lunes, 12 de agosto de 2013

El petróleo mexicano ya es privado. Pero siempre puede ser peor.

Se ha escrito y dicho demasiado sobre el petróleo mexicano en las últimas semanas. No he leído, en justa proporción, nada (o casi nada). Pero basta con echar un vistazo a los títulos de los artículos, de las columnas y de los análisis para darse cuenta que prácticamente nadie llegó al debate con un "El Capital" bajo el brazo. Eso sí, todos han leído los modelos noruegos, brasileños, británicos y quizá hasta qataríes... pero me sorprendería ver que, en algún periódico de talla y calidad mediana, apareciese un artículo con dimensiones más bien político económicas (o marxistas).

En el fondo, PEMEX por sí misma no me importa porque desde siempre ha funcionado como empresa capitalista. El problema es la lógica a la que se quiere someter toda la producción petrolera y lo que eso refleja de las dinámicas económicas en México y en el mundo, además de la argumentación falaz detrás de todas las propuestas de reforma. ¿Cómo explican PRI y PAN que "la participación del sector privado en exploración y extracción del petróleo" no significará "privatización de la paraestatal"? 
Es evidente su mentalidad supina. Si las dinámicas productivas dan lugar a la participación del capital, entonces hay un proceso de privatización. Punto. No tenemos que llegar al extremo en el que PEMEX "pertenezca" a Slim o a Chevron-Texaco (de todos modos, por las distintas relaciones mercantiles en las que está metida la empresa, su plusvalía ya pertenece más a capitales privados y burocracias inútiles que al pueblo de México -sea lo que sea que eso sea-): la privatización ocurre y ha ocurrido desde que aspectos claves de exploración, producción y comercialización están ligados a dinámicas capitalistas, nacionales o globales. 
¿Por qué? Básicamente por la inserción de una unidad productiva como PEMEX en las complejas redes de la economía capitalista. No diré aquí si eso es bueno o malo, sólo diré que así es. Esto es, la manera en la que PEMEX obtiene tecnología (aunque mala y vieja), insumos para sus procesos de exploración y perforación y demás actividades; la manera en que comercializa lo obtenido del subsuelo; la forma en que negocia, pacta, compra-vende y subasta acciones de empresas de todo tipo, acuerdos con filiales o con pequeños peces de talla insignificante; los métodos por los cuales la gasolina es refinada (muchas veces en refinerías privadas de los EU) y vendida en México.... todas esas dinámicas obedecen a lógicas capitalistas, a procesos productivos cuya finalidad es la acumulación de capital. 
Como todo proceso productivo, hay clases sociales y grupúsculos dentro de éstas que salen más beneficiados que otras. En este caso, hay un sector particular de la élite sindical y burocrática que gana. La burguesía industrial gana, ya sea a través de sus contratos con PEMEX, de sus vínculos con empresas extranjeras que refinan y distribuyen hidrocarburos, o simplemente debido al subsidio que PEMEX y sus derivados obtienen del Estado, que a su vez se convierten en subsidios a la producción para las empresas de la burguesía industrial mexicana. La élite política gana, quién sabe si directamente a través de grandes sumas de dinero (como piensa AMLO), pero seguramente sí a través del prestigio político que está cosechando con los grandes capitales nacionales y extranjeros.

PEMEX ya es privada, no por el argumento simplista del sindicato parasitario que se enriquece con su producto, sino por la red de capitales que de manera directa o indirecta se benefician de su posición en las cadenas productivas. PEMEX podría ser todavía más privada (siguiendo la lógica del continuo cualitativo, y no de dos opuestos absolutos entre los cuales se transitaría inmediatamente), pero también podría serlo menos. Y para eso no hay que volver al statu quo (o a las erróneas interpretaciones que el PRI hace de lo que Lázaro Cárdenas decía): hay que pensar en cómo podría PEMEX convertirse en un ejemplo, en una punta de lanza de restructuraciones profundas de las dinámicas productivas, de tal suerte que no sea una lógica capitalista la que guíe su acción, sino una lógica socialista.

El modelo Amlista de defensa del petróleo no cambiaría mucho las cosas: un Estado rentista, con un claro interés de clase (que, déjenme decirlo señoras y señores, no se trataría de la clase obrera) y una burocracia sobredimensionada, seguiría administrando la plusvalía petrolera, redirigiéndola, a veces, a proyectos reformistas de carácter social. Es decir, más o menos como en los años cincuenta. No se escuchan elementos como propiedad colectiva en manos de los trabajadores, planificación central y democrática, acceso a insumos y distribución del producto por vías distintas a las de los mercados actuales... Lo mejor que se puede leer es la idea de la autonomía de gestión, en donde sigue habiendo lagunas y que define la autonomía únicamente en oposición a la injerencia del Estado, pero no en cuanto a su necesaria independencia de las lógicas capitalistas. 

Ahora bien, ¿puede crearse una empresa que no opere en una lógica capitalista cuando toda la economía al rededor suyo lo hace? No. Punto. No se puede aspirar a vivir en un oasis de producción colectiva si tu desierto está repleto de dunas que operan según la lógica de la obtención de plusvalía y la competencia. Es como el sueño autonomista de las comunas hippies. No se puede. Pero, obviamente, eso no debe convertirse en canto a la derrota y el pesimismo. Las estructuras quebrarán por su propio peso (y espero estar vivo para entonces), pero incluso si no lo hacen, las contradicciones serán tan abrumadoras y evidentes que algo tendrá que pasar. La pregunta, como siempre, es si el capitalismo será capaz de reinventarse a sí mismo para salir del paso. Por lo pronto parece que se ha quedado corto de ideas, pero todavía tiene muchísimo ímpetu que aprovechar.

Quizá PEMEX no sea todavía privada en cuanto al estatus legal que ocupa, pero para fines prácticos (productivos, y por lo tanto complejos), ya lo es. Cuando un servicio público beneficia más a la minoría que a la mayoría, ya es privado. Claro que lo que quieren hacer nuestros queridos partidos políticos es facilitar el proceso de privatización para acelerar la acumulación de capital. Lo mismo pasaría con el potencial desarrollo tecnológico y los niveles productivos. Pero eso no cambiará las contradicciones elementales de la existencia de PEMEX, híbrido moribundo entre las dinámicas capitalistas a su alrededor, y su posición clave en un aparato rentista y corporativista que, esquizofrénicamente, quiere deshacerse de ella pero no puede dejarla ir.