gente tenía verdaderas esperanzas de que el gobierno colapsaría o porque su continuidad fue la gota que derramó el vaso, las manifestaciones crecieron espontáneamente y se extendieron por todo el centro de la ciudad. La cosa se puso violenta y más de cuarenta chav@s quedaron heridos. La policía fue brutal (y también algunos agitadores, como siempre), pero lo más significativo es que, entre todo, sí resaltó el tema de la educación universitaria. Los estudiantes sí salieron con la clara consigna de exigir un freno a las políticas de austeridad que tanto golpean a las universidades italianas desde hace tantos años y que este mes en particular se intensificaron.
Vale. Ya. Hay manifestaciones, golpes y descontento. Los gobiernos se ven en la necesidad de reprimir o de "poner orden" porque la ira de algunos jóvenes rebasa los estándares. Sí, las fotos son impresionantes y siempre provocan algo de adrenalina (estar ahí es todavía mejor). Pero, ¿cuál es el punto de todo esto? ¿Por qué es tan criticable la decisión de abalanzarse sobre los presupuestos universitarios así?
La respuesta no es sencilla, pero tiene que ver, sobre todo, con una concepción un tanto extendida en el mundo de que la educación universitaria, por sí misma, jamás dejará de ser una de élites y privilegiados, y que el Estado no tiene por qué servir a los privilegiados. El argumento es simplista, molesto y descorazonador. Pongamos las cosas en otro lente y discutamos.
Sí, la educación (y sobre todo la universitaria) es más un lujo que un derecho, por más que se hagan malabares retóricos al respecto. En términos generales, jamás ha habido más estudiantes universitarios que ahora; tampoco han disminuido radicalmente las proporciones de jóvenes que, respecto al total, avanzan a la universidad. En países como México y Brazil, ese porcentaje no cesa de aumentar (aunque a ritmos muy lentos, admitamos). En una visión economicista del "progreso" de las sociedades (entiéndanme, no me gusta mucho esa palabra), el número de universitarios no determina casi nada. De hecho, en sociedades industriales y hasta postindustriales no se "necesitan" muchos universitarios. ¿Qué pasaría si toda la población fuera universitaria? ¿Quiénes serían entonces obreros, campesinos o mecánicos si todos quieren ser médicos, abogados o doctores en filosofía? La pregunta está sesgada de inicio. No se trata de extender y obligar a la población a ir a la universidad. Jamás se generalizará al respecto: no por tener un diploma se es mejor para la vida. Hay que ser honestos al respecto y admitir que aquellos que estamos en la universidad seríamos incapaces de hacer muchas otras cosas que no requieren de esos títulos.
Pero eso no resuelve la cuestión. En países como Bélgica o los Países Bajos, la proporción de jóvenes que van a la universidad es menor incluso a la proporción mexicana. La gran diferencia, por supuesto, es que los esquemas de educación técnica son muchísimo más eficaces y gratificantes que los mexicanos. Eso refleja, sobre todo, un interés de Estado o, al menos, nacional, por que las diferentes actividades económicas de una nación industrial sean realizadas por profesionales. Así, los obreros y los técnicos ingenieriles sí tienen ese grado de educación preuniversitario o parauniveristario que en México tanta falta hace. Es una redistribución del conocimiento y la práctica que se combina (o se combinó en mejores tiempos) con esquemas de bienestar y justicia social que más o menos lograban repartir la riqueza, los frutos del trabajo y, por supuesto, los esfuerzos de éste. Decían, por ejemplo, que en Noruega un camionero ganaba ya tres cuartas partes de lo que ganaba un médico.
Pero que existan opciones de educación técnica para preparar a aquéllos que se dedicarán después, por necesidad o por elección al trabajo técnico (y que quede claro que, pese a lo que diga la doctrina liberal imperante, muchos de entre ellos lo hacen por necesidad y jamás por verdadera elección) no es imperativo que las universidades se conviertan en centros de reunión de élites y privilegiados. El Estado como tal es responsable de proveer TODAS las opciones con la misma CALIDAD y atención. Jamás podrá el Estado menospreciar la educación y trabajo técnico y subvaluarlo frente al universitario. Jamás deberá el Estado pensar que por tratarse de un nivel educativo más recurrente entre los ricos que entre los pobres, entonces el apoyo a las universidades deberá recortarse, "total que los ricos pueden pagarlas desde sus propios bolsillos".
No. El tema central de la solidaridad social organizada por el Estado es que es GLOBAL. Es universal, es para todos y para todos por igual. Las medidas de combate a las desigualdades en países pobres como el nuestro son focalizadas, especializadas y, por lo tanto, caen en ocasiones en la "discriminación positiva". El ideal de Estado de Bienestar es que los beneficios existan de igual manera para todos. Si así fuera, no debiera haber ninguna consideración respecto a quiénes son los que van a la universidad porque, sin importar su origen socio-económico, beneficiarían todos del mismo apoyo público. Ese apoyo público, una vez que existe, entonces puede ser (no, debe ser) complementado con más apoyo público para aquéllos que tienen menos recurosos. Pero ese no puede ser el punto de partida, simplemente porque si la universidad cuesta ahora 9,000 libras lo mismo deja fuera de las aulas al hijo del obrero que gana 15,000 libras al año que a la hija del profesor de preparatoria que quizá gane 27,000 al año.
El contraargumento, sobre todo el que existe desde siempre en los EU, es que la educación universitaria, si bien cara, puede ser financiada como parte de un proyecto de vida. No es broma: los estadunidenses muchas veces sí ahorran durante dieciocho años para que sus hijos asistan a la universidad. Sin duda es posible para las familias de clase media y para las de media baja que reciben ciertas becas. Pero no es para nada un sistema que permita que absolutamente quien sea acuda a la universidad. Sí, la cultura del ahorro es distinta. Pero eso sólo refuerza un punto: que no sería necesaria ese enorme sacrificio si el Estado pudiese proveer todos esos servicios de manera universal.
Se abren entonces al menos dos discusiones que, acepto, soy incapaz de resolver. La primera tiene que ver con el financiamiento. Si los Estados están en crisis y deben ajustar sus presupuestos no podemos, dice el cuento, exigirles que mantengan sus "elevados" gastos en temas sociales cuando las finanzas están enfermas. Que el mercado regule cosas es ya terrible; que regule la educación o la salud es simplemente aberrante. Si el Estado no tiene dinero, entonces que reforme sus propios esquemas fiscales, que grave la especulación, los fondos pasivos de las empresas, la producción de capital, la actividad bursátil y crediticia, las grandes fortunas... vamos, ahí es donde está el dinero que el Estado no se atreve a cobrar. No es en el consumo o en la reducción del gasto donde se obtendrán tales ingresos. Pero eso lo digo desde la posición ideológica y admito que desconozco la viabilidad de que los Estados integrados al sistema internacional financiero-capitalista puedan actuar así.
La segunda discusión tiene que ver entonces con la pertinencia misma de seguir considerando a la unviersidad como el cénit de la vida. ¿Es eso cierto? ¿No existen acaso opciones distintas? Vamos, la gran preocupación es que un mundo meritocrático y mercantilizado las opciones no universitarias sean cada vez más alternativas depauperadas frente a las otras. Es decir, que el individuo no universitario no vea más que crecer la distancia que lo separa del universitario, tanto en términos de ingreso personal como de status social o de integración a ciertos círculos. Esas dicotomías intenta resolverlas el Estado de Bienestar. Lo que ese modelo no puede resolver es que de todos modos existan disparidades en acceso a la información y, por ende a los recursos políticos, cuando un individuo asistió a la universidad y el otro no. El argumento es algo así como: "pues no importa que el obrero, el empleado de un banco y el profesor emérito/periodista/comentarista ganen lo mismo si de todos modos los dos primeros estarán lejísimos de la verdadera participación política pues su status de no universitarios los repele automáticamente de los círculos más finos de la toma de decisiones". En efecto, el Estado de Bienestar europeo no supo acabar con ese dilema. Pero el socialismo sí puede hacerlo pues se trata de un modelo de integración total de los individuos a los medios productivos y, como resultado de la modificación de las relaciones sociales de producción, a las esferas colectivas de toma de decisiones y actividad política y democrática plena. El punto ahí es, un poco como escribió Marx en el Manifiesto, que el individuo puede, en una sociedad colectivista, dedicarse a varias actividades en distitnos momentos (y con distintos grados de especialización de su parte) según sus propias elecciones, decisiones que tienen que ver con la configuración de una sociedad plural y colectiva. Así, no importa que tú quieras ser carpintera o que tú quieras ser celador: si quieres ir a la universidad y estudiar física cuántica, historia del Peloponeso o biologia amazónica podrás hacerlo (y que nadie te pregunte "¿para qué sirve?", como si la educación fuera siempre utilitarista). Y si quieres hacer carpintería por las mañanas y dar una clase de biología amazónica por las tardes, sólo lograrás eso en un esquema de repartición colectiva de actividades no sólo según tus capacidades (claro que te preparaste muy bien para hacer ambas cosas de maravilla), sino según las necesidades objetivas (basadas siempre en la libertad individual y las obligaciones colectivas) de la comunidad. Pero insisto, también es un pie del que todavía cojeo.


martes, 7 de diciembre de 2010

Wikileaks a cuentagotas

Hace prácticamente una semana que Wikileaks filtró a algunos de los mayores periódicos del mundo algo así como 251 mil cables y telegramas que las distintas embajadas y consulados estadunidenses transmitieron a Washington. Los más viejos datan de 1964 y los más nuevos de septiembre de 2010. Los hay que son completamente irrelevantes, otros que no son nada confidenciales; los hay acusadores y los hay comprometedores; algunos son noticia, pero la gran mayoría son banalidades y frivolidades que ni siquiera vale la pena comentar. El gran revuelo que causaron ya es por todos sabidos y no es más noticia. No importa ya hablar sobre las reacciones de Hillary Clinton o del Departamento de Estado en general; también es cierto que todavía es pronto para determinar qué efectos tendrá la filtración de los cables para la diplomacia mundial a mediano y corto plazo. Es dificilísimo aventurarse en ese sentido porque, en concreto, nada de lo evidenciado por los cables es (o era) totalmente secreto: respecto a casi todo se habían hecho ya ciertas especulaciones, sobre todo en la prensa y en los círculos de analistas. Muchas cosas ya eran noticia y se sabían, eran, digamos, secretos a voces.

¿Qué es entonces importante? Creo que hay tres elementos esenciales para un futuro análisis de lo que sucederá con Wikileaks, a saber, 1) las cosas que no se dicen generalmente y que algunos cables ya están evidenciando. No son cosas inverosímiles o que hayan sido conservadas en excelente secreto, pero sí son revelaciones importantes para comprender cómo se reconfigura, poco a poco, el mundo de hoy. 2) Las consecuencias a mediano plazo que pueden tener estas filtraciones respecto al comportamiento diplomático e internacional en general de los Estados Unidos. Y, finalmente, 3), ¿Qué significará esto --si soy capaz de comprenderlo yo mismo-- para la diplomacia global en general? ¿Se convertirá en un asunto de seguridad cibernética como algunos ya han apuntado o revolucionará completamente la forma de hacer diplomacia y política exterior en el mundo?

1) Los cables y telegramas que el equipo lidereado (o al menos representado) por el australiano Julian Assange regalaron a varios diarios son, por lo menos, representativos (los hay de prácticamente todos los países y en buen número), claros (no hay "reportes" ni "estudios" sobre situaciones: son mensajes breves, concisos, que transmiten opiniones o hechos concretos y miedos y preocupaciones) y, por supuesto, morbosos. No es para nada relevante, en términos de ciencia política, saber si Muammar Gaddafi, presidente libio, usa botox o si Cristina Fernández de Argentina tiene problemas de esquizofrenia y bipolaridad. Pero eso sí es importante para el día a día político, el de las percepciones, los miedos y, por supuesto, los chismes. Pero esas cosas son en sí inútiles, si bien fueron las que los grandes periódicos escogieron en primer lugar (o las escogió Wikileaks, no lo sé de cierto).
Lo importante, lo más relevante, está saliendo apenas ahora. Ya publicó El País (uno de los "elegidos" por Wikileaks para este cometido junto con Le Monde, The Guardian -que se los pasó al NY Times- y Der Spiegel, entre muy pocos otros) un análisis profundo sobre los problemas de la relación bilateral entre España y los EU. Insisto, no es novedad, o al menos no es nada que no haya podido intuirse, que después de la victoria de Zapatero en 2004 y el retiro de las tropas españolas de Irak las relaciones con Washington se enfriaron radicalmente. De ahí se adivina que los grandes esfuerzos diplomáticos españoles tienen una meta fija: recuperar la confianza y el respeto de los EU. Sin embargo, los cables recién publicados por El País demuestran que Washington jamás ha considerado a España como un par con el cuál entablar negociaciones y acuerdos de igual a igual. No sólo es la preocupación por la crisis, el desempleo y las dificultades que el gobierno de Zapatero tiene para hacer pasar planes de reacomodo fiscal y austeridad presupuestaria; es, por ejemplo, la desconfianza respecto a temas de seguridad y compromiso español, como por ejemplo, ¿hasta qué punto puede EU contar en Madrid para intervenir exitosamente en el problema del Sahara Occidental? ¿Qué fuerza política tiene España con Marruecos y Argelia para empujar las cosas a una solución estable? Moratinos, jefe de la diplomacia Española, recién se quejó de que EU siga considerando a España un país de "quinta fila", aún cuando "se trata de la 8va economía mundial". Los bancos españoles son poderosísimos y salieron mejor librados de la crisis que los estadunidenses; el peso Español en América Latina es considerable (de hecho es la puerta de entrada para la Unión Europea) y los EU no pueden ignorar eso.
Otro tema relevante (y sólo es por citar dos o tres) es uno del que hablamos poco, incluso como latinoamericanos. Se trata del tristemente célebre "triángulo ingobernable" de la triple frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay. Desde hace décadas que el Departamento de Estado y muchos otros observadores insisten en que es una región explosiva en la que han brotado diversos grupos extremistas y en donde hay incluso organizaciones terroristas extranjeras que tienen bases de operación. No es inverosímil porque, de hecho, esa zona ha sido siempre baluarte del contrabando y la ilegalidad. Lo interesante, en concreto, es que, desde hace una década, se habla frecuentemente de que el partido político con brazo miliciano libanés, Hezbolá, tenga un campo de entrenamiento y de operaciones financieras, de narcotráfico y mercado de armas en la triple frontera. Los cables filtrados evidencian la preocupación estadunidense porque esa zona, posible polvorín, sea ignorada o menospreciada por los gobiernos de la región. De hecho, Brasil ha sido recurrente al insistir en que NO es una región ingobernable o que presente problemas serios de seguridad y violencia. Wikileaks, sin embargo, demostró que Estados Unidos siempre lleva su desconfianza un paso más lejos: ahora los cables del Departamento de Estado pusieron en tela de juicio el compromiso brasileño con la lucha contra el terrorismo porque, argumentan, Brasilia ha jugado un doble rol muy nocivo: por un lado niega rotundamente que haya problemas en la triple frontera --y por lo tanto no hace gran cosa al respecto--, y por el otro seduce a los EU prometiéndoles colaboración en la lucha contra el terrorismo en Medio Oriente. Vamos, la posición brasileña no es ajena a la de muchos otros países, pero lo interesante aquí es la forma en que Wikileaks logró desvelar ese juego de desconfianzas, dudas, miedos, incertidumbres y demás. Si EU es escéptico frente al compromiso brasileño para combatir el terrorismo en Sudamérica (asumiendo que lo haya, que yo no me lo creo), Brasil es incongruente y hasta cínico al colaborar, aún si es bajo el agua y en un secretismo bastate profundo, con las operaciones de inteligencia y contraterrorismo estadunidense en el Medio Oriente.
Un tercer ejemplo es el juego de lealtades y de imágenes a conveniencia que las figuras de la alta política árabe aplican respecto a Irán. Sí, la rivalidad entre Irán y los reinos suníes de la península no son novedad: sí, Arabia Saudita, Kuwait y otros apoyaron a Irak durante su larga guerra contra Irán. Hoy día hay una enorme desconfianza por parte de las realezas petroleras respecto al gobierno de Ahmadinejaad en Teherán. Temen, de verdad, que su política radicalmente antisionista y antiisraelita tenga consecuencias para sus cómodas posiciones políticas (de sumisión dirían algunos) respecto al gobierno hebreo. No es justo para Irán, por supuesto, pero en la diplomacia la justicia es francamente secundaria. La cosa es que los cables de Wikileaks hablan de muchísimos encuentros casi secretos y a título personal entre altos funcionarios saudíes, qataríes y kuwaitíes con diplomáticos estadunidenses en los que se pide una posición mucho más agresiva (léase violenta) contra las actitudes de Irán. Incluso el actual primer ministro libanés, que no es necesariamente amigo de Ahmadinejaad pero que logró ser bastante decente y amistoso cuando éste visitó Beirut, dijo a diplomáticos estadunidenses, ¡estando en una visita en Irán!, que quería ver a EU tomar acciones duras e inmediatas contra las intenciones iraníes de armarse nuclearmente (lo cual, insisto, es falso).

2) Este punto es mucho más breve. Seamos claros: el objetivo de Assange y de Wikileaks es, en el discurso, facilitar la difusión de las opiniones que finalmente influyen en la toma de decisiones respecto a los grandes temas de actualidad internacional. Esto es, democracia, transparencia y rendición de cuentas de la actividad diplomática en el globo. La petición es más que legítima y justa: es imperativa. El gran riesgo (y eso no es culpa de Wikileaks) es que pidiendo una mayor apertura y comunicación del quehacer político entre los Estados, éstos respondan, contrariamente, con mayor cerrazón, secretismo, represión, intolerancia y violencia. No bien fueron publicados los primeros cientos de cables que el Departamento de Estado se pronunció a favor de la aplicación más radical de la ley de espionaje internacional (tan utilizada durante el gobierno de Bush) que "permite" a EU hacerse de información por medios muy poco ortodoxos en cualquier parte del mundo. Argumentado, con entera falsedad a mi juicio, que miles de vidas están en riesgo a causa de la filtración de los cables (porque, se supone, servirán de información a grupos terroristas y demás enemigos del mundo libre), Hillary Clinton llamó abiertamente a la persecución cibernética y física de los implicados en las filtraciones (hoy mismo, martes 7 de diciembre, Julian Assange fue arrestado cerca de Londres donde se escondía, pese a que el gobierno ecuatoriano de Correa le había ofrecido asilo incondicional) y al castigo "con todo el peso de la ley" por desvelar secretos de Estado que son fundamentales para la seguridad de EU y del mundo entero. El cambio de actitudes por parte de la diplomacia estadunidense podrá ser terriblemente negativo: recurrir a mayor violencia y opacidad es una afrenta clara al multilateralismo y a los esfuerzos conjuntos por establecer ciertos mecanismos comunes de solución de conflictos en el mundo.

3) Creo que las filtraciones no tendrán ningún efecto a largo plazo. No van a cambiar la forma en que se hace la diplomacia o el "espionaje legal" que las embajadas en todo el mundo practican. Lo único que quizá sucederá será un cambio en la forma en que los países interesados (sobre todo EU, pero también el Reino Unido, Rusia, China o Francia) transmitan a sus capitales la información recabada. Ahora aplica perfectamente el clásico "cuando veas las barbas de tu vecino cortar...". Nadie puede luchar con éxito contra el espacio cibernético. Sin embargo, sí habrá intentos por bloquear y rastrear con mayor empeño este tipo de sitios (de hecho, Wikileaks estuvo bloqueado el domingo 28 de noviembre). Insisto en que la diplomacia no se volverá más transparente ni más democrática: será siempre un mundo de élites y de secretos, de desconfianzas, melodramas, infiltraciones y traiciones. Habrá quizá algún ingenuo que querrá hacer público todo lo que haga, y será un buen gesto, pero no tendrá eco y quizá quede en el desprestigio.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Es hermoso morder la mano que te alimenta

Este texto es innovador para los parámetros de este mísero blog. Comienza con una caricatura. ¿Listos?






Bien, ahora sí, al grano. Esta caricatura, que apareció el 22 de octubre en The Economist, hace referencia al triunfo de las políticas de austeridad después de la crisis económica que, en 2008, medio hundió al mundo. En términos muy burdos y generales (literlamente, caricaturizando), los europeos, por cuestiones históricas que se explican entre otras cosas con las dos guerras mundiales, tienden a preferir gobiernos activos en economía y responsables (o comprometidos) con el bienestar social. Por su parte, los estadunidenses, quizá de memoria un tanto más corta, aplauden frenéticamente los recortes presupuestales y las limitaciones estructurales a los programas asistencialistas del Estado. También es histórico (y eso es precisamente lo que argumenta el Tea Party), pero también es, en gran medida, ideológico.


¿Qué demonios sucede de los dos lados del Atlántico? Creo que la respuesta es clara: los gobiernos están buscando recortar sistemáticamente sus gastos y buscan ajustarse a políticas macroeconómicas pulcras, eficientes, relucientes y, por supuesto, injustas. El premio a ganar es multifacético: el aplauso de los organismos financieros internacionales, el beneplácito de los grandes capitales especulativos (bancos y finanzas), la confianza de los inversionistas y los empresarios, el respaldo de las fortunas nacionales (hartas de pagar tantos impuestos) y, empujado al límite, el apoyo de los grupos políticos nacionalistas que ven en los recortes bienestaristas la oportunidad de recrear diferencias claras con las comunidades inmigrantes.


Por supuesto, las reformas de ajuste pueden tener consecuencias desastrosas: profundización de las inequidades económicas, afirmación de desigualdades sociales, despolitización de instituciones importantes (sindicatos o confederaciones campesinas), enajenación clasemediera (aunque no estoy todavía muy seguro de cómo), caída del salario real y aumento de los precios (como en América Latina durante los 1980')... En fin, una serie de calamidades que, si bien quizá no pondrán en tela de juicio la esencia misma del Estado, sí desprestigiarán considerablemente su labor económica y la confianza que millones de ciudadanos depositaron en él como un elemento importante del bienestar social.



Vámonos al cuento. La crisis de 2007/2008 comenzó, digámoslo rápida y burdamente, con la explosión de una hiperburbuja de especulación financiera. Esa "alberca" de los no sé cuántos billones de dólares (y billones en castellano, que conste!) se llenó con los flujos de capital que, por supuesto, no eran regulados por los Estados, pero que tampoco eran productivos (no eran inversiones en bienes de capital ni en servicios públicos). Los bancos perdieron solvencia y los Estados ricos salieron al rescate. En cuestión de meses, las mayores economías del mundo desembolsaron millones de dólares en estímulos fiscales y rescate a bancos y empresas que, debido a su irresponsabilidad (irresponsabilidad que yo considero imposible o dificilísima si éstos pertenecen al Estado o a cooperativas), estaban al borde del colapso.


Así, The Fed compró bancos estadunidenses (para después revenderlos), el gobierno de Frau Merkell incentivó profundamente la producción y compra de carros alemanes, Obama lanzó su eslogan "buy American", los franceses destinaron millones al saldo de cuentas bancarias, los chinos volvieron a comprar bonos del tesoro estadunidense en masse y las repúblicas sudamericanas protegieron sus finanzas y sus exportaciones con políticas anticíclicas de corte keynesiano. Qué lindo. Durante meses, incluso la prensa económico liberal defendió los estímulos y los grandes gastos de los Estados. La sociedad, más bien inconforme, se preguntó por qué habrían de ser rescatados los grandes consorcios banqueros y empresariales con dinero del contribuyente si, al mismo tiempo, los ciudadanos que habían quedado endeudados al comprar una casa, desprovistos de empleo y limitados en sus ingresos por compensaciones sociales, ellos recibirían muy poco o nada.


Las primeras grandes manifestaciones explotaron. Pronto fue evidente que el descontento social estaba dirigido contra los gobiernos que impúdicamente rescataban a las irresponsables empresas y bancos. Vamos, no hay que ser injustos. Claro que los paquetes de estímulo fiscal incluían medidas de apoyo a la población (en EU, por ejemplo, se extendió el tiempo durante el cual un desempleado puede recibir apoyo estatal) y otras que iban en pos del consumo interno y el gasto social. Pero eso no duró mucho tiempo.


¿Por qué no? ¿Era acaso insolventable? No estoy en condiciones de responder porque mis conocimientos de economía son mínimos. Lo que sí sé es que hubo, paradójicamente, un rebote completo de las inclinaciones políticas de los gobiernos y las sociedades. Fueron los gobiernos de centro derecha que en Alemania, Francia o Canadá invirtieron esos millones de rescate. Fue la socialdemocracia la gran perdedora de los espacios políticos en Europa. La gente, al parecer, buscó gobiernos capaces de dar respuestas rápidas a la crisis económica, pero en los últimos meses se han dado cuenta de su error.


Todo empezó en Grecia a principios de año. Como ya medio especulé por acá, los estímulos fiscales postcrisis evidenciaron muchas fallas estructurales en los sistemas de gasto nacionales. Grecia reventó, desvelando una historia de malos manejos fiscales y presupuestarios. PERO lo importante aquí es que las respuestas del exterior (y del interior) fueron erradas. ¿Cómo es posible que en plena cirisis económica se opte por planes de ajuste presupuestal que cortan, en primer lugar, el gasto público social? ¿A quién puede ocurrírsele que las economías deben "verse bonitas" y "ser eficientes" cuando importantes sectores de la población están cayendo en la pobreza y se las ven negras para seguir con el día a día?


Ese alguien es, para variar, el mismo fantasma de siempre. Es el conjunto de organismos financieros mundiales, es el gobierno estadunidense, la comisión europea y los gobiernos de los países más pesados del continente (esta vez ni siquiera importó su supuesta inclinación ideológica). Entre todos ellos apostaron a condicionar terriblemente un paquete de unos 150 mil millones de dólares que Grecia recibiría sólo sí cumplía con una larga lista de tareas. Éstas incluían recortes al gasto público, a las pensiones, a los salarios y las prestaciones... No había planes precisos para combatir la corrupción o hacer más transparentes las finanzas públicas. Para variar, las soluciones cortoplacistas del "capitalismo mundial organizado" (perdonen mi teatro, pero no encuentro otro mote más adecuado) intentaron componerlo todo de golpe sin preocuparse mucho por los efectos negativos a la sociedad.


En cuestión de meses los ánimos políticos cambiaron. Pese a las enormes (impresionantes y admirables, desde mi humilde punto de vista) movilizaciones sociales en Grecia, los gobiernos europeos decidieron seguir adelante con los planes de recorte. España lanzó el suyo con bombo y platillo, encontrando buen eco entre una población harta de que el desempleo esté estancado en 20%. En España los esquemas laborales, las reglamentaciones y la facilidad para despedir gente, habrán de relajarse gracias a estas propuestas de ajuste. Más o menos lo mismo sucede en toda Europa. En Francia el efecto fue también impresionante. En los últimos dos meses, millones de trabajadores, estudiantes, profesionistas, profesores... vamos, medio país salió a las calles protestando por los programas de austeridad que el gobierno de Sarkozy ha logrado implementar. Subir la edad de retiro (de 60 a 62) no parece gran cosa --y estoy de acuerdo en que es imperativo visto el cambio demográfico que se viene--, pero no es, ni de lejos, la única propuesta. El gobierno francés insiste en apuntar reglas laborales mucho más flexibles para los patrones y un tanto injustas para los trabajadores. Trabajar sin cotizar, despedir con facilidad, ser joven y trabajar sin acumular antigüedad... vamos, las propuestas son francamente delirantes.

Ayer la gente protestó en el Reino Unido en contra de una de las tantas partes del programa conservador de austeridad. Los estudiantes salieron a protestar en contra del aumento de las colegiaturas (que no son particularmente bajas) y la rectificación de los planes de becas y estímulos al estudio.


Mientras los gobiernos europeos se aferran a una falsa esperanza de eficiencia macroeconómica y rigidez fiscal, los ciudadanos se dan cuenta del desastre que para sus bolsillos significan esas políticas de ajuste y salen a las calles exigiendo reformulaciones mucho más profundas. No digamos solamente el cambio completo del modelo capitalista por otro socialista (no es aquí donde discutiré eso); simplemente programas impositivos más severos hacia los ricos, más severos hacia los flujos de capital (internos y externos), más radicales contra la especulación financiera...



En Estados Unidos parece que sucede todo lo contrario. Los demócratas en el poder, si bien lejos de la izquierda europea, mantuvieron con relativa firmeza sus estímulos fiscales y sus propuestas más o menos bienestaristas (Obamacare es el mejor ejemplo). El gobierno de Obama se aferra, creo que es correcto aunque insuficiente, a programas de asistencia social, seguro de desempleo, impuestos a los más ricos y demás que tienen por objetivo minimizar los daños sociales (en términos de desigualdad y pobreza) que la crisis evidentemente trajo consigo. Y curiosamente, en vez de ser aplaudidos por una mayoría harta de perder sus beneficios, como en Europa, una buena parte de la sociedad estadunidense salió a las urnas y castigar a los demócratas. Sé que no fue representativo, pero el escándalo que organizaron los ultraconservadores del Tea Party tiene los elementos para poner en alerta a cualquiera. Ahora resulta que los estadunidenses están contentos con un Estado raquítico que no es solidario con su población, que permite que empresas y mercados regulen los derechos económicos de la gente... vamos, un Estado que renuncia a sus obligaciones y compromisos económicos y sociales.

Ahora resulta que una parte de la sociedad estadunidense aplaude medidas que recortarán el gasto social (pero no tocarán para nada el gasto militar), que dificultarán encontrar y mantener trabajo, que no apoyarán de la misma manera a los desempleados... Es, en el fondo, un ejemplo más, de los tantos que hay, de lo dispares que pueden ser estadunidenses y europeos.

Sólo queda por decir que en un ambiente de crisis e incertidumbre económica, sacrificar el (relativo) bienestar de las poblaciones a cambio de asegurar estabilidad fiscal y eficiencia macroeconómica es un revés terrible a los compromisos de los Estados de bienestar. Bien lo dijo Héctor Flores: no necesitamos Estados eficientes; claro, no significa que no puedan ser buenos, pero cuando hay pobreza, desigualdad, explotación e intolerancia, un Estado eficiente no sirve de nada. Necesitamos Estados comprometidos, activos, responsables.

(Nota final. Creo que sigue habiendo un abismo radical entre los países ricos e industrializados -de los que habla el texto- y los demás, más pobres y en vías apenas de alcanzar ciertos estándares económicos y sociales. No todo lo anterior aplica a países como México, pues las prioridades son otras. Lo que es radicalmente triste es que incluso los modelos que mejor habían funcionado para Europa se desechen hoy día con tanta facilidad y parsimonia).

miércoles, 27 de octubre de 2010

Ideología como división Izquierda-Derecha (parte 2 y última)

Uno de los mayores debates en la parafernalia cotidiana que es la política mexicana es el de las alianzas políticas para fines electorales. ¿Tiene sentido unir fuerzas para derrotar a un enemigo común? Si la política es un cálculo realista puro, ¿puedo decir que el enemigo de mi enemigo es mi mejor amigo? ¿Qué implicaciones tienen las alianzas electorales en México -si alguna tienen- con el debate más amplio de las ideologías?
Quiero notar, primero, que hay una distinción crucial. Una alianza electoral es eso, una alianza de campaña. Es muy fácil que una alianza así se resquebraje después del voto. Algo muy distinto es una alianza de gobierno que se hace DESPUÉS de las elecciones (cosa común a los regímenes parlamentarios multipartidistas). En México y pese a lo que se diga, las alianzas que están en mente de algunos políticos son electorales. Con enorme dificultad encontraremos discursos y propuestas de gobiernos conjuntos (aunque eso no significa que no los haya).
En 2009 el PRI fue una aplanadora. Con un elevado porcentaje de la votación se hizo de una indiscutible mayoría simple en el legislativo y, con el apoyo de los incongruentes del partido Verde, ganó la mayoría absoluta. La disciplina legislativa no es comparable con la de otros países, pero no porque no la haya, sino porque es distinta. Me explico: en el Congreso de la Unión el PRI (o cualquier otro partido) suele votar como bloque. Pero no hace eso en relación a un proyecto claro de gobierno o de oposición. Tampoco lo hace refiriéndose abiertamente a una potencial alianza con otros partidos (se habla mucho de PRIAN, pero en ocasiones es difícil encontrarlo en los registros de votación, aunque muchas veces sí). Así como el PRI apoyó al PAN al momento de incrementar el IVA, un año después decidió que daría un paso atrás en su decisión y votaría en contra.
Esa incoherencia política no es exclusiva del PRI. En general, los partidos políticos mexicanos votan así porque no están acostumbrados a (o no quieren) encontrar compromisos con sus semejantes. No es indispensable en un sistema presidencialista bipartidista, pero sí lo es cuando hay al menos tres fuerzas políticas más o menos parejas porque hay que lograr mayorías convincentes (y legítimas). Así, una alianza postelectoral (al estilo parlamentario) obliga a los partidos involucrados a cuadrarse ante un proyecto que emana directamente del acuerdo previo a la toma de protesta del nuevo gobierno pero posterior al día de las elecciones. En el modelo mexicano, las alianzas legislativas serían mucho más eficientes si se hicieran después de los comicios y en función de acuerdos comunes de oposición o de gobierno. No es todavía el caso.
Pero el punto esencial de las alianzas electorales es, hoy día, por puestos del ejecutivo, ya sea municipal, estatal o incluso federal. Ahí la puerca tuerce el rabo. ¿Cómo es posible que un mismo individuo pueda comulgar con dos ideologías distintas, en el supuesto de que cada partido defienda una en particular? Si el candidato de dos o más partidos gana, ¿cómo configurará su gabinete?, ¿cómo ordenará sus preferencias?, ¿cuál será su relación con la oposción? Los partidos a los que representa, ¿se comportarán ambos como gobierno en el legislativo o no? ¿Serán acaso oposición?
Hay un par de argumentos convincentes para justificar las alianzas electorales para el ejecutivo. Uno es pragmático y poquitero y el otro es idealista pero profundo.
El primero es muy claro. Si hay un partido político o un sujeto que ocupa un cargo X y que se comporta como una verdadera bestia en el poder, ¿qué opciones reales existen para quitar al político/partido en cuestión? Muy sencillo: se espera a las próximas elecciones y se busca una candidatura común. Es un poco el argumento contra Ulises Ruiz. Si un cerdo despiadado, asesino, ladrón y comeniños como él gobierna en Oaxaca, qué mejor que sacar al PRI (su partido y su gente) con una alianza entre PAN y PRD. Es, a mi juicio, un argumento válido para situaciones muy precisas (Ulises Ruiz asesino, sí), pero completamente vacío si se empuja la función política de la democracia a un nivel que sobrepase lo momentáneo y lo individualista.
El segundo es un poco más complejo. Se trata de la convicción de que sólo mediante acuerdos, pactos y negociaciones la cultura democrática en México prosperará realmente en lugar de quedarse estancada. Si los partidos, sin importar sus banderas ideológicas, son capaces de negociar acuerdos a corto, mediano y largo plazo, entonces está bien que hagan alianzas, pues eso sería un reflejo de la colindancia de proyectos o la coincidencia de objetivos y metas políticas. Insisito en lo complejo del argumento, pues, aunque reconozco la importancia de mejorar los esquemas democráticos y de consenso en todos los niveles políticos de la vida mexicana, no puedo quedarme con una visión tan simplista de la política como consenso eterno y la democracia como el consenso final. No. Hay que aceptar que la disputa es parte esencial de la oposición de intereses y, por lo tanto, de ideologías. Si dos partidos políticos pueden aliarse, entonces ¿por qué no se convierten en uno mismo? Ahh, no, porque mantienen sus visiones distintas acerca de otros temas, sólo que para uno en particular lograron un acuerdo. Difícil de creer.
Pero más allá de ese par de argumentos, me inclino más por pensar que en el contexto mexicano las alianzas electorales para puestos ejecutivos son (y serán) una farsa.
En primer lugar, son el producto de una intención coyuntural e inmediata: obtener el poder a costa de casi cualquier cosa. En segundo lugar, son un engaño profundo al elecotrado, pues así como pueden presentarse como antagónicos en algunos puntos, ahora insisten en dar la imagen de comunicación y acuerdo para un tema preciso. Y en tercer lugar, desdibujan sistemáticamente sus bases ideológicas. Ese es el meollo que sigue.
Yo sí pienso que los partidos mexianos siguen un cuerpo de principios, valores y metas que podemos intentar llamar ideología. Sí creo que el PAN en todos sus sectores manifiesta una ideología de derecha, conservadora en lo social y liberal en lo económico. Claro que hay sectores laicos y otros muy religiosos; unos más tolerantes que otros. Pero es, básicamente, un partido que manifiesta los puntos centrales de la derecha: desigualdad, democracia representativa y parcial, consenso como la meta última (a costa de muchísima violencia y explotación), favoritismo a los grandes capitales...El PRI, aunque no lo parezca, también defiende una línea ideológica de derecha, sólo que ésta es matizada por un contexto histórico que proveyó de discursos populares y hasta izquierdistas al partido. ¿De dónde creen que salieron los primeros tecnócratas neoliberales? del PRI. Por supuesto, esos individuos ya no llevan la voz cantante en el partido, pero no por ello la inclinación económica de sus postulados ha transitado al socialismo. Tampoco son los grandes impulsores de políticas sociales verdaderamente redistributivas (i.e, no capitalistas), y, cuando lo hacen tímidamente, es siempre dentro del sueño corporativista politizado, acarreador y desigual. El PRD, a pesar de sus malestares intestinales, mantiene posturas más o menos claras respecto a su idea de sociedad más equitativa. Pero a nivel económico sus inclinaciones no son muy claras, y mucho menos homogéneas. ¿Redistribución total? ¿Socialismo? ¿Fin de los grandes capitales? Tal parece que no.
Pero aunque a mí no me convenzan las propuestas ideológicas generales, no significa que no las tengan. Y es precisamente por ello que resulta difícil aceptar que las alianzas electorales pueden desdibujar tan sencillamente los postulados políticos de origen. ¿Cómo puede convivir el impulso perredista capitalino de la liberalización social -aborto, matrimonio homosexual, seguro de desempleo...- con un conservadurismo panista muy arraigado y una expectativa económica muy liberal y basada en los mercados internacionales y la acumulación de capital? Difícil, ¿cierto?
Pongámonos en contexto.
En 2010 hubo, si no me equivoco, once elecciones gubernamentales en el país. Se temió que las once las ganara el PRI. Cuando sólo ganó ocho, muchos saltaron de júbilo. Bien, el PRI ganó sólo ocho, pero, siendo estrictos, ningún otro partido ganó alguna de las tres restantes. Fueron las alianzas entre PAN y PRD que se llevaron Sinaloa, Puebla y Oaxaca. La defensa incondicional fue que por fin salieron los MariosMarines, los UlisesRuices y sus huestes. Bien, punto a favor. ¿Y qué sigue? ¿Habrá gobiernos de gabinete mixto? ¿Habrá balance entre políticas de izquierda y de derecha? Difícil de preveer, pero el perfil político de las alianzas, hechas con el beneplácito del sector más conservador del PRD, nos sugiere que no. Quizá sea más acertado pensar que a nivel municipal, en los cabildos, las alianzas políticas tienen más futuro, pues en concreto la experiencia democrática es mayor ahí. Pero los gabinetes estatales y federales están pensados según el modelo británico de "el vencedor se lleva todo". ¿Qué ajustes habrá? Digo, porque en eso no pensaron cuando se fueron juntos a la campaña, agarraditos de la mano.
En 2011 el cuento posiblemente se repetirá en el Estado de México y, si todo les sale bien a los "aliancistas", también en 2012 para la fiesta grande. Desde la derecha priísta (Peña Nieto) y desde el amlismo (corriente de izquierda que no es, definitivamente, la izquierda de la izquierda) se critica y jitomatea a las alianzas. Los más cínicos (sobre todo panistas y chuchos), dicen que AMLO le está haciendo el juego a Peña Nieto (claro, la derecha sí puede defender alianzas, pero si hay comunidad de intereses entre sus enemigos, entonces es chacoteo político), pero lo cierto es que él sólo refleja un miedo que muchos mexicanos tenemos: ¿qué coños significará una alianza entre PAN y PRD? ¿Por qué no mejor se unen en el congreso para sacar adelante reformas políticas -a ver si se ponen de acuerdo- en vez de comprometer el panorama ideológico de los candidatos y confundir más al electorado?
Las alianzas electorales son, pues, una farsa mexicana. Si las ideologías de los partidos políticos no están definidas entonces la solución es definirlas mejor; no colgarse de ese chafa argumento para buscar alianzas "contranatura". Si en países como Suecia (donde cuatro partidos de centro y de derecha gobiernan juntos) o Alemania (donde incluso hubo una alianza nacional entre socialdemócratas y cristianodemócratas de derechas) --y no digamos nada de Líbano, ahí es un relajo-- las alianzas postvoto "funcionan" (en Alemania no), eso es resultado de una serie de condiciones locales que acá no tenemos, pero, sobre todo, es resultado de un mecanismo distinto de alianzas: Angela Merkel no se lanzó al ruedo diciendo que era candidata del SPD y del CDU al mismo tiempo. Para ella -y para los electores- estuvo siempre muy claro que era del CDU. La alianza se hace a posteriori para dar lugar en el gabinete a los partidos políticos que representan el voto popular en el parlamento.
Pero si en México decidimos, por ejemplo, que Alonso Lujambio defenderá al sol azteca junto con el panismo, bien podemos pensar que es el acábose. ¿Qué significará eso? ¿Estarán en el mismo gabinete progresistas de la talla de Ebrard o Andres Manuel (muuuuy hipotéticamente) junto con conservadores como Lozano, Horcacitas y Vázquez Mota? Admitámoslo: esos escenarios ni siquiera están en la mente de los políticos aliancistas. Ellos piensan, por ahora, en el resultado inmediato.
Y quizá por eso las ideologías están valiendo queso: porque lo inmediato se come lo trascendental.

martes, 12 de octubre de 2010

Ideología como división izquierda-derecha (Parte I)

Me intrigan las posiciones ideológicas de los inicios del siglo XXI.

Quizá deba rectificar: me intrigan los enfoques y las perspectivas desde las cuales se habla acerca de ideologías en el Siglo XXI. Esto, porque hay una enorme tendencia (y no es sólo de este siglo) que intenta desprestigiar a las ideologías bajo el supuesto de que carecen de mayor fundamento en una época de globalización y posmodernidad que ha roto ya con tantos paradigmas. Sin embargo, hay muchas otras tendencias, materializadas en sistemas políticos, en movimientos sociales o en corrientes religiosas, que proponen nuevas ideologías, las defienden e incluso, en ocasiones, se aferran a ellas pese a que resultan absurdas o incomprensibles para gran parte de la humanidad.


A mí no me gusta pensar que las ideologías no tienen ya mayor relevancia, que no existen o que, en el mejor de los casos, han pasado de moda. Es cierto que hay espacios de la vida cotidiana donde no parece haber necesidad de introducirlas (los alemanes suelen decir que a la hora de poner alumbrado o drenaje no puede haber izquierda o derecha), pero en muchas ocasiones las ideologías, o al menos sus implicaciones políticas –en términos del partido o posición que toman los individuos–, subyacen a casi cualquier tipo de interacción social, a casi cualquier decisión económica y a prácticamente todas las prácticas políticas.


Claro, mi argumento es debilísimo porque no empiezo definiendo lo que es una ideología. No lo hago porque simplemente no lo sé, pero tengo una apuesta. A mi juicio, una ideología es una hoja de ruta, una especie de plan que los individuos y los grupos pueden adoptar como referente al momento de cuestionarse sobre múltiples aspectos de sus vidas (individual y colectiva), aspectos como las elecciones económicas, las dinámicas sociales o las decisiones políticas. Es, quizá, una especie de guía que nos sirve de enfoque, de lente, para acercarnos al mundo externo. No es lo mismo que una teoría en términos científicos. Tampoco creo que sea un conjunto de ideas y paradigmas que deban aceptarse sin cuestionar o juzgar: creo que adoptar una ideología implica, ojalá, conocer más o menos las distintas opciones y el camino que cada una ha seguido a lo largo de la historia. Por ejemplo, decidir que se es de ideología de derechas (así, en plural, porque hay muchas) significaría aceptar como moralmente válidas o verdaderas ideas tales como la inherente desigualdad entre individuos, el funcionamiento de las sociedades como resultado de estas diferencias de ocupaciones, intereses, aspiraciones, pero también de ingresos, oportunidades y hasta capacidades. Significa, también, pensar que la política no es el eterno conflicto, sino el consenso paulatino que sólo alcanzan los más doctos o preparados que sólo representan al grueso de la población (cediendo, en el mejor de los casos, algunas prerrogativas democráticas), pero que no necesariamente la toman en cuenta.


Así, una ideología como un intento por englobar distintos problemas, preocupaciones e intereses en una misma perspectiva (es decir en un esquema más o menos uniforme de valores, objetivos, ideas de procedimientos y métodos) resulta de lo más relevante para posicionarse, como individuo, frente al mundo.


Hoy día, sin embargo, las ideologías pueden confundirse (o complementarse, según se quiera). Es muy común decir que se es liberal en términos sociales y al mismo tiempo atacar el liberalismo económico o político; los conservadores y los autoritarios pueden ser grandes admiradores del liberalismo económico. Así, lo que en un tiempo o espacio definido era considerado de izquierda deja de serlo en otro periodo o lugar. Por ejemplo, en el siglo XIX mexicano los liberales eran la izquierda en oposición a una derecha conservadora. Con la llegada del pensamiento socialista y anarquista a México, el liberalismo apareció tan sólo como la variante democrática de la derecha. En el siglo XXI, ser de izquierda en México puede significar retomar muchos elementos de aquel liberalismo decimonónico y rechazar postulados socialistas de épocas pasadas. Por poner otro ejemplo, el comunismo en un ´solo país de la Unión Soviética está lejos de ser el mismo bagaje ideológico de los teóricos socialistas del siglo XIX y también está muy distante de los nuevos postulados multiculturales y socialistas del siglo XXI.


Las ideologías, por lo tanto, son siempre relevantes, y lo son en tanto que las sociedades y los individuos son capaces de ajustarlas a lo largo del tiempo, no de tal suerte que se confundan, pierdan sus fundamentos elementales o se desprestigien, sino en el sentido que se actualicen a los tiempos y sus condiciones. Decía Norberto Bobbio en su ensayo sobre la izquierda y la derecha que una característica fundamental de la izquierda, sin importar su mote (socialista, anarquista) o su época (Revolución Francesa o Movimiento de los Sin Tierra), ha sido, es y será la lucha por concebir y luego implementar sociedades más equitativas –incluso igualitarias– y justas, mientras que la derecha suele conformarse con el statu quo –y luchar sólo por mantenerlo. Hay científicos que proponen, en términos dialécticos, una diferenciación entre izquierda y derecha diciendo, por ejemplo, que si la izquierda se convierte en sinónimo de un proceso de crítica constante y de superación de lo anterior, entonces las nuevas hipótesis científicas y, por lo tanto, el nuevo conocimiento sólo es posible desde y gracias a la izquierda.


Carlos Arriola dijo muy atinadamente que quien intente eludir o negar que hoy día haya todavía una diferencia entre izquierda y derecha definitivamente no es de izquierda. Y yo complemento: es porque no tiene mayor motivación por enfrentarse al statu quo.


Espero que los párrafos anteriores sirvan de preámbulo a una discusión próxima de este blog, que espero sea más aterrizada. Será sobre las identificaciones ideológicas de partidos políticos y movimientos sociales en México. La idea, se las adelanto, es que en México sí hay una crisis de las ideologías, sobre todo de las de izquierda que serían las supuestas contestatarias del statu quo. O bien, para matizar, que la crítica a este statu quo es muy tibia (porque las aspiraciones de quienes abanderan la izquierda mexicana son muy débiles). Ya veremos.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Nacionalismos septembrinos

Y dale con el Bicentenario. ¿Qué interés guardan las representaciones de la nación, de su glorificada historia y sus inescrutables héroes para el ciudadano común? ¿Qué relación tiene la idea misma de "festejar" (insisto en que el término es el correcto) el Bicentenario con la de la nación?
Los grandes espectáculos y la bonita parafernalia no son exclusivas de la Nación en abstracto. Creo que a casi todos nos encantan las inauguraciones de los juegos olímpicos o el festival de Cannes o qué sé yo; cosas que no obedecen necesariamente al orgullo nacional (aunque podría darse el caso).



Vamos a poner algunas cosas sobre la mesa. Pareciera que los nacionalismos decimonónicos, que suponen ser tan claros para cualquiera de nosotros, mantienen su vigor en muchísimos aspectos de la vida cotidiana en pleno siglo XXI. Por otro lado, desde hace varias décadas que algunos patrones nacionalistas van cambiando a marchas forzadas y que hacer coincidir ambos modelos es dificilísimo. Antes de seguir, déjenme decirles que pienso en el nacionalismo oficial y, hasta cierto punto, tradicional de la sociedad mexicana como uno de carácter decimonónico (y de mediados del siglo XX). A esa estática se le agregan elementos muy nuevos que no son fáciles de asimilar pero que si no se hace la idea misma de la nación "moderna" pierde sustento. Veré si logro aclarar este debralle.



El nacionalismo "común", "tradicional", "oficial" y, sobre todo, público nace por ahí del siglo XIX, a finales, acompañado del proceso de creación y consolidación del Estado mexicano. Las primeras décadas de vida independiente, fatídicas en diversos sentidos, no lograron cuajar en la formación de una nación porque tal cosa es un proceso arduo, una tarea titánica. Los políticos de la época no podían siquiera ponerse de acuerdo en el tipo de gobierno que necesitaba el país; pedirles tiempo y dedicación a la tarea de formar una nación habría sido demasiado. Además, las élites criollas (porque eso eran, básicamente) no tenían mayor interés en buscar continuidades y cosas en común con los millones de mestizos e indígenas que ni por error iban a participar en la vida política y económica del joven país.

Pero cuando la necesidad de afianzar un Estado-nación fue evidente (intervención francesa, imposición de un emperador extranjero), la guerra intestina se desató. No fue un conflicto entre nacionalistas y no nacionalistas como le encanta presentarlo a la historia oficial. No, no es que los conservadores, por ser monárquicos, fueran anti mexicanos o anti nacionalistas. Tampoco es que los liberales, por republicanos, encarnaran a la nación mexicana en sus proyectos políticos. Lo importante, creo yo, es aceptar que ambos grupos querían consolidar su poder político sobre la base de una idea de lo que era y debía ser México. Claro que uno puede (y quizá debe) estar más de acuerdo con una de las posiciones, pero no puede sugerir, arbitrariamente, que la propuesta de los contrarios era antinacional o vendepatrias. El punto, sin embargo, no es ese. Cuando la guerra contra Francia, los republicanos ganaron muchísimo vigor porque, justamente, lograron apelar a una situación ya común pero no por ello menos denigrante: la potencia externa que quiere intervenir en México y arreglarlo todo a su modo. Claro, los indígenas y mestizos (en general) no tuvieron nunca voz y voto en el proceso de decisión política y económica del Estado. Muy poco peso tendrían, después, a lo largo de la II República. Pero el nacionalismo liberal-republicano no era un llamado a la democracia (“¿¡A la qué!?): era un llamado a conservar una integridad territorial y política que se había visto muchas veces amenazada.


Los conservadores, por su lado, no lo veían igual. Para ellos la nación debía ser un cuerpo social más o menos claro y, sobre todo, disciplinado: bajo un rey, un emperador o alguna otra figura no republicana, valores “colectivos” como la religión y la fe católica, el respeto por la autoridad tanto divina como terrenal/imperial... había mucho de pretensiones muy elitístas: México una monarquía, una nación tradicional que se codeara con las grandes realezas europeas... y para los liberales era igual: México, nación moderna, republicana, igual que la estadunidense.


Ganó el nacionalismo liberal con su entonación reformista (sobre todo en lo que a la iglesia respecta), positivista, modernista (anti-indígena y en contra de -ciertas- tradiciones) y, según, progresista. “México nace en la Reforma, en la defensa contra el II Imperio o en los aplausos a Juárez y a la II República”. Tales comentarios son comunes y, a la vez, muy bien fundamentados: claro que el juarismo trajo a México una disciplina laica importantísima; un modelo de educación que rompería con esquemas semi oscurantistas; una valoración positivista de lo que había sido el proceso de construcción nacional y sobre cuáles debían ser los próximos pasos a seguir.


Defiendo esos importantes logros del juarismo a la vez que critico su antiindigenismo, su pretensión por lograr una sociedad liberal que parecía todavía de inicios del siglo XIX (en un mundo donde se leía a Marx desde hacía más de un cuarto de siglo el poco progresismo intelectual, político y social de los juaristas era evidente) o su amistad con lo que empezaba a ser el Imperialismo estadunidense. Pienso que si Juárez construyó la nación y al Estado mexicano entonces debemos aplaudirle. Pero reconozcamos que tales estructuras se fisuraron muy pronto, primero por negligencia y “traición” porfirista y luego, simplemente, porque ya no daban el ancho con los nuevos tiempos.


Y creo que, en términos generales, es el nacionalismo que nace con el juarismo el que mantuvo su fuerza durante muchas décadas y que incluso fue rescatado por los hábiles políticos de la “dictadura” priísta. La historia de bronce, de la que no hablaré por ser tema muy trillado, es uno de los referentes obligatorios de la mexicanidad en los términos más estrictos: educación pública, instituciones, política, fútbol... qué sé yo, tantos aspectos impregnados de ese nacionalismo oficial y orquestado desde arriba en donde todos los movimientos sociales del pasado que podían adaptarse, aunque fuera sólo poquito, a los pilares priístas estarían presentes. Así, el magonismo y el zapatismo se codean con el maderismo, con el juarismo y hasta con el hidalguismo, como si nada.

Pero luego están las partículas contemporáneas de los nacionalismos que no hemos logrado agregar de forma coherente a la idea de nación mexicana. ¿Quiénes son los indígenas y las minorías étnicas (“propias” o inmigrantes) y qué rol pueden desempeñar en la construcción cotidiana de la nación mexicana? ¿Por qué a muchos mexicanos les cuesta tanto aceptar que hay muchísimos elementos externos que influyen en el refrendo diario de lo que es la nación? ¿ Somos acaso incapaces de reconocer que la “mexicanidad” pura no existe y que, como todas las naciones modernas, somos un híbrido?


La historia oficial hizo al mexicano y lo pintó de moreno claro; no de moreno oscuro color del barro, porque así son los indígenas. Tampoco de un pálido blanco, porque así son los europeos. Se suponía entonces que el mexicano, mestizo, era el resultado idóneo de la cruza de “dos razas”. ¡Excelente! El mestizaje fortaleció al mexicano y lo hizo una superrázacósmicadestruyeninjas. Esa imagen oficialista de lo mexicano y de los mexicanos excluyó terriblemente a los “no mestizos”. Claro que, como en todo, los grados de exclusión eran distintos. Los indígenas, pobres y desposeídos, eran los más excluidos. Los blancos podían no serlo y aproevchaban su enorme relevancia política y económica para seguir siendo, en muchos aspectos, la clase privilegiada del país. El discurso excluyente de la nación mexicana como una moderna “olbigaba” a los indígenas a mexicanizarse, a a abandonar la tradición y abrazar la modernidad. Somos un país racista y excluyente porque, entre otros motivos, así mismo construimos la nación.


Con los cantos al multiculturalismo, al respeto a las culturas autóctonas y la democracia de las minorías, algunos sectores de la sociedad han cambiado sus enfoques y han propuesto visiones de la nación mucho más incluyentes, tolerantes y pintorescos. Aceptar que físicamente los mexicanos somos tan distintos no ha sido cosa fácil y los prejuicios siguen presentes. Sociedades como la brasileña o la estadunidense, mucho más “tutti-frutti” que la mexicana, han tenido enormes problemas de itegración, tolerancia y respeto entre sus comunidades porque, desafortunadamente, el racismo impera. Pero en fin, poco a poco algunos prejuicios se van desgastando y poco a poco podemos cambiar nuestras impresiones sociales. Eso mismo nos obliga a repensar qué significa la nación mexicana, pero no ha sido sencillo.


Respecto a la idea de los elementos que vienen de fuera, ¿qué se puede decir de nuevo? En vez de hablar de el consumo de productos extranjeros, la adopción de fiestas y costumbres de fuera, la acogida que hacemos a la cultura de otros países y de otros fenómenos que hacemos cotidianamente pero que negamos que forme parte de mexicanidad, pondré mi propio ejemplo. Como hijo de un matrimonio internacional (suena sangrómn pero eso es, entre naciones) crecí, aunque suene inverosímil, con dos nacionalidades. Aprendí desde chiquito que eso era compatible y que era una gran ventaja. Muchísimas veces me han preguntado si me siento “más belga que mexicano”, si no me siento “mitad y mitad”. La pregunta siempre fue traicionera e imposible de responder con coherencia. Decidí que la mejor respuesta era decir: “soy 100% mexicano... y también 100% belga, ¿cómo la ven?”. Claro que al momento de definir en qué aspectos me desenvolvía mejor (lengua, “conocimiento” de las costumbres, las dinámicas sociales, la política, la literatura...) la respuesta era muy clara: soy más mexicano. Pero esa no era la respuesta que la gente quería escuchar: creo que, aunque no fuera con mala leche, la gente prefería escuchar que me sentía muy extranjero y que, en el fondo, no podía ser 1000% mexicano.


Puede ser cierto. En casa, por ejemplo, nunca había nada picante a la hora de comer (excepto una esporádica salsa verde que sólo mi papá comía) o no íbamos al panteón cada día de muertos. Sí, el ejemplo de la comida picante es pésimo, pero aceptemos que es uno de los clichés de lo que significa ser mexicano. El caso es que, admitámoslo, muchos aspectos de mi vida cotidiana en familia no eran los típicos de una familia mexicana. ¿Cómo iban a serlo si al mismo tiempo debía sentirme orgulloso de mi país natal y del otro, del de la cerveza, Tintin y los wafles?

Pero, admitámoslo nuevamente, ¿qué familia mexicana es típicamente mexicana? Ninguna. En mi casa no había chile, va. Pero tenía amigos que, en su laicidad, no ponían nacimiento en navidad; otros no hacían celebraciones al día de muertos, pero salían a pedir dulces el 31 de octubre; algunos nuca compraban comida en las fruterías o en los mercados; otros más preferían escuchar música extranjera y renegaban del mariachi o las rancheras; muchos recibían regalos de Santa Claus y no del niño dios (aunque eso es también un fenómeno de clase muy cabrón); otros bebían más coca cola que aguas frescas... Vamos, a lo que voy es que es injusto (y hasta iluso) pensar que los mexicanos son unos entes cuya nacionalidad está aislada de y es inmune a tantas influencias externas. Reconstruir una nacionalidad mexicana implica reconocer esos sincretismos que van más allá del encuentro de culturas de 1492 y que tienen que ver con el encuentro de culturas que sucede todos los días en la calle.


Y eso me permite concluir. Un nacionalismo como el mexicano, que todavía no se entiende como híbrido en su cabalidad, es uno destinado al fracaso. En cambio, aceptar que somos un chistoso cuerpo social que se reafirma cotidianamente con elementos externos es mucho más provechoso.

El desfile del Bicentenario de la semana pasada tocó, en ocasiones, ese punto: De la Parra dirigió una orquesta que tocó “música clásica mexicana”: si siguiéramos una concepción estricta de la nación mexicana, eso sería una aberración. En el desfile también se reconoció la forma en que México ha acoplado para sí la música cubana y colombiana. Un excelente elemento de la riqueza cultural mexicana de hoy.


martes, 7 de septiembre de 2010

¡Ay, Gitana! (a tí te están dando mala vida)

Reporta la revista inglesa The Economist que recientemente en una pequeña ciudad eslovaca la policía arrestó a seis jóvenes que, supuestamente, habían robado una bolsa. Los obligaron a desnudarse, a besarse y, finalmente, a golpearse. Mientras duró el espectáculo los policías no dejaron de reir e, incluso, grabaron un video que después hicieron público, humillando todavía más a los presuntos inocentes.
También en Eslovaquia hubo una balacera de las que antes sólo ocurrían en los Estados Unidos. Un hombre armado habrió fuego contra una familia y otros inocentes. Murieron ocho y él se suicidó. Siete de las víctimas tenían algo en común con los seis jóvenes humillados.
En Belfast, Irlanda del Norte, hay incluso una versión moderna de un pogrom en el que viven personas que, a su vez, tienen mucho en común con los siete muertos y los seis humillados. Finalmente, leí también que en Hungría la policía obligó a una familia a salir de su casa, aparentemente sin razón alguna, la obligó a correr y después disparó. Cinco murieron, incluido un niño de cinco años. Adivinaron: también hay algo en común entre los cinco, los seis, los siete y los del pogrom.
En español llamaríamos a esta gente víctimas de la injusticia, inocentes o, simplemente, desdichados. La verdad es que tienen, además, otro nombre: gitanos o zíngaros.


[Para ellos la vida NO es pintoresca, o no siempre]

La ola de violencia en contra de la población gitana, quizá el grupo étnico sin Estado propio más grande de todo el continente, no es reciente y se enmarca perfectamente en el regreso voraz de una derecha y una extrema derecha violentas, inequitativas y racistas en el viejo continente. El más reciente de los escándalos tiene que ver, una vez más, con el gobierno derechista de Sarkozy, allá en el Elíseo. Durante el verano francés, el gobierno de "Sarko" decidió expulsar a varias centenas de gitanos bajo el argumento de que su estadía en Francia era irregular. Claro está que cada maldito Estado goza del derecho de decidir quiénes entran y quiénes no, pero, una vez más, estos ejercicios de política racista aparecen sin fundamentos ante el grueso de la opinión.
Francia decidió que estos gitanos serían repatriados a Rumania y a Bulgaria (decisión no necesariamente arbitaria pues, al parecer, todos ellos tenían documentos oficiales que probaban su nacionalidad) por haber entrado ilegalmente a territorio francés. ¿Ilegalmente? ¿Y qué hay del pacto Schengen, según el cual todos los ciudadanos y residentes de la UE pueden moverse libremente por todo el territorio? La primera respuesta francesa, que ni siquiera tenía que ver con decisiones de política interna, iba algo así: "el libre tránsito no es incondicional: así como el Reino Unido se abstiene de formar parte de Schengen, Rumania y Bulgaria todavía sufren ciertas excepciones en cuanto a la movilidad de su gente: no están 100% integrados en el espacio común europeo".
La respuesta es correcta, pero es una salida cobarde pues no afronta las decisiones tomadas desde el centro de la política francesa. ¿Acaso otros países europeos han hecho lo mismo de la misma manera? No. Francia lleva, en cambio, varios años jugando a la repatriación de gitanos al Este. Después vino una justificación del interior (que tampoco fue explicación). Según oficiales del gobierno francés, Francia es el segundo país del mundo que recibe más demandas de asilo y que, naturalmente, aprueba una gran parte (el primer lugar es Estados Unidos, pero no me quedó claro si también es el país que más solicitudes aprueba). Bajo ese argumento, el Elíseo defendía sus actos con datos en contraparte: "nosotros recibimos a muchos asilados. Si los gitanos se quieren asilar, que se formen en la ventanilla G34".
Eso no está en discusión. Qué bueno que Francia acepte tantas demandas de asilo en un mundo con más de 15 millones de refugiados externos. Pero la decisión de expulsar a los gitanos es algo radical. Además, Francia atraviesa por un pésimo momento para excesos racistas (si es que acaso hay buenos momentos para ello), pues se supone que está absorta en pleno debate de las "características de la identidad nacional". Hace poco Sarkozy también sacó el cobre determinando que la nacionalidad francesa es arrebatable, bajo ciertas circunstancias relativamente obscuras, a ciudadanos de origen extranjero (a los franceses güeritos, no).
Para muchos el tema gitano no es tan grave. Finalmente, se trata de "nómadas" que se compromenten poco o nada con los Estados por los cuáles transitan. Si están "de viaje", no pagan impuestos más allá del consumo y no siempre respetan a cabalidad las normativas locales. Pero la vida es bastante cruel para aquellos que se instalan en los países por los cuales cruzan. Los niveles de escolaridad, de empleo y de seguridad social son bajísimos entre la población gitana.
Habrá quienes esgriman el argumento cultural. Si lo hacen no errarán del todo, pues es cierto que muchos aspectos de la cultura gitana son regidos por un patriarcalismo machista y poco abocado a la educación -especialmente de las niñas-, según el cual los niños son siempre más útiles trabajando que estudiando. Además, pero no sé en qué medida esté relacionado con la cultura, la inicidencia delictiva es claramente mayor entre la población zíngara. Claro que queda la justa duda: ¿acaso no es la violencia y la delincuencia producto de las condiciones de intolerancia, marginación y desigualdad en las que viven los gitanos? Sí, yo creo que sí.

Otros insisten en que los gitanos son unos "cabezotas". Muchos españoles argumentarán que si viven en casas móbiles o en cavernas (verídico), es por decisión propia. Muchos dirán también que son ladrones por convicción y reputación. En la Toscana, los mendigos que vi eran en su mayoría gitanos (y niños) que, además, se enojaban si el "cliente" no dejaba suficientes monedas. Quizá sean, en efecto, individuos duros y algo tosocos: platicaba Claudia que cuando mi Mariscal J.B. "Tito" decidió que los gitanos vivirían en las ciudades yugoslavas, como todo mundo, y que por lo tanto recibirían departamentos, muchas familias gitanas seguían manteniendo cabras, gallinas y fogatas dentro de los departamentos, provocando no sólo la cólera de los vecinos sino el deterioro de las instalaciones.







[Algunos parecen maras pero, aún si se portaran como ellos, no son la minoría]





Pero ninguno de los anteriores es un argumento válido. De hecho, la intolerancia nunca tiene argumentos válidos. Los gitanos llevan milenos cruzando fronteras a su voluntad (imagínense, comenzaron en la India) y sus lealtades estatales son, comprensiblemente, débiles (y no deberían ser de otro modo). Los judíos sionistas querían un Estado a toda costa. Muy bien, ya lo tienen e hicieron una mierda en el vecindario. Los gitanos no quieren necesariamente un Estado (además, a ellos, nadie se los daría). Pero tampoco es razón para mantener actitudes tan radicalmente burdas frente a ellos. Ellos configuran más de 6% de la población en países como Hungría, Eslovaquia, Rumania, Bulgaria (incluso 13%) y Serbia. Pero eso no evitó a un diputado húngaro de Jobbik (partido fascistoide) pedir que los gitanos fueran "internados en masa" (¿a alguien le suena conocido? Sí, a mí también).
Difícilmente este texto servirá de denuncia (no tengo ningún lector húngaro en mi lista), pero saben ustedes que no desaprovecho la oportunidad de criticar algo... o de contar un cuento. Bastará quizá con que la próxima vez que hablen con algún europeo que les presente generalizaciones babosas acerca de los gitanos lo miren con desdén, le alcen la voz y lo regañen. Claro que los gobiernos son los primeros responsables (vean nomás a Sarko), pero las sociedades europeas no se han portado mejor. Una de las grandes ironías es su defensa de la "solidaridad nacional" que se contrapone a su inquebrantable intolerancia frente a los individuos que no quieren abrazar de la misma forma su idea de nación.
[Mejor escuchen a Gogol Bordello, excelente banda de Gypsy-Punk]


jueves, 2 de septiembre de 2010

Deshonestidad patriótica

Se acercan bicentenario y centenario y este blog dedicará mínimo dos textos al respecto a lo largo del mes. No les será quizá ajena mi postura inicial, el escepticismo. ¿Qué festejamos? Sí sí, la respuesta es clara: independencia y revolución. La primera la conseguimos mucho antes que decenas de países que yacen todavía en el extremo subdesarrollo. La segunda, por su parte, la enarbolamos (y la enaltecieron otros también) como una de las primeras grandes revoluciones sociales de la historia contemporánea y la pionera del siglo XX. Eso no está en duda. Tampoco seré de los derrotistas que pongan en entredicho la independencia actual, pues no soy de la idea de que el país esté completamente a merced del Imperio o del Capital y, sobre todo, que sea el único. Muchos otros países están sojuzgados por esos dos poderes y aquí en casa tenemos nuestros propios imperios y nuestros propios capitales que, con frecuencia, son todavía más inhumanos que los de fuera. Así que tampoco va por ahí.
Del festejo a la revolución sí tengo mis dudas. En ese sentido, comparto más las ideas de Adolfo Gilly de una revolución interrumpida, no porque crea yo un poco como hace él que en México existían las bases para realizar una gran revolución de carácter socialista-proletaria, sino porque las simples demandas democráticas de los grupos más coherentes (la reforma agraria, el rescate de las Leyes de Reforma, la repartición de cierta riqueza nacional y la expropiación de enormes haciendas de corte casi feudal) en muchas ocasiones fueron tiradas al caño en las décadas que siguieron, especialmente en esta última década. Insisto en que esas fueron demandas totalmente democráticas y hasta liberales. Hay quienes las llaman socialistas o revolucionarias. Si eso son, entonces yo soy mitad maorí.

Pero hoy el tema que nos ocupa es más de carácter colectivo y, si me permiten, psicosocial. Soy malo como un calcetín en esos temas, pero me gusta improvisar.
Verán, creo que en México tenemos un grave problema de autoengaño. Conforme siga con el texto quizá logre explicar a qué me refiero. Por lo pronto, les adelanto que NO me referiré a esas ideas que circulan con cierta frecuencia acerca de la "cultura" del mexicano como una de flojera, falta de interés, gandallismo, miopía, futbol y guadalupanismo. No me trago el cuento de que el mexicano es abusado pero abusivo; extremadamente creativo para resolver ciertos problemas pero casi siempre un güevón. Sin embargo, sí creo que tendemos al autoengaño, a la ilusión y la falta de memoria, al "le tiro a todo cuando sueño" pero, sobre todo, a la falta general de confianza realista en el país (y precisamente por eso es que surgen todas esas ideas de flojera, gandallismo, creatividad pero güeva). ¿Sale? Pues me lanzo al ruedo.

Cuando era niño y me gustaba asistir pasivamente a las pláticas que mis padres solían tener en la sobremesa con sus amigos, había siempre tres palabras de mi papá que me encantaban. Él solía comenzar muchas frases con un contundente "en este país", e inmediatamente dejaba pasar un microsegundo, suficiente para enfatizar que lo que seguiría sería una reflexión crítica acerca de alguna situación cualquiera. Así, moviendo la mano derecha de arriba hacia abajo y pegando el pulgar con su índice (y eso que no es italiano), mi papá conseguía para sí la atención de los demás. A mí siempre me provocó un no sé qué. Aprendí desde chiquito que vivía en un país en el que las cosas siempre salían mal y en el que, sin embargo, hablar mucho de esas cosas era bueno. Era una especie de contradicción natural, una lógica implacable por incuestionable. Si la gente podía decir siempre que las cosas estaban mal y se le escuchaba, entonces no sólo era porque las cosas estaban mal, sino incluso porque estaba bien que las cosas fueran mal.

Vista desde ahora, la reflexión era una aberración. Pero en esos momentos me daba cierto gusto pensar así porque era como predecir algo, o mejor dicho, porque al decir las cosas malas del país uno prácticamente no podía equivocarse. Muy pronto, sin embargo, esa idea que yo mismo me había construido comenzó a confundirme. Recuerdo que una vez, viendo un partido de fútbol entre México y Brasil (era la final de la Copa Confederaciones de 1999), mi papá hacía alusión a los distintos errores del fútbol mexicano: el "pasesito marica", "los tiritos desgüevados", "las nenas teatreras"... todo eso me hacía pensar que no sólo México iba a perder (porque con tiritos desgüevados nadie podía ganarle a Brasil), sino, peor aún, que México debía perder. Y debía perder porque eso se merecía: porque todo lo hacía mal. Pasé el resto del partido en una angustia interna terrible porque claro que quería que México ganara, pero a la vez me tragaba el cuento de que no se lo merecía... por el otro lado, México sí que jugó bien y mi papá se emocionó terriblemente con la victoria. Yo estaba definitivamente confundido.

Creo que con ese ejemplo va tomando forma la idea del autoengaño. Si me siguen -si yo mismo me sigo-, me parece que el autoengaño mexicano es doblemente cruel porque es, al menos, bifacético: hay ocasiones en las que nos engañamos acerca de lo malísimo que es el país que cuando las cosas salen medianamente bien somos incapaces de apuntar correctamente los logros y los méritos. Por el otro lado, hay veces que nos autoengañamos con lo excelentes que podemos ser, que cuando las cosas salen medianamente mal tenemos siempre una buena coartada, un chivo expiatorio, y somos incapaces de reconocer objetivamente nuestros errores y nuestras miopías. Cuando yo era chamaco y disfrutaba que mi papá criticara al país, me autoengañaba terriblemente porque, maniqueo como todo niño, pensaba que no había forma de que México hiciera algo bien en esos temas que tanto se criticaban en casa. Por eso sigo siendo tan escéptico con las estadísticas oficiales, con los informes de gobierno y con el optimismo de ciertos medios monopólicos. Por eso quizá disfruto más de leer los periódicos que dicen que todo está mal y que apuntan directamente a ciertos responsables.

Entonces por ahí va la cosa. Ahora, ¿qué pasa más seguido? ¿el autoengaño positivo o el negativo? Creo que es difícil determinar, porque generalmente para un tema dado hay siempre gente que creerá incondicionalmente en las extraordinarias capacidades del país, y habrá quien crea incondicionalmente en las extraordinarias incapacidades de México. Pero hay algo más, y me parece que es incluso más complejo: los mismos individuos, las mismas clases sociales y los mismos gobiernos son capaces de autoengañarse de dos formas distintas respecto a un mismo tema en dos momentos diferentes.
Una vez más, el fútbol es un ejemplo idóneo. Recientemente, antes de cada Mundial el país no deja de berrear que la selección llegará a cuartos de final. Siempre tenemos a la mejor escuadra de la historia y, a la vez, siempre nos toca jugar contra los mejores (que nos ganan). El autoengaño ahí es clarísimo. Sin embargo, en cuanto nos sacan del Mundial, la opinión se voltea drásticamente. "Se los dije, valemos para pura má". "Ese técnico güey, siempre pensé que había que sacarlo desde antes". "No me engañan, siempre supe que México no pasaría de octavos". Autoengaño puro, hipocresía individual. El ojete que ahora dice que la selección mexicana fracasó por mediocre es el mismo cabrón que coreó todas las cancioncitas publicitarias de ánimo al equipo nacional, el mismo que se vino cada vez que México anotó y el mismísimo que apostó hasta la abuela porque México llegaba a semifinales. Doble autoengaño porque, además, ese sujeto lo negará siempre todo.

Y entonces se cruzan los demás problemas.
Tenemos una pésima memoria histórico-colectiva pues nunca nos interesa recordar qué hicimos bien ni qué hicimos mal. Eso sí, cuando esporádicamente recordamos algo que hicimos bien, entonces es insuperable, decisivo, extraordinario, mágico (la quema de la puerta de la Alhóndiga; la Revolución de 1910 o la defensa de Chapultepec si te llamas Niño Héroe). Cuando por casualidad recordamos algo que hicimos mal, entonces nos marcó para siempre, nos condenó al fracaso, destruyó nuestro potencial y quemó nuestras esperanzas (la decisión del Fobaproa; dormirte bajo un árbol en una expedición hacia Texas si te llamas Santa Anna). Pero sucede que cuando México recuerda algo, decide recordar un episodio muy preciso, incluso casi insignificante en sí mismo. Lo que el país de plano no recuerda es el proceso que envuelve a cada uno de esos episodios; no recordamos los contextos históricos; las ideologías dominantes; los problemas estructurales del país; los individuos que nosotros mismos ponemos en el poder (en las raras ocasiones en que podemos hacerlo). Vamos, nuestra pésima memoria colectiva no sólo es "autoengañista", sino que también es simplista, de kinder y autocomplaciente.

Y, para acabar de amolar la cosa, solemos ser siempre pesimistas a futuro. Eso sí: podemos ser de lo más optimistas y añorar el pasado o conformarnos con el presente. Pero el futuro es siempre turbio, "mejor que no llegue". Eso sí es trágico. Y no es trágico porque debamos hacer todo lo contrario y ser optimistas (en el rumbo actual, difícilmente el futuro inmediato será mejor, aunque ya Fidel Castro dijo que pronto habrá cambios importantes en México), sino porque es una escapatoria sencillísima a cualquier tipo de contacto con las responsabilidades o la reflexión un poco más sesuda. Por eso este bicentenario, aun cuando esté inundado por la sangre del narco o por la inmensa pobreza que crece día con día, será extraordinario, será un festejo imponente, impecable, magnífico. Y será así porque desde ahorita se convierte en una excelente escapatoria. "Festeja ahora el bicentenario para recordar todo lo que el país hizo de extraordinario -autoengaño- y para no pensar, aunque sea por unos momentos, en el apestosísimo futuro -autoengaño 2-".

Enrique Serna dice en "Nexos" de este mes que tenemos la mala costumbre como mexicanos de dejar todas las cosas a medias, sobre todo nuestras grandes gestas históricas, por lo cual no debiéramos exaltarlas tanto como hacemos. A eso yo simplemente agregaría que en la medida en que nos sigamos autoengañando sobre esas grandes gestas históricas nunca podremos concluir alguna de ellas. Para cerrar con esa idea (que quizá dé vuelo a la entrada siguiente), debemos ser sinceros y aceptar, con relación a la Revolución Mexicana -por poner un ejemplo, que si de verdad queríamos una revolución debimos hacerla permanentemente, à la Trotsky. Ahora es muy tarde porque no sólo no la hicimos permanente, sino que la frenamos, en muchos casos la rebobinamos y, para joder, la enterramos.